Entre los muchos mitos que se han creado en torno a la mujer está aquel que insiste en que mujer hay una sola, con una sola vocación: la maternidad. Nada más simulado. La mujer, a la luz de sus roles, intereses y facetas es un ser simultáneo. La simultaneidad de la mujer la proyecta en condición de mostrar diversidad que se traduce en su capacidad de estar en muchas cosas a la vez, sin dejar de ser, esencialmente, el ser originario que concibe la vida.
La sociedad en sus diversas etapas de desarrollo se ha empeñado en mostrar roles unívocos de la mujer, enfatizando en aspectos que le son socialmente funcionales. De ese modo, en la edad antigua, el esclavismo confería a la mujer un papel reproductor y fetichista. La instrumentación de que fue objeto el hombre durante la esclavitud llegó a la mujer de igual manera, las variantes se explican en relación con los objetivos de las cortes. Como esclava de tala, trabajaba principalmente para la subsistencia de las haciendas en los conucos: en siembras, mantenimiento y recolección; en la cría de animales domésticos, etc. con la ayuda de ancianos y niños. Como jornalera, era alquilada y trabajaba para beneficio de su amo, como vendedora de víveres, tejidos, flores, o incluso como prostituta.
En el Medioevo, la mujer es un elemento ornamental al servicio de la religiosidad imperante, pero con cierta funcionalidad fetichista, bajo la mirada de una sociedad profundamente machista y confesional. Esta es la razón por la que el varón ocuparía un papel preeminente ante la mujer. En este marco patriarcal, la vida pública, desde la política a las armas pasando por la cultura o los negocios, está reservada casi exclusivamente al hombre mientras que la mujer está recogida en la vida doméstica. Sin embargo, en las sociedades tradicionales, en las que la escritura no desempeña el papel fundamental que ahora tiene, la transmisión de la mayor parte de los conocimientos se efectúa precisamente en el marco de la vida privada por lo que el papel de la mujer no queda mermado. Al ser heredera la sociedad medieval de las costumbres romanas y germánicas al tiempo que heredera de un sistema de creencias estructurado en Oriente Medio, establece sus bases en el patriarcado que asigna un rol activo al hombre y pasivo a la mujer. Como norma general la mujer no tiene derecho ni a voz ni a voto, debe permanecer callada en la iglesia. Sólo los hombres tienen voz en la familia, en la sociedad y en el Estado.
En la sociedad capitalista la mujer tiene asignado el rol de productora y reproductora. Se la concibe como mercancía ya que vende su fuerza de trabajo. Pero es doblemente explotada como trabajadora y como generadora de reproducción humana. En el aspecto económico la mujer ocupa una posición inferior al hombre, donde además de sufrir la explotación de clase, contradicción fundamental de la sociedad, cuando es asalariada es explotada directamente por el capital en una forma más intensa que el hombre. Y como ama de casa es indirectamente por el capital, debido a que éste puede pagar salarios más bajos por el trabajo gratuito que la mujer le aporta en la reproducción de la fuerza de trabajo. Esta explotación económica conduce a la subordinación de la mujer al hombre, pues éste adquiere “mayor autoridad” por ser quien aporta mayores recursos al hogar.
En la sociedad actual, la mirada del artista es la que mejor refleja la simultaneidad de la mujer. Una mirada vista desde el amor, y a través de la inspiración amatoria de la mujer. Poetas, músicos, pintores, entre otros, han cantado apologías al simbolismo metafórico que representa la mujer.
Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega, dejó escrito Neruda.
O este otro verso nerudiano: Como sabría amarte mujer, como sabría amarte, amarte como nadie supo jamás. Morir y todavía amarte más, todavía amarte más.
En Goya están las majas desnudas en la paz y las majas combatientes en la guerra. En una guerra que es la madre de todas las batallas, la mujer protagoniza la defensa de su dignidad en medio de los horrores bélicos. Y el artista muestra a una joven encendiendo la mecha de un cañón, o la anciana defendiendo a otra mujer de la ignominia de su agresor, con un puñal en las manos. Pavel Égüez, en diálogo con Goya, recrea en imágenes denunciantes el simultáneo rol de la mujer como víctima y combatiente en la serie de grabados Los desastres de la guerra. Un eco solidario del arte comprometido con los destinos de la mujer.
Mientras Serrat evoca a la compañera en su poema musicalizado: Mi tibio rincón, mi mejor canción, mi paisaje. Mi leña, mi hogar, mi techo, mi lar, mi nobleza.
O el magnífico epigrama de Ernesto Cardenal: Al perderte yo a ti, tú y yo hemos perdido: yo porque tú eres lo que yo más amaba, y tú porque yo era el que te amaba más. Pero de nostros dos tu pierdes más que yo: porque yo podré amar a otras como te amaba a ti, pero a ti no te amarán como te amaba yo.
Imágenes: Pavel Égüez