Cuando Silvio Rodríguez escribió los versos musicalizados “lo más terrible se aprende en seguida y lo hermoso nos cuesta la vida”, seguramente no estaba pensando en ninguna pandemia. El trovador cubano aludía a una verdad válida para cada instante de la vida. Y como latinoamericano, sus versos se expandieron cual ráfaga de viento por ventisqueros y valles, desiertos y mares, recordándonos que a los latinoamericanos lo hermoso sí nos ha costado varias vidas en lucha por una vida digna. Y ahora esta pandemia sospechosa nos obliga a aprender en seguida, porque es terrible.
Funesta porque en América Latina y el Caribe tenemos que frentear la emergencia de manera distinta a como lo hacen en otras latitudes. Al menos el virus cae en un caldo de cultivo latinoamericano del subdesarrollo, un territorio en donde se amplifican las diferencias, la marginalidad y la vulnerabilidad, y queda al desnudo el alto costo social por el desmantelamiento neoliberal de la salud pública. Señalar que ningún sistema de salud continental va a resistir la presión de la demanda sanitaria, es reconocer que en América Latina, lejos de estar preparados para una crisis de esta magnitud, no existe un sistema verdadero de salud pública en capacidad de cubrir las expectativas de toda la población.
Y los mensajes preventivos caen en el vacío para miles de latinoamericanos. La sencilla recomendación de “lavarse las manos frecuentemente”, es para miles de familias una burla, en una región donde el 40% de los hogares carece de acceso a agua potable en sus casas. La orden de “quédate en casa” es otra orden sin tomar en cuenta la realidad de miles de personas. Nos hemos preguntado ¿cuántos ecuatorianos están en posibilidad de hacerlo sin padecer hambre y abandono? Una cosa es decir que ahora hay que trabajar en casa y otra cosa es dimensionar quiénes pueden hacerlo. Seguramente el trabajador manual, el obrero, la operaria no puede realizar su trabajo vía internet. Sin considerar cuántos tienen acceso a internet. Y qué decir de aquellos compatriotas que no pueden quedarse un día en casa porque si no trabajan hoy día, mañana no comen. Los miles de informales que invaden las calles urbanas vendiendo miseria, mendigando caridad, o cantando su tragedia en los buses municipales. Palabras como cuarentena, confinamiento, aislamiento, no tienen ningún sentido para miles de ecuatorianos que encuentran en la calle, en portales y esquinas de la mendicidad, en la vereda de los barrios marginales, la única posibilidad de sobrevivir.
Eso es lo que ocurre en Guayaquil, ciudad acostumbrada al comercio de persona a persona, de contacto colectivo, de jolgorio barrial, con un clima del demonio que hace imposible quedarse “en casa” en una covacha del suburbio sin aire acondicionado a una familia de seis u ocho miembros. Y en esa ciudad la pandemia empezó por arriba, por Samborondón, donde la pequeñoburguesía en ascenso se reunió para celebrar una boda exclusiva y alguien llevó de regalo el coronavirus. Esa misma gente hoy está recluida, fondeada, en sus mansiones con aire acondicionado que han convertido en clínicas privadas con médicos traídos desde los EE.UU. El hombre y la mujer del guasmo o la Prosperina salen de su casa a tomar un poco de aire o a tratar de vender lo que pueden en las calles de una ciudad indolente. No se trata de justificar ninguna “indisciplina” de la gente pobre del puerto, pero sí de explicar la realidad tal cuál es. Un parte de esa realidad es que la información no llega a mucha gente, sobre todo a la población pobre. Diversos gobiernos de la región han adoptado la cuarentena y la restricción parcial de movilidad, que obviamente no tiene en cuenta la necesidad de salir de los trabajadores forzados por los empresarios y el trabajo informal. Los medios hegemónicos están más interesados en el impacto bursátil que en el impacto social de la pandemia. Sin embargo, este fenómeno, el de las noticias falsas inspiradas en las usinas del gran capital que maneja los medios hegemónicos y las redes sociales, no es un hecho aislado, tampoco nuevo.
