Las desgracias no vienen solas dice el pueblo, y sabe por qué lo dice. Al país le llueve sobre mojado, a la crisis del sistema social se suma una crisis sanitaria sin precedentes. Una es consecuencia de la otra en este capítulo histórico que marcará a Ecuador para siempre. Se diría que estamos «salados», como dice el argot popular, con malaya suerte y sin atisbo de salir airosos del peor reto de su historia: sobrevivir literalmente a una pandemia cuyo designio de muerte nos está golpeando hasta convertirnos en la cuarta nación más impactada por el coronavirus, en cuanto a su número de población y con perspectivas a convertirse en uno de los tres países más afectados del mundo por la pandemia.
Si las cifras sirven para algo es para reflejar el drama de los ecuatorianos, y en particular de los habitantes de la provincia del Guayas que concentra el 70% de los casos confirmados de coronavirus con una mortalidad galopante. Se habla de 200 fallecidos, pero la policía calcula que puede haber 300 más, sin registro que fallecieron en sus hogares. Las proyecciones apuntan a que la pandemia dejará al menos unas 3.500 víctimas mortales solo en Guayas. Las frías estadísticas son el reflejo de la dramática situación que vive Guayaquil, la segunda ciudad del país que parece arrasada por una guerra o por un desastre natural, con escenas cotidianas que superan en crudeza a las que llegan de Italia o España donde los muertos se cuentan por miles desde hace semanas.
Los cadáveres se apilan en las calles de Guayaquil o en casas con temperaturas ambientales sobre los 30 gados centígrados. La gente llora ante las cámaras suplicando ayuda para enterrar a sus familiares muertos, a quien les pueda escuchar. Cuerpos envueltos en sábanas tirados en la calle y familias desesperadas suplicando ayuda, luego de haber pasado varios días junto a los cadáveres de sus padres, hijos, esposas o hermanos. Ese es el escenario del drama que vive el Ecuador.
Todos nos preguntamos ¿cómo se pudo llegar a esta situación?
Una reseña de los hechos indica que el primer caso de coronavirus en el país fue detectado el 29 de febrero. Se trató de una mujer que regresó a Guayaquil desde España. En la fiesta de bienvenida a su regreso se inició el contagio masivo y como resultado falleció ella y su hermana. Un mes después la ciudad más poblada del Ecuador parecía haber sido escenario de un terremoto con hospitales y morgues absolutamente desbordadas.
El gobierno de Lenin Moreno en un comienzo negó las cifras de la muerte y redujo con simpleza el problema a “casos puntuales”, y ante la innegable evidencia de las imágenes difundida en diversos medios y redes sociales aplicó la misma estrategia de comunicación del año pasado durante las protestas masivas de octubre. María Paula Romo, ministra de Gobierno llegó a decir: “Las redes también pueden intoxicaros en estos días. Para mí en esto también hay intereses que están creados, impulsados desde el ex presidente Correa. Los grupos de respaldo a Correa, en esos grupos se da la instrucción de impulsar este tipo de noticias”.
El gobierno, con rampante descaro, se ha valido de todos los recursos para ocultar la realidad y cuando se sintió acorralado por las circunstancias buscó chivos expiatorios. Con un discurso oficial que buscaba magnificar lo que verdaderamente es puntual, utilizó imágenes de situaciones de otros años -como si fueran de esta crisis- para intentar demostrar que la situación estaba siendo controlada, mientras seguía restando importancia a los casos reales que de puntuales no tenían nada. El testimonio de un ciudadano desmentía esa maniquea maniobra: “todos tienen a un pariente, a un amigo, a un familiar fallecido en Guayaquil”.
La acción del periodismo independiente ayudó a conocer la verdad. Periodistas desde la soledad de la cobertura callejera comenzaron a recopilar casos, contabilizarlos, y llamar a las familias denunciantes. Los casos que se sumaban cada día fueron difundidos en videos y audios. En seguida enviaron las denuncias a las oficinas de la Gobernación del Guayas vía Whatsapp, recién entonces se conoció la magnitud de la tragedia provincial.
