Siempre se dijo que en la naturaleza no hay procesos abruptos, que todo es gradual, incluso los terremotos se producen por la acumulación paulatina de fuerzas que en un momento dado se liberan. Pero la pandemia que vivimos a nivel planetario está siendo mucho más vertiginosa de lo que pudimos imaginar, adelantando otro proceso que también creíamos paulatino: el reordenamiento geopolítico del mundo. Una recomposición de las hegemonías territoriales que tiene íntima relación con otro fenómeno, las crisis capitalistas. La historia nos ha enseñado que tras una crisis algo grave sucede en el planeta, por lo general una etapa crítica internacional termina en guerra como un desfogue. Sucedió con las dos guerras mundiales del siglo XX. E incluso en la antigüedad las caídas de los imperios siempre fue precedida por una gran crisis política, ética o pandémica. Solo las guerras -feudales o capitalistas- han sido capaces de desarmar y volver a rediseñar el mapa del dominio internacional.
Esta vez la pandemia provocará un cambio en el comportamiento político y social de la humanidad. El coronavirus creará una nueva cultura. Es decir, un nuevo entramado de relaciones humanas desde lo económico, hasta lo político atravesando por lo cultural, lo ético y lo estético. A día siguiente de que el último contagiado muera y ya podamos respirar sin virus en la atmósfera, estaremos en presencia de un reordenamiento geopolítico del mundo, entre los que sobrevivan. El coronavirus es el gran acelerador de la historia. No hizo nada más esta vez que adelantar la crisis del capitalismo, similar o peor que las de los años 1929 o 2008. A partir de entonces comprobaremos que nuestra vida cambió para siempre.
Panorama global
Covid-19 produjo una vertiginosa globalización real porque internacionalizó la crisis y aunó a todos los países en una misma lógica de contaminación y muerte. Pero al mismo tiempo reveló la falsa globalización que se suponía existía y, en su lugar, desnudó al capitalismo hegemónico. Del mismo modo que la crisis del 2008 puso en evidencia la debilidad del sistema capitalista amenazado por un desproporcionado crecimiento de un sistema ficticio, que puso al descubierto que las necesidades sociales no resueltas eran infinitamente superiores a los recursos para satisfacerlas. En palabras sencillas, la bonanza fue un fraude, una mentira. Chile es el ejemplo más patético en nuestra región. Este fenómeno es el resultado de otra apariencia irreal: la globalización no era tal, no funcionaba como decían los jerarcas del capitalismo, incluso los de la izquierda. O en otros casos la globalización estaba desarticulada. Por eso EE.UU venía sintiendo su pérdida de influencia y hegemonía internacional en varios escenarios del planeta. Esta desintegración internacional tiene su mejor expresión en la Unión Europea, cada vez más desgranada que inicia con la separación continental de uno de sus principales miembros, Inglaterra. En ese río revuelto el primer ganador es China que perfiló y afinó estrategias eficaces para hacer crecer su influjo en Europa con alianzas prácticas, cooperación efectiva y coincidencia de intereses desde Rusia hasta Italia.
En tanto, EE.UU ve debilitar su poder externo e interno. En lo internacional mantiene una guerra comercial con China que está lejos de poder librar con éxito. Y al interior del país, una crisis social caracterizada por elevados costos de la medicina privada, onerosa e ineficiente, incapaz de vender servicios médicos a todos los estadounidenses, al punto que deja al 40% de la población fuera de la cobertura medica nacional. Quedó entonces en evidencia que el gigante yanqui es un “tigre de papel”, como siempre lo calificaron los líderes chinos. Como muestra basta un cifra escalofriante: EE.UU tiene una deuda externa que supera los 21 billones de dólares y sus reservas no superan los 450 mil millones.
