El ser humano aprende por acción u omisión. Lo que hace y deja de hacer como didáctica que confirma la certeza de nuestro comportamiento. No es casual que por sus obras los conocerás y nos conoceremos. Esta simple verdad diferencia y asemeja a los dos países más golpeados por el coronavirus: China e Italia, dos culturas, dos historias, dos pueblos que han aprendido de forma distinta de sus acciones y omisiones enfrentados a un mismo enemigo común, con resultados diferentes.
Las imágenes que recorren el mundo, que provienen de las ciudades chinas e italianas son tan disímiles, como dos versiones de un mismo drama. En una, los habitantes de Wuhan, epicentro chino de la pandemia levantan el puño en señal de victoria contra el virus; en otra, una retahila de ataudes llenan las iglesias de algunas ciudades del norte de Italia derrotada hasta hoy por el mismo enemigo común.
Observándo esas imágenes uno se pregunta ¿qué hizo mal o bien, el uno y el otro país? Ambos con historias milenarias, con pasados de esplendor y derrumbe de sus imperios, con auge y depresión de sus culturas. Ambos con sus mitos y realidades y con sus hijos que, aunque hermanos, dieron respuesta distinta acaso a comunes interrogantes.
China ha respondido con organización colectiva, depositaria de una cultura milenaria arraigada a lo plural. Italia, históricamente, ya ha visto derrumbarse sus imperios por la descomposición material y moral de su orden social en el que primó el culto a la personalidad individual.
Italia, el país más religioso del mundo, sede del catolicismo hoy tiene sus iglesias convertidas en cementerios y donde nadie puede despedir a sus muertos, todavía agónicos, por otro medio que no sea a través de un celular o de una tablet conectada al Internet. Un territorio de muerte en el que la vida ya no es un derecho de todos y alguien decide por el otro atacado por el virus, quién merece vivir.
China ya da, con cautela, por ganada su batalla contra el coronavirus. Los medios estatales multiplican sus informaciones sobre el regreso a sus lugares de origen de los médicos que acudieron a prestar ayuda a los hospitales de Wuhan, desbordados y faltos de material protector durante las primeras semanas. Es un completo revés de la situación de hace dos meses, cuando eran otros países los que tomaban medidas para protegerse de posibles contagios importados.
Italia que hoy clama al mundo por respuestas a preguntas sin resolver. Por qué no tiene sistemas sanitarios ni epidemiológicos adecuados. Por qué la cifra de enfermos contagiados por el coronavirus supera los servicios de salud. Por qué Italia está seleccionando a sus muertos, luego de que el virus seleccionó a los que estaban vivos. Por qué las 5.200 camas de cuidados 775intensivos que existen en ese país se vieron rápidamente sobrepasadas.
Las cifras oficiales muestran que al 19 de marzo en Italia han muerto 3.405 personas, una cantidad superior a la de China, donde surgió la epidemia a finales de 2019 y que hasta el mismo día había reportado 3.249 fallecidos. “No debemos permitir que se revierta la tendencia positiva obtenida mediante grandes esfuerzos”, advirtió el miércoles el presidente chino, Xi Jinping, en una reunión de altos cargos del Partido Comunista de China.
La semana pasada, China ya había enviado 1,8 millones de mascarillas para España e Italia, los dos países europeos con mayor cantidad de víctimas mortales. Italia, país europeo más golpeado, se beneficia desde hace semanas de material y de la presencia de expertos chinos. El presidente Xi Jinping prometió al jefe del gobierno italiano, Giuseppe Conte, en una conversación telefónica, que la ayuda china no va a cesar.
Lo colectivo y lo individual
Una cultura y sociedad puede ser descrita y definida en términos de su forma de ver el mundo y verse a sí misma en él. En Oriente, y particularmente en China, la cultura y sociedad tienen una visión colectiva. No importa solo lo que cada individuo quiere, sino también importa el rol que cada individuo cumple en el conjunto. Cuando pensamos en China y no logramos entender la forma en que piensan y viven los chinos, es porque nosotros estamos hechos para pensar en nosotros como individuos, y ellos en ellos como un conjunto. El núcleo familiar tiene otro sentido, la cultura popular tiene otro sentido, incluso el trabajo tiene otra dimensión.
EEUU, paraíso mítico del «hombre hecho a sí mismo» de manera individual, y en particular Donald Trump enarbolando el espantajo del peligro socialista, no contaban con el coronavirus, uno de esos hechos imprevisibles que solo determina la fortuna. Hoy esa nación individualista intenta enfrentarse a las circunstancias, sacar partido de la incertidumbre y convertirlos en una oportunidad para asentarse en el poder. Hasta hace poco, Trump, príncipe maquiavélico, solo hacía las cuentas de la repercusión directa que pudiera tener la parálisis de China en la economía. Primero la descalificó y luego culpabilizó a China y a Europa: era un virus chino, propagado por los europeos. Ahora, quizás ya fuera de tiempo, incluso la Casa Blanca vira a la izquierda, declara la guerra al virus, confía en el Estado para salvar la economía y quiere regar con ayudas directas a los más desasistidos. Es decir, piensa con sentido colectivo.
Si regresamos la vista al natural deseo de felicidad y éxito que caracteriza a las culturas occidentales, amerita agregarle un ingrediente: lo social. Amerita el regreso, o el ingreso en nuestro caso, a una cultura más pluralista, menos yoista. Cierto es que no solo importo yo, sino también el otro, y frente suyo cabe la pregunta: ¿de qué forma puedo aportar con él y cómo el colectivo puede contribuir a mi plenitud? Esa didáctica es simple y al mismo tiempo compleja: se trata nada más y nada menos de encontrar todo lo que anhelamos, de forma más sencilla, consciente y compartida. La vida no es, no parece ser, un algoritmo individualista, más bien en la acción y en la omisión, suele ser una heurística que busca una solución en una existencia colectiva y solidaria.