Este sábado se cumplen 78 años de la muerte del poeta español Miguel Hernández. Un combatiente republicano muerto en la cárcel el 28 de marzo de 1942, luego de haber sido una de la voces más notables en lucha por la vida al fragor de la guerra civil española. Desde sus orígenes hasta un final patético, Hernández transita una senda de autoformación cultural y de compromiso político activo. La razón de su vida hay que hallarla en la intensidad de su existencia y en las múltiples experiencias vitales que definieron su poesía, su enorme capacidad de creación y extraordinaria vitalidad.
Cuenta su reseña vital que el poeta nació en Orihuela en el seno de una familia rural, el día 30 de octubre de 1910. Fue hijo de un tratante de cabras, estudió sus primeras letras en la Escuela del Ave María y en el Colegio de los Jesuitas de su pueblo natal. Comenzó a escribir poemas hacia 1925, pero es en 1929, al iniciar su amistad con Ramón Sijé, que inicia la publicación de algunos versos. En diciembre de 1934 asiste en la Universidad de Madrid a una conferencia de Pablo Neruda que le acoge con afecto, iniciándose lo que llegaría a ser una gran amistad. Estos versos escribió iluminado el poeta de Isla Negra a su amigo pastor: ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz!
Al cabo de una vida intensa de lucha política, poesía y romances, Miguel Hernández, es juzgado a principios de 1940 y condenado a muerte, debido a sus actividades como Comisario de Cultura y por haber escrito la obra Teatro en la guerra. Durante dos años cumple condena en diversas prisiones: Palencia, Yeserías, Ocaña y Alicante, donde habría de enfermar gravemente de tifus y de tuberculosis, dolencias agravadas en la enfermería de la cárcel en la que murió el 28 de marzo de 1942. Escritor de tan corta existencia, el poeta alicantino Miguel Hernández, dejó escrito como una confesión en sus versos “llego con tres heridas, con tres heridas voy, la del amor, la de la muerte, la de la vida”.
En este tiempo de duelos las tres heridas se traslapan, y de las tres heridas, la de la muerte vence a la herida de la vida, mientras que la herida del amor no alcanza a revertir ese soplo funesto que arrasa a miles de víctimas de la pandemia que ahora mismo asola a la humanidad. La muerte quiere imponernos el designio de un concepto de amor como destino trágico que termina destrozando la vida. Duro es cuando la herida del amor sangra y la herida de la vida no cicatriza antes de convertirse en herida de la muerte !Qué desolador cuando la herida de la vida sangra, porque la herida de la muerte consigue imponerse a la herida del amor!
En estos tiempos de pandemia que nos descubre vulnerables, expuestos a los designios de un enemigo implacable, el amor y la vida son el lenitivo contra la muerte. Tiempos de muerte que asechan la vida en detrimento del amor impotente e impedido de sepultar a sus muertos, a los que no pudo en su intento preservarles la vida. El dolor, no deseado sin embargo, muchas veces presente suele conceder la lucidez y el don de la precisión a quien lo padece. El poeta Miguel Hernández nos dejó escrito versos que perfectamente podrían servir en su epitafio: “llego con tres heridas, con tres heridas voy, la del amor, la de la muerte, la de la vida”.
Del amor a la vida, y de la vida a la muerte, Miguel Hernández amó, sufrió y escribió poemas inmortales, hasta que llegó su propia muerte alevosa, compañero del alma, tan temprano…
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