Las dos principales contradicciones humanas son la del hombre con el hombre y la del hombre con la naturaleza. Esta afirmación fue hecha por Marx hace más de 200 años, pero nos cuesta aceptar la verdad que implica y el drama que simboliza esta metáfora social. No hemos querido reconocer que el hombre es la naturaleza que toma consciencia de sí misma. Ahora podemos decir que una tercera contradicción marca el destino de los habitantes sobre el planeta: la contradiccion del hombre con microbióticos que atacan mutados e invaden su cuerpo orgánico y terminan invadiendo su cuerpo social, situándolo al borde de un apocalíptico exterminio masivo.
La pandemia que vivimos es una parábola de la sociedad actual: el virus nos dificulta respirar, nos asfixia y luego nos arrebata la vida. Como una alerta, el planeta dice basta: Quiero una cuarentena para sanearme. Que los ríos fluyan transparentes, que son mis venas sobre bosques, selvas y montañas. Quiero habitat limpios como las aguas de Venecia que vuelven albergar peces en transparencia. Que las aves puedan surcar el aire sin interferencia de máquinas que emiten gases tóxicos. Quiero que los pájaros trinen sin la contaminación del ruido de factorías asesinas. Quiero ciudades armónicas sin habitantes neuróticos corriendo en alocada carrera del hombre contra el hombre. Quiero en silencio la pureza planetaria.
El mensaje es la urgencia de transformar una sociedad que sobrevive de la explotación del hombre por el hombre y de la depredación de la naturaleza por el hombre. El planeta decretó un asueto imperativo para hacernos sentir su pausa en dramática cuenta regresiva. Regresiva a estados de barbarie que develan la verdadera condición humana del hombre solo en el mundo, sin dioses. Sin otro dios que no sea el dinero que impone su ritual de muerte por miseria. Sin otro signo que no sea el brutal distanciamiento social que muestra la soledad en la que hemos vivido, hacinados.
No deja de ser insólito que para sobrevivir el hombre deba convertirse en Crusoe contemporáneo. Metáfora de la soledad del hombre solo en su isla existencial, el coronavirus nos anticipa cómo puede ser la vida del hombre desolado y en soledad, que no es exactamente lo mismo. Aislados, ya no estamos con otros hombres, desolados ya no estamos con nosotros mismos. El coronavirus condena a la desolación humana y planetaria. Pero el planeta sobrevive girando en torno al astro mayor que hace posible la vida, hace florecer los campos, hace trinar los pájaros, hace fluir los ríos, olear los mares y soplar los vientos, elementos naturales libres de deshechos creados por el principal contradictor que es el hombre.
Si esta vez no asimilamos la afirmación de Marx de haber vivido en contradicción con nosotros mismos y con nuestro entorno natural, podría ser el principio del fin. Acaso la naturaleza nos de otra oportunidad de consagrarla en sus derechos como el hogar común en el que debemos vivir. Acaso nos brinde la chance de reorganizarnos en una sociedad más justa y colectiva. Menos perversa que las formaciones sociales que hemos inventado para sobrevivir con la arrogancia de individuos presuntuosamente superiores. Esta vez un diminuto biorganismo, simbólicamente, nos dificulta respirar y nos mata por asfixia. Acaso sea un postrer mensaje planetario, una alerta natural que nos obliga a reconocer que ya no es posible seguir viviendo en absurda inarmonía y que es la hora de reconciliarnos entre los hombres y con la naturaleza bajo cielos más limpios, sobre suelos más sanos.