Días pasados escribí que la pandemia de Covid-19 quitará la vida a mucha gente y a otros se la cambiará para siempre. Vamos a suponer que estamos en el segundo grupo, entre los sobrevivientes. ¿De qué manera vamos a seguir viviendo? Tenemos que empezar a reconocer que nuestra vida cambió a partir de que empieza a ser controlada por factores y agentes externos a nuestra voluntad. El miedo, el odio, el egoísmo son algunas de las tendencias que gobiernan nuestro comportamiento.
Y esas fuerzas ajenas a nuestra voluntad se expresan en hechos concretos sobre los cuales no tenemos un control. Es frecuente que las cosas se vean como aparentan ser porque alguien decide y nos dice que se vean así. Eso equivale a decir que extraños a nuestra voluntad nos imponen la agenda vital priorizando nuestro interés por unas cosas y no por otras. Es muy probable que hace unas semanas nuestra atención estuviera centrada en otras circunstancias y no en el coronavirus. El giro en nuestra atención hacia la pandemia demuestra que dicha atención no nos pertenece, que es una veleta de ajenas intenciones. La realidad tal y cual la percibimos es solo un simulacro de realidad y que las prioridades políticas, sociales y económicas han sido prefabricadas para nosotros como un guión de película. La pandemia nos da la brillante oportunidad de reconocer esta verdad y desarrollar nuestra propia perspectiva crítica. Una perspectiva que realmente nos pertenezca, y no a los demás, aprovechémosla.
Sentados frente al televisor sentimos incredulidad, miedo, porque vemos que la vida nos la cambian sin que nuestra voluntad intervenga, una vez más. Estamos esperando que nos digan cuándo salir a la calle, cuándo ir a procurar nuestra manutención, cuándo seguir estudiando, cuándo hacer nuestra vida con normalidad.
Afuera hay una realidad que no necesariamente corresponde al mundo real. Una retahíla de acontecimientos que se ven en la televisión, lista de muertos, gráficos vertiginosos, historias terribles, hombres, mujeres y niños luchando por la sobrevivencia; todo nos impone la idea de que en nuestro aislamiento social somos impotentes frente a un enemigo devastador. Una vez más, el objeto de nuestra atención no es tan nuestro como podemos creer.
Estamos en un círculo vicioso. El miedo que nos invade es nuestro peor enemigo porque nos impide una perspectiva crítica. Mientras más nos asustamos de las cifras y los gráficos, de las imágenes noticiosas con pésimas novedades, de las declaraciones públicas con dudosas afirmaciones, más nos sometemos a lo que nos dicen “oficialmente”.
Mientras han capturado nuestra atención a través del miedo, alguien está realizando acciones que no quiere que sepamos. Eso se llama distracción. Veo una noticia de que EE.UU lidera las mafias que están robando y secuestrando insumos médicos destinados a países con mayor impacto de la pandemia para llevarlos a Norteamérica, que ese mismo país está transfiriendo grandes sumas de dinero público a las grandes corporaciones. Políticos serviles a las grandes empresas y medios de comunicación propiedad de esas grandes empresas, están impulsando este robo impune. Se están introduciendo muchos otros cambios drásticos, casi demasiados y demasiado rápidos para que seamos capaces de seguirlos adecuadamente. Y no podemos hacer nada frente a la agenda que se nos ha impuesto.
Cierto es, la vida está cambiando, nos la están cambiado, pero no podemos controlar ese cambio. A ese cambio lo llamamos la nueva normalidad esperada con ansiedad. Pero curiosamente, un anhelo por la normalidad perdida puede significar que estamos dispuestos acríticamente a someternos a la nueva normalidad bajo las mismas reglas del juego que nos llevaron a la actual crisis.
Y de pronto como primer síntoma descubrimos que las cosas son tremendamente precarias, transitorias, y que nuestro mundo no es tan nuestro, ese mundo que creemos real no es tan nuestro ni tan real, que ha sido prefabricado para nosotros.
Podrá parecer extraño pero bajo un mirada de horror, la pandemia tampoco es realmente el panorama real, si bien consume nuestra ansiedad es solo una distracción. En el futuro volveremos la vista atrás y veremos que la pandemia fue solo una parte de la realidad. Una alerta que sirvió para que nuestra vida cambiara o nos la cambiaran. Un distractor de nuestra propia esencia humana. Un torbellino que nos sacó de nuestro propio eje. Una advertencia de que aquello que considerábamos vida, era la negación misma de la vida. Y la muerte es una didáctica brutal porque enseña en un dos por tres que somos marionetas sin controlar nuestro destino, ese devenir inexorable. Controlar nuestra inseguridad vital, nuestra necesidad de amparo, nuestros afanes de poder, nuestra tentativa de diferir o disimular la muerte que es lo que en última instancia nos acongoja.
El virus, si nos respeta la vida, nos la cambiará para siempre y es posible que no nos demos cabalmente cuenta de ese cambio que será como aferrarnos a nuestras viejas obsesiones y conservar lo que siempre ha sido.