Tenemos una visión parcial de la realidad de la pandemia. Es la que ofrecen los medios informativos por insuficiente cobertura, por cubrir lo que creen importante o por ocultamiento que nos niega sistemáticamente la verdad de los hechos y las cifras, alineados a las políticas oficiales de comunicación. Se hace necesario hacer una reseña que ofrezca una panorámica de la emergencia y nos dé una visión global de la crisis en el país. Parte de una visión panorámica nos la muestra un informe del Comité Ecuménico de Proyectos con corte al mes de abril, en el que destacan los acontecimientos más relevantes de la emergencia.
Al 1 de marzo de este año, Ecuador entra en un Estado de excepción y el mundo registraba en ese momento un millón de contagiados, mientras nuestro país contaba 3.338 contagios y 148 muertos. Las estadísticas respondían a un evidente subregistro y en ese momento Lenin Moreno pide a sus funcionarios transparentar las cifras. Ahí se produce un quiebre de la situación, luego de que nos venían acostumbrando con informes del COE incuestionables. De improviso tuvimos la percepción de que las cosas cambiaron y todo empezó a ir mal, con cifras mórbidas y fúnebres en aumento, con la renuncia de funcionarios, como el caso del ex ministro del Trabajo y de la ex ministra de Salud, que deja su cargo porque no cuenta con recursos ni presupuesto para manejar la crisis que venía en marcha. Simultáneamente, las autoridades comienzan a reconocer que ya hay contaminación exponencial en algunas ciudades, incluidas Guayaquil y Quito. En el puerto principal, una de las tres ciudades más pobladas del país, comienzan a aparecer los primero cadáveres en las calles en fundas de plástico. El COE anunciaba en ese momento 40 muertos en la ciudad porteña, pero diario El Universo hablaba de 500 cadáveres retirados de las casas en una semana y 490 certificados de defunción emitidos. Al cierre de esta edición -14 de abril- en Ecuador existen 7.603 contagiados y 369 fallecidos, aunque fallecidos probables por COVID-19 son 436. Del número de contagiados, 6.212 están estables en domicilio, 197 hospitalizados y estables, 129 hospitalizados y con pronóstico reservado. Existen 696 altas hospitalarias, 7.495 casos descartados. Se han realizado 25.347 muestras tomadas.
La declaratoria del Estado de Emergencia provoca un sismo: una crisis sanitaria que por incapacidad burocracia o inoperancia, falta de sentido común o disfuncionalidad institucional en Guayaquil empiezan aparecer los cadáveres por todos lados. Son escenas desgarradoras de familias con sus muertos en taxis buscando una tumba en cementerios colapsados y funerarias que se negaban a recogerlos de las casas. Grupos familiares de 6 u 8 miembros obligados a quedarse en viviendas sin aire acondicionado con 30 y 32 grados centígrados de calor. La realidad del Guayas supera las perores pesadillas en un cuadro que el gobierno decía mantener la situación bajo control y dosificaba la información; lo único cierto era que nos pedían quedarnos en casa, hacer gárgaras con sal o poner cebollas en rincones de la casa para que termine con el virus.
Comienza a aflorar la verdad.
Lo sorprendente es que en medio de la emergencia y el desconcierto ciudadano, un grupo de economistas y las cámaras de la producción, emiten un comunicado respaldando el pago de 320 millones correspondiente a capital de los bonos la deuda externa que hizo el gobierno y salen a recomendar recetas fracasadas, acordes con el FMI y respaldando las acciones del gobierno porque «son oportunas». Después de que la realidad los rebasa ya no volvieron a decir esta boca es mía. El economista Acosta Burneo decía: populistas reclaman al país por el pago de los bonos. Y que si no se hubiese pagado se abrían cerrado las posibilidades de financiamiento futuro, es decir, había que pagar si queríamos que nos sigan prestando dinero. Un argumento que no explica nada. La verdad es la siguiente: las puertas de los mercados no se cierran físicamente para ir a pedir plata a los financistas internacionales. Lo que ocurre es que sube “el riesgo país” del Ecuador, y al subir suben los intereses y el costo financiero del préstamo se eleva y deja de ser una opción favorable para el Ecuador. El riesgo país están en 5.400 puntos. ¿eso es mucho? Nada dicen los analistas neoliberales para aclarar el punto. El argumento estrella de estos genios se lo lleva Aparicio Caicedo, que dice: “oportuna medida financiera del gobierno, pagar 320 millones para recibir 2000 millones”. Lo que no dice el mencionado vocero es que los 320 millones que se pagaron el 23 de marzo correspondían a bonos soberanos del Ecuador, los 2.000 millones que vendrían corresponden a organismos multilaterales de crédito -es decir, BID, Banco Mundial, CAF- que no tienen nada que ver con el mercado de bonos. Una cosa es la deuda comercial, que son los bonos, y otra es la deuda multilateral con esos últimos organismos. De modo que se engañan y nos engañan. Es falso que si no pagabamos los 320 millones, íbamos a perder acceso a los créditos multilaterales. Además, los 2.000 mil millones hasta ahora no llegan, sino que llegarían en el transcurso del año, por tanto no sirven para enfrentar la crisis urgente hoy.