Gran parte de esa deuda es con China que se perfila como el solitario beneficiado de esta coyuntura mundial. Y no es pura casualidad ya que China tiene un Estado fuerte y una robusta identidad nacional, basada en dos secretos: tradición e innovación. Un país que respeta lo atávico pero se abre a los cambios con flexibilidad. Frente a la férrea unidad nacional china, al centralismo de las decisiones y a la disciplina de su población habituada además al sacrificio colectivo, las instancias occidentales, organismos, instituciones y habitantes no cuentan con esa cultura plural, acostumbrados a una lógica individualista que hoy muestra su fracaso ante un enemigo común e implacable como el virus pandémico.
Otro elemento constitutivo de la nueva cultura que el virus generaría a corto plazo es la percepción de que la naturaleza se tomó la revancha por tanto maltrato depredador a manos de un neoliberalismo explotador de los recursos naturales, sin regulación ni control. El impacto medioambiental ha quedado al descubierto. A los pocos días que el hombre entró en receso nuevamente los pájaros vuelan libres de contaminación en el aire, las aguas de transparentaron, los árboles crecieron más rápido y los animales salieron de sus reductos para caminar libremente por las calles abandonadas por el ser humano. Una vez más queda al descubierto que la contradicción del hombre con la naturaleza es un drama real en detrimento de ambos. Esta contradicción pasará factura a corto plazo. El hombre en su irracionalidad redujo los animales de los campos y los encerró provocando una falta de fertilización -por bosta u orina animal- y dio paso al uso de herbicidas y fertilizantes. Como consecuencia inmediata la pandemia provocaría escasez y especulación en el precio de los alimentos. Un signo de la nueva cultura pos pandémica será el hambre.
El escenario catastrófico pos pandemia incluye un severo impacto social con pérdida de derechos humanos y la precarización laboral generalizada y el despedido masivo de trabajadores. En EE.UU ya comenzó este efecto con el cese laboral de 3 millones de operarios de diversas factorías. No deja de ser ingenua la recomendación a las empresas de que implementen el “trabajo en casa” que no considera que la gran mayoría de los trabajadores no pueden hacerlo y eso promueve la utilización de tecnologías inteligentes que provoca la cesantía. Si algo ha demostrado la pandemia es que la sociedad depende de los trabajadores manuales e intelectuales y que puede prescindir de patronos, cuya ausencia estos días no ha impactado como la ausencia de operarios en las fábricas, instituciones de seguridad, hospitales, y otros, es decir, la fuerza laboral y la mano de obra que echa andar un país en la práctica, más aun en aquellas actividades básicas que garantizan los alimentos y la salud de los habitantes en emergencias como la actual. El aplauso a los médicos y enfermeras, primera línea de combate al virus, no es por casualidad.
La pandemia promoverá una nueva cultura menos individualista más racional en la forma de relaciones humanas y sociales. O puede suceder lo contrario que como parte de la cultura de la pandemia el ser humano sucumba junto con sus pretensiones de grandeza, arrogancia y egoísmo que solo demuestran cuan débil es la condición humana. EE.UU está dando muestra de aquello, un pueblo formado en el más extremo individualismo, donde se cree que “el hombre se crea a sí mismo”, ahora el verse obligado a recurrir a una experiencia masiva en que el Estado reconoce de hecho su responsabilidad sobre los padecimientos de la población, abre una caja de sorpresas que puede aportar a una nueva conciencia.
En definitiva, la nueva cultura del virus nos obligaría a una desglobalización, contraria a lo que trató de imponer el neoliberalismo y a un nuevo mapa geopolítico con cambios en la hegemonía mundial. Viviremos un mundo que padecerá hambre por falta de recursos esquilmados por la irracionalidad agroindustrial. La alternativa acaso está en la práctica de un auténtico internacionalismo solidario, en la explotación racional de los recursos naturales, en la distribución equitativa de los bienes y en la conciencia de una paz real que nos permita reencontrarnos como hermanos y superar las dos contradicciones esenciales que exacerbó el virus: la del hombre con el hombre y la del hombre con su entorno natural.