El gobierno ya no pudo tapar el sol con un dedo. Y el colapso, esa palabra tan temida les golpeó en la cara al presidente Moreno, a su vicepresidente y a sus ministros que hacían esfuerzos por minimizar la crisis. Ya no pudo el mandatario y sus voceros de Gobierno hablar de Fakenews, ni justificarse con supuestas injerencias extranjeras o culpar al régimen anterior. Claramente el sistema sanitario y mortuorio de la ciudad de Guayaquil comenzó a colapsar porque no tienen los mecanismos para atender la emergencia.
Los testimonios del personal de la salud son evidentes. Un médico guayaquileño que pidió por razones obvias no ser identificado, compartió su experiencia en los siguientes términos: “teníamos 25 fallecidos y el gobierno dijo que iba a construir una fosa común ¿en qué país ocurre eso? en ninguna parte del mundo. Esto traerá un impacto muy importante. Imaginemos el componente psicológico de las familias teniendo un cadáver cinco días en su casa”.
A los pocos días, finalmente Lenin Moreno se vio obligado a reconocer que había que decir la verdad y en un discurso histriónico reconoció que los registros oficiales no reflejaban esa verdad. Fue entonces cuando los niveles de aceptación al régimen cayeron más abajo del suelo: “Estamos huérfanos de autoridades, no tenemos un mal gobierno, no tenemos gobierno” decían los ecuatorianos.
Para explicarnos las causas de este desastre hay que remontarnos tiempo atrás. Al cabo de algunos años, en el gobierno de Lenin Moreno se produjo la primera reducción presupuestaria en salud en más de una década. Pese a las advertencias de la OMS frente a una posible pandemia, el gobierno continuó el proceso de despidos y precarización laboral para cumplir con el FMI. La afirmación proviene de los propios médicos: “No contamos con los respiradores suficientes para salvar la vida de los pacientes, no contamos con tantas camas en un sitio, tenemos que esperar que un paciente muera para poder utilizar esa cama o ese respirador en otra persona”, denuncian los galenos.
En el mes de diciembre del año 2019 el gobierno central dio por terminado el convenio de asistencia sanitaria que mantenía con Cuba, lo que supuso la salida del país de unos 400 médicos cubanos. No obstante, en medio de la emergencia sanitaria por el coronavirus el ministro de finanzas anunció el pago de 320 millones de dólares como parte de la deuda externa con el FMI.
En ese singular contexto la ministra de Salud de entonces renuncia aduciendo que no podía enfrentarse a una emergencia sin recursos: “Los médicos tratamos de salvar la vida de nuestros pacientes pero no podemos cumplir con nuestro cometido porque nos hace falta muchos insumos”, confirmaba un médico en Guayaquil.
Esa realidad se confirmaba además en los hechos. Como una muestra de que las tragedias no vienen solas, para añadir drama a la emergencia catastrófica, decenas de los infectados por coronavirus son personal sanitario: “Es mentira como señala el ministro de salud que todos los profesionales tienen sus equipos de protección de salud. Hay una larga lista de médicos y enfermeras que han muerto en esta pandemia ”, denunciaba un especialista en problemas respiratorios. Se confirmaba en la práctica que la insólita política del régimen de reducir el tamaño del Estado nunca previó que podía venir una pandemia que hoy reclama de todos los recursos estatales en el área de la salud y otros, para hacer frente a la emergencia. Falta de previsión o manifiesta incapacidad para gobernar, o ambas cosas, nos condenan a ser el país «salado».
La historia tiene un juicio pendiente con los representantes de un régimen antipopular que en la peor tragedia de la historia del país, ha demostrado gobernar a espaldas del pueblo. El caso ecuatoriano enseña que a las inadecuadas medidas que se han tomado durante la pandemia se suman, como antecedente causal, las medidas neoliberales que se habían tomado antes desde el gobierno en su afán por cumplir con el designio del FMI y de sus amos locales.