La pandemia latinoamericana es una amenaza real con probables consecuencias desastrosas sobre la salud de la población en vulnerabilidad. Hoy día son 190 millones de latinoamericanos que viven en situación de pobreza y 65 millones en situación de miseria extrema. Lo que va a ocurrir es que nuestra economía continental se va a detener y entraremos en una recesión sin precedentes. Los mismos economistas funcionales al sistema lo dicen: hoy no es el tiempo de invertir, de crecer, de hacer negocios, es el tiempo de salvar la vida colectiva e individual. En varios países ya han puesto en marcha medidas como moratoria de pago de alquileres, luz, agua y telefonía; bonos o rentas solidarias durante el tiempo que dure la crisis para personas afectadas o para toda la población en situación de vulnerabilidad, apoyo a pequeñas empresas y economía informal y a la producción y comercialización de pequeños campesinos, para que sigan garantizando la alimentación.
Después de la pandemia
Se avecinan protestas sociales luego del fin de la pandemia. No olvidemos que esas protestas ya habían comenzado antes del virus pandémico en octubre. Y aquella situación se puede agudizar. Habrá tensiones sociales sobre quienes pagan la factura de la crisis económica, y lo que se debe evitar es que esta situación recaiga sobre los trabajadores y esta vez la paguen los dueños de los bancos y de la deuda externa. Las condiciones están dadas. En toda la región, hay más de cinco millones de niños con desnutrición crónica, y la mayor parte también viven en zonas rurales. En Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá y Perú, más de las mitad de los infantes que viven en el campo no come lo suficiente.
La pandemia ha puesto en evidencia que uno de los mayores problemas que tenemos en América Latina son los altos costos de los servicios médicos y además la poca inversión gubernamental que no supera el 6% del ingreso de las naciones, tal como lo establece la Organización Mundial de la Salud, OMS. El problema grave que tenemos en casi toda la región, además de la desigualdad social, es un sistema de salud raquítico y muy privatizado. La conclusión obvia que nos enseña la pandemia es que es el Estado el que hoy debe intervenir y administrar toda la red hospitalaria, incluida la privada, y contratar directamente la adecuación para la epidemia en todo hospital o clínica abandonado o cerrado. Ante la pandemia y pese a las privatizaciones, hoy es el Estado quien debe hacer compras masivas de equipos médicos, camas de cuidados intensivos, aparatos de ayuda respiratoria, medicinas como la cloroquina y el interferón, que se hace en Cuba. Debe usar hoteles para atender enfermos y separarlos de los demás.
Un estudio indica que la Organización Panamericana de la Salud (OPS) advierte que el 30 por ciento de la población en América Latina y El Caribe no tiene acceso a la salud pública gratuita y sólo cuatro países de la región -Cuba invierte más del 28 por ciento de sus ingresos en asistencia médica social, Costa Rica, Uruguay y Panamá- cumplían un lustro atrás con los estándares de inversión establecidos por el organismo.
De acuerdo con una investigación del Instituto de Estudos para Políticas de Saúde (IEPS) de Brasil, la inversión total en salud pública y privada en Latinoamérica por habitante es baja, vemos que la región es una de las que menos invierte en salud: 949 dólares per cápita, incluso menos que el promedio de los países de Medio Oriente y el norte de África.
La escasa inversión en salud en nuestros países en materia de vacunación y prevención de enfermedades impiden que personas en situación de pobreza reciban atención médica. La cifras continentales son elocuentes: Del 50 por ciento de las muertes por maternidad en Latinoamérica, más del 20 por ciento son reportadas en regiones rurales de menor desarrollo.
Un inventario de la realidad latinoamericana nos está mostrando la evidencia de un continente expuesto a las pandemias y a la catástrofe social: La ola neoliberal puesta en marcha en nuestra región ha desmantelado los sistemas de salud públicos, en provecho de las ganancias del sector privado. Varios países de la región, han demorado la puesta en marcha de medidas de aislamiento, condenando a un eventual genocidio. Es el caso de Brasil, de Uruguay, de Chile y de Colombia. El hambre en Latinoamérica se ha convertido en la peligrosa pandemia que afecta principalmente a los niños y la pobreza afecta al 40% de la población.
Hoy dia cuidar la vida propia y la de los demás es el acto de solidaridad prioritario. El virus se derrota con la solidaridad, que debe ser el principal valor de nuestras sociedades. Solo entonces empezaremos a vencer la pandemia latinoamericana. Aquello terrible es lo que debemos aprender en seguida.