Caen los mitos
El mentiroso modelo socialcristiano de una alcaldía que lleva 20 años en lo mismo: haciendo negocios con sus compinches empresarios, quedo en evidencia de su fracaso y fraude a la ciudadanía. Un ex alcalde, Jaime Nebot, encerrado en el silencio y una alcaldesa Cynthia Viteri que cierra el aeropuerto para impedir el arribo de aviones en vuelos humanitarios, que despues se declara contaminada con el virus para eludir la acción sancionatoria por su error cometido en el aeropuerto. Una alcaldía que empieza por armar escándalos políticos y termina regalando ataúdes de cartón prensado para enterrar a cientos de muertos. Mientras tanto, una Junta de Beneficencia local cobra hasta 1.200 dólares por servicios funerarios de cremación. Un sistema que deja al descubierto la forma que tienen las elites guayaquileñas de hacer política con mentiras y manipulación masiva por dos décadas. Durante las cuáles se impuso la prepotencia de gamonales arribados al poder por herencia familiar, política o simplemente por negociados hechos con las necesidades de su pueblo.
Queda al descubierto un ECO 911 que no atiende peticiones solicitando retirar los muertos y un Call center 171 que no responde ante el llamado urgente de la ciudadanía. Mientras desde el poder central continúa la campaña política del vicepresidente que se enreda en un chateo de ridícula rencilla con la alcaldesa de Guayaquil que, sorpresivamente, anuncia que ya no está afectada con virus. Mientras tanto la ciudadanía no sabe si hay que quemar o no a sus familiares muertos y nadie informa nada.
De pronto el país sudamericano del desastre pasa a mostrar imágenes de su incapacidad ante el mundo y somos el peor ejemplo internacional del mal manejo de la crisis. Cifras altísimas de contagios y muertos, escenas de horror en las calles de Guayaquil con gente llorando, suplicando que alguien les ayude a enterrar sus muertos.
El “modelo exitoso” de la prosperidad guayaquileña se derrumba como el peor fraude de los últimos años. El país del Buen Vivir se convierte en el territorio del Mal Morir. El de las ciudades del milenio, de la era de la información, de las carreteras que conducen a paraísos citadinos y rurales con megaobras de infraestructura energética, el país lider de la región, de la patria grande, del crecimiento económico inédito. El pais traicionado y venido a menos, el pais que reduce recursos para la salud y la educación, el pais desinstitucionalizado por consejos ciudadanos dirigidos por gente decrépita vendida a los peores intereses internacionales. El pais de la justicia secuestrada que arma montajes como la única forma de hacer política contra sus enemigos asilados o en la clandestinidad.
Y de pronto todo sale a la luz pública. Guayaquil, la perla del Pacifico, la urbe de los aniñados, de los malecones iluminados, quedó al desnudo y mostró sus vergüenzas: guasmos contaminados de virus y muerte por doquier, barrios exclusivos con irresponsables haciendo fiestas sociales convertidos en el inicial foco de contaminación citadina, suburbios sin agua potable ni alimentos con habitantes obligados a recluirse en su miseria y con la fuerza del orden tratando de ordenar el caos de la miseria. Una miseria endémica que estaba oculta debajo de la alfombra socialcristiana y por un Municipio con una casta de burócratas, señorones y señoronas, y una alcaldesa fungiendo de heroína, una casta que había encontrado su zona de confort político y económico durante dos décadas.
Un país que dejó al descubierto su sistema de salud ineficiente por un Estado debilitado, obra y gracia de privatizadores voraces que desprestigian al Estado central para comprar sus bienes públicos a precio de gallina enferma y así quedarse con sus mejores negocios.
Luego vino la manipulación de los medios públicos y privados: una campaña vergonzosa manejada desde el gobierno para promover, en medio de la tragedia, a su candidato supuestamente presidenciable, con rayados murales en la ciudad de Guayaquil que decían Vamos Otto, y propaganda hecha con fondos públicos en mítines. Todo para proyectar la imagen de “eficiencia del gobierno” en el manejo de la crisis, fungiendo de héroes frente a la próxima contienda electoral. Todos sacan las cuentas, miserablemente, unos posando de salvadores, otros promoviendo la mendicidad bancaria como el banquero Guillermo Lasso, siempre presto a hacer un buen negocio financiero y político en medio de la tragedia ciudadana, ofreciendo 3 mil respiradores y hacer llamados de unidad a cambio de aplausos.
El país del huasipungo, de las haciendas propiedad de familias empingorotadas y banqueros coludidos con las empresas vinculadas a una casta de comerciantes voraces, se vino abajo. La innobleza de la política que hacen las élites empaña las buenas intenciones que pudiera haber entre algunos ecuatorianos. Cada cual tratando de imponer su verdad manipulando, mintiendo, para conseguir votos de la miseria y del drama de los electores.
El periodo post crisis no será mejor. Los que sobrevivan al virus y no hayan muerto de hambre saldrán a las calles a protestar por la dramática crisis económica que se viene. El futuro pinta negro, lo peor está por venir. El coronavirus no es la causa de una crisis nueva. La crisis del neoliberalismo ya estaba en pleno apogeo y que se expresaba en políticas caracterizadas por modelos empresariales de gobiernos que han disminuido la inversión social del Estado, no han invertido en salud ni en educación y las consecuencia se las ve ahora en sistemas de salud desbordados, sin recursos para educación, empresas y reactivación económica.
La emergencia es mundial pero hay países que han respondido oportuna y eficientemente con sentido social, con vocación colectiva y están saliendo de la crisis como China. Otros, como EE.UU que está hundido en la tragedia social, con sistemas de salud insuficientes y mecanismos privados que están haciendo negocio de la enfermedad y muerte de sus habitantes.
No hay esperanzas ciertas de un mundo más justo despues de la emergencia. No es automático que surja un modelo social más humano, menos salvaje que el capitalismo que impera en la actualidad. Nada garantiza aquello, ningún milagro ni varita mágica. Acaso, solo la conciencia social y la lucha por un nuevo mundo hoy acorralado por un enemigo invisible que nos estará doblando la mano todavía por mucho tiempo.