El poeta volvió a Solentiname y lo hizo de manera austera, humilde como fue su vida. Un sencillo monolito de piedra engalanado con flores de avispa, especie tropical común en el lago Solentiname fue el terrenal homenaje que recibió Ernesto Cardenal, el poeta revolucionario de Nicaragua que luchó contra la dictadura de Somoza y contra el régimen de Ortega.
El hijo nicaragüense de la Teología de la Liberación, aquel que “no se sentó a la mesa del tirano” denunció las inequidades en sus versos de amor y lucha, y fue despedido por su pueblo que lo amó con ese amor incondicional que fortalece mil batallas contra la injusticia social. Un adiós adelantado algunas horas para eludir el acoso de los ortegas que pululan hoy en Nicaragua y que irrumpieron en la misa de su velatorio en la Catedral de Managua, para agraviar su memoria, cobardemente.
El traslado a la última morada del poeta a orillas del lago Solentiname fue “un acto muy personal” -dijo uno de los concurrentes- en la intimidad de 10 personas y en secreto. Bisco Centeno, el joven que acogió el monje trapense y brindó casa, educación oración y poesía, dijo que ese fue el último deseo de Cardenal: reposar en el archipiélago de Solentiname donde fundara su comunidad mística, en 1965, entre campesinos y pescadores a quienes enseñó la palabra poética, religiosa y artística de pintura primitiva.
Ernesto Cardenal fue sepultado junto a otros jóvenes combatientes contra la dictadura de Somoza que guardan sepulcro en ese lugar. Son sus “hijos espirituales” fogueados en el combate contra el dictador, héroes y mártires de un sistema de injusticias contra el cual el poeta luchó hasta el último día de su vida. Los restos de Cardenal arribaron desde Managua en vehículo por vía terrestre hasta la localidad de San Carlos y, luego allí, fueron traladados en “un barco de madera crujiente” en una travesía de dos horas hasta el archipiélago de Solentiname. Fue una triste travesía surcando el oleaje en las aguas de “la mar dulce”, como llamaron los españoles a ese accidente geográfico nicaragüense.
Con la amargura pintada en el rostro, los lugareños despidieron en último adiós al poeta de la justicia. Quedaba atrás una vida de lucha, de poesía y de oración por los más humildes de su terruño sojuzgado por tanta injusticia. Fue en la isla de Mancarrón donde “sus hijos” honraron al padre de Solentiname, al calor de una ventisca tórrida y húmeda. Allí se escucharon postreras plegarias, los últimos versos, los primeros de una oración eterna por la paz de uno los latinoamericanos más prominentes en el mundo de la poesía y la lucha revolucionaria. Según cuentan testigos, varios niños correteaban en torno a la iglesia construida por el poeta, mientras sus mayores levantaban una capilla ardiente en honor del luchador nicaragüense.
Poeta del pueblo
Ernesto Cardenal murió a los 95 años afectado por una dolencia cardio respiratoria. Su combatiente corazón sucumbió a la enfermedad, pero nunca se doblegó ante el tirano “rodeado de tu amor, señor, como por tanques blindados”, como reza un salmo en verso de Cardenal. El vate que dejó una significativa obra literaria y una estela ejemplar tras los años de luchar junto al sandinismo, también enfrentó al régimen de Daniel Ortega y su esposa S. Murillo, quienes “orquestaron una persecución contra el poeta llegando a imponerle multas por 800 mil dólares y varios juicios políticos”.
Sin embargo, en forma demagógica luego de su muerte, los mandatarios dijeron que Cardenal era “orgullo nacional”, y sus seguidores irrumpieron en la misa fúnebre provocando incidentes, agrediendo a los deudos y gritando “traidor” ante el féretro, mientras la policía antimotines asediaba a los asistentes. Cardenal fue un «perseguido político» del gobierno de la pareja Ortega Murillo por las denuncias de autoritarismo que hiciera el poeta en su momento.
Una versión de prensa indica que los “agravios” en el funeral fueron duramente criticados por el escritor Sergio Ramírez, amigo de Cardenal, quien fustigó “el doble discurso del Gobierno al decretar tres días de duelo por admirar supuestamente al sacerdote, cuando en la práctica hicieron lo contrario”. Son malos disfraces de un mismo acto. Es querer ocultar el sol con un dedo, dijo. Fue una torpeza tan grande como la catedral en la que se cometió.
La tarde caía en Solentiname. En el ambiente, el canto de los grillos opacaba el ruido del tenue oleaje del Cocibolca, éste a su vez se confundía con los cánticos entonados en la misa campesina en la que los lugareños elevaron una plegaria por Ernesto Cardenal, el poeta revolucionario que alzó su voz en una utopía y un canto de justicia para su pueblo.