La Iglesia, como casi siempre, ha sido la gran ausente en esta emergencia sanitaria. La Conferencia episcopal ecuatoriana se encerró en sus enormes muros. Y lo mas grave, cerró iglesias y templos para que no entren los fieles, los pobres y menesterosos; los más necesitados. Las cerró justo cuando debían abrirlas, cuando debía, al menos para guardar las apariencias, predicar con acciones el evangelio. Pero no, prefirió el egoísmo, prefirió dar las espaldas a los más necesitados, prefirió cuidar sus intereses particulares. La Iglesia, como institución, siempre ha estado ligada al poder y a los poderosos. Tienen grandes inversiones económicas y muchos dicen que son también tenedores de bonos de la deuda. En esta pandemia no han actuado como les manda el evangelio; dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento. No, han actuado como empresarios inescrupulosos que lucran del dolor ajeno. Ni un acto de desprendimiento, ni un acto de solidaridad, ni un acto de ayuda humanitaria. Apenas una burda bendición desde un helicóptero. Un acto que tiene que ver más con una pantomima teatral que con acto humanitario. Quizá por esto, cada vez son mas los católicos que se vuelven evangélicos, y son –al mismo tiempo- fáciles presas del discurso de pastores que, a cambio de diezmos, les ofrece en persona la salvación y la vida eterna. Y por ello, cada vez tendremos más Bolsonaros en la escena pública.
En Viernes Santo no hubo procesión, no salieron los cucuruchos ni los creyentes -todos pobres- a las calles del Centro histórico a cumplir con sus penitencias. Frente al dolor y el sufrimiento; el abandono y la pobreza, no queda más que la fe y la esperanza; creer en los milagros.
La gran obra de la Iglesia ha sido, repito, bendecir desde un helicóptero a Quito y Guayaquil. Fariseos. Jesús -por mercaderes- les habría ya desalojado a latigazos de sus templos y lujosas residencias. Y la gran obra del gobierno en Semana santa ha sido transmitir la misa en cadena nacional y, lo que es peor, dictar medidas contra los pobres y proteger a los poderosos. Iglesia y gobierno; tal para cual.
En buena hora, hay todavía algunos sacerdotes que viven y trabajan con los más necesitados, porque el servicio a los más pobres fue su opción preferencial de vida.
La pandemia dejará millones de damnificados, los más afectados serán los pobres que se volverán aún más pobres. Y la Iglesia, desde sus dorados púlpitos, les seguirá ofreciendo el cielo.
La Iglesia no merece, no son confiables, que asuma la administración de fondos públicos. No solo porque es totalmente ilegal, sino que es absurdo que el dinero de la gente trabajadora, y del sector publico, sea administrado por una “junta de notables,” cuando han sido ellos justamente, los notables, quienes han llevado al país al precipicio.
El Ministro de Finanzas pidió orar a los ecuatorianos. Orar cuando prefirió pagar la deuda externa y no dotar de insumos al personal sanitario; y tenemos ya 8 mil contagiados y mas de 600 muertos. Nos pide orar y aún no paga los sueldos a los empleados del sector público. Nos pide orar y prefirió que la crisis la paguen los más pobres y no los que más tienen. No habrá procesión, ni Urbi et Orbi que lave sus culpas y pecados, de lesa humanidad Seguro no tendrá perdón de Dios. En la tierra ya pagarán, mas temprano que tarde, esas culpas.
Este domingo, de confinamiento y cuarentena, fue un día triste y doloroso, pues ningún Jesucristo resucitará y la redención no llegará para el pueblo ecuatoriano. Por el contrario, comenzará –una vez más- un nuevo vía crucis.