Juzgados en ausencia a puertas cerradas y sin público, sin prensa y con parte de los procesados presentes puestos mascarillas en el rostro, igual que sus juzgadores, se dicta sentencia en el juicio más suigéneris de la historia judicial ecuatoriana.
La escena tiene lugar en el octavo piso de la Corte Nacional de Justicia, escenario en donde el Tribunal del Juicio del caso Sobornos 2012-2016 da a conocer el veredicto decidido luego de 26 dia de deliberación. Los asistentes ingresan al lugar, previo aseo de sus zapatos en una alfombra impregnada de cloro, control de su temperatura corporal, entrega de gel anti bacterial y uso obligado de mascarillas en el rostro y guantes plásticos. La diligencia es transmitida por Facebook live en tiempos de coronavirus.
Es un juicio suigeneris porque, como denuncia el acusado principal, tiene como próposito impedir su regreso a la arena política de su país. Un juicio forjado con archivos manipulados, demostrado por peritajes internacionales que no fueron admitidos como prueba. Un informe pericial de una «perita» que no es tal. Una acusación que sindica a un ex presidente como jefe de una «organización criminal» por sobre el vicepresidente, ministros y funcionarios. Una sentencia forjada con pruebas, apelando a cuadernos falsos. Una condena redactada de antemano amparándose en una teoría de Claude Roxin que implica al ex presidente como «autor inmediato por dominio de la organización». Con un juez encargado cuya permanencia en el cargo depende del fallo.
Es la justicia en cuarentena, con el rostro cubierto, las manos enfundadas y la adecuada distancia social entre acusados y acusadores, como símbolo de asepsia. Para no contaminarse los unos con los pecados virales de los otros.
En el banquillo de los acusados en ausencia compadece el ex presidente de la República, Rafael Correa y 19 procesados, entre funcionarios y empresarios, bajo la acusación de una fiscal también en cuarentena, Diana Salazar. Protegida la magistrada con todos los aditamentos de la política actual para conservarse inmune ante el oprobio de una actuación contaminada de revanchismo que dicta sentencia la política de baja estofa.
La emergencia que vive el país no es nada ante la urgencia de los acusadores por dictar sentencia, a como dé lugar, para zanjar cuentas con sus enemigos políticos. La sala de la CNJ se supone, debe estar debidamente descontaminada de injusticias, de dedicatorias de un poder judicial al servicio de la política en tiempos de pandemias de odio, de contaminación del virus de la estulticia que se propaga sin dejar lugar a la inmunidad que permite la inteligencia, las buenas razones y el entendimiento que debería inmunizar a un país de la ignominia de la traición y de la innobleza de la venganza. Hoy se pone punto final a un capítulo singular de la historia judicial del país. Es fácil prever la escena de la sentencia escrita en un guión por todos conocido.
Solo queda que el juicio de la historia ponga en el exacto lugar que corresponda a tirios y troyanos. Una historia que se repite como tragedia y como farsa, cada vez que no aprendemos de ella. Porque quien no conoce la historia corre el riesgo de repetirla, como oleadas que recuerda a las pandemias que cada cierto tiempo nos pone en el extremo de los límites de la cordura humana.