Agustín decía ser “el más guapo de la familia”, con ese sentido suyo del humor que lo caracterizaba. Un humor sano, inteligente, que le permitía reírse de sí mismo con una fina ironía que muchas veces se dibujó en la singular sonrisa de su rostro. Un rictus de plenitud ante la vida dibujado en su rostro de hombre bueno. Agustín Montúfar Égüez tenía el don de la autenticidad que se expresaba en la sobria informalidad que le hacía andar por el mundo sin poses, bien con un bluejeans roto en las rodillas o con el traje austero para ocasiones especiales.
Agustín era de una sola pieza, y detrás de su aparente timidez había un hombre de ideales firmes y convicciones intransables, que compartimos muchas veces en charlas frecuentes mientras daba forma a las revistas Rocinante o Babieca frente a la Macintosh que dominaba, diseñando con un lapiz electrónico del que surgían formidables propuestas gráficas para las dos publicaciones de la Campaña de Lectura Eugenio Espejo que llegó amar con serena pasión profesional.
Agustín era un profesional a carta cabal que hará mucha falta en Casa Égüez, porque siempre daba más de lo que uno requería, y me lo demostró en el diseño editorial de libros que hicimos juntos y en la riqueza visual que plasmó en las dos revistas que el concibió con sapiencia de experimentado diseñador.
Era un gran amigo de sus amigos. Agustín se caracterizaba por su actitud de brindarse a la vida que expresaba en pocas palabras, pero con gestos ejemplares de generosidad y entrega a las circunstancias y a las personas que él llegaba a estimar. Receptivo de ideas como era, muchas veces asentía con una sonrisa estar de acuerdo con los demás. Nunca se negaba aferrado a sus ideas, las compartía y hacía suyas aquellas creencias y sentimientos que en el fondo maduraba con inteligente reflexión ante las vivencias más simples o complejas de la vida.
En su despedida se dijeron cosas buenas de él, como es costumbre relievar la personalidad de los que se van. Pero en el caso de Agustín, se afirmaron verdades ciertas y sencillas, por lo mismo poderosas, que lo retrataron de cuerpo entero: correteando por una playa bajo un sol radiante como su sonrisa o accediendo a su trabajo con serenidad, sin decir nunca no, aportando su sabiduría y voluntad de hacer las cosas bien.
Se dijo que se fue sereno, como advirtiendo a sus seres amados de la conformidad que siente con su existencia y la vida que compartió con ellos, con su esposa y dos hijas, con su madre, hermanos y primos, con sus tíos y sobrinos; con sus amigos y conocidos que no lo olvidaremos, porque Agustín acaba de renacer en nuestro recuerdo imborrable de ser humano íntegro, magnífico en su manera de compartir amor y fuerza para vivir.