La comunicación no solo es un discurso, es un acto práctico. En sí misma constituye un hecho tangible que provoca determinadas consecuencias para quien emite un mensaje. Y la comunicación política definida como “la producción, difusión, diseminación de los efectos de la información, tanto a través de los medios de comunicación masiva, cuanto de los interpersonales, en un contexto político”, se convierte en la principal herramienta de un Estado, Gobierno, partido, movimiento o personero político. En tal sentido, no puede ser jamás el último eslabón de un proceso político, sino integrante medular de la gestión gubernamental.
Esta verdad de Perogrullo parecería formar parte del mandamiento comunicacional de los gobiernos de Sebastian Piñera en Chile y Lenin Moreno en Ecuador, ambos enfrentados en los últimos tiempos a similares procesos de rechazo popular y protesta social generalizada, según confirman encuestas de opinión en sendos países sudamericanos. No obstante, la realidad dista mucho de ser así en la práctica.
En el caso chileno, al primer mandatario Sebastian Piñera las encuestas lo ubican con un 10% de aprobación a su gestión de gobierno y en descenso, mientras que la tasa de desaprobación del mandatario también ha aumentado en los últimos días y ronda ya el 81%. En el caso ecuatoriano el presidente Lenin Moreno, según últimas encuestas, registra una caída al 25% de aprobación popular, verificándose una reducción de su porcentaje inicial de aprobación que bordeaba el 70% al inicio de su gestión en el 2017. Otras cifras hablan de una aceptación presidencial no superior al 10%. Según la encuestadora Click. El 84,06% de encuestados califican de mala la gestión del presidente Lenín Moreno.
Segun expertos, estas drásticas y dramáticas reducciones en la popularidad de los mandatarios chileno y ecuatoriano tienen directa relación con el manejo de la comunicación política de ambos gobiernos que, al tenor de análisis, no estaría dando los resultados previstos.
Caso chileno
El gobierno de Chile desde octubre pasado viene enfrentando una fuerte oposición activa de la gran mayoría de los chilenos debido “al agotamiento del modelo político económico neoliberal” impuesto por el régimen de Piñera. En ese contexto, el comportamiento comunicacional del presidente ha mostrado erráticos desaciertos, producto de su propio estilo de comunicar y de la escasa o ninguna incidencia de los asesores contratados para el efecto. El mandatario chileno «salió mal parado, generó confusión y polémica, y apostó al terrorismo mediático, con una sobredosis de equipos comunicacionales en la casa de gobierno”, según apunta un análisis del periodista Hugo Guzmán. Hace un par de meses se anunció la llegada de Alfonso Peró, ex editor del matutino El Mercurio, al despacho presidencial, con la función de reforzar y proteger la imagen y los contenidos de Sebastián Piñera. También se informó de la creación de una oficina de comunicaciones de la Presidencia, sin embargo, recientes episodios comunicacionales protagonizados por el Presidente chileno, apuntaron a que no se ve la incidencia o modificaciones que pudo generar las medidas adoptadas por el régimen. El último día del Festival de Viña del Mar, Sebastián Piñera salió con una afirmación alarmante: “algunos quieren incendiar la Quinta Vergara”. Luego, en tono de advertencia, el mandatario advirtió que “si yo estimara que nuevamente es necesario establecer un estado de emergencia para proteger el orden público, para proteger a mis compatriotas, lo vamos a hacer”. Cuando se daba luz verde a la ley que tipifica como femicidio cualquier crimen contra una mujer, el Presidente expresó que “no es solamente la voluntad de los hombres de abusar, sino también la posición de las mujeres de ser abusadas”. Desacierto tras desacierto. Lo que demuestra que las declaraciones espontáneas y los criterios comunicacionales de un mandatario no dependen tan solo de las asesorías o labores de equipos de comunicaciones en su entorno, sino de su madurez política. En el caso de Piñera y sus últimas “cuñas”, se percibe una alta responsabilidad de él mismo en sus palabras e ideas. Frente a eso, es difícil que pueda hacer algo un plan de comunicaciones.
Caso ecuatoriano
En Ecuador ocurre algo similar con las intervenciones públicas de Lenin Moreno que, en diversas ocasiones, se caracterizan por desatinos, exabruptos o despropósitos evidentes en el plano político comunicacional. Conforme el análisis de Estefanía Montalvo, los personeros asesores de comunicación del régimen ecuatoriano parecen no entender que “no se trata solo de producir bonitos spots, ni informar cada semana los ‘grandes’ logros de la gestión gubernamental. Y mucho menos tomarse fotos con celebridades y lograr testimoniales de que todo va muy bien. Estas acciones soportan el mensaje al inicio, si se tiene un objetivo cosmético, pero al cabo de un tiempo se derrumba en detrimento de la imagen política de un gobernante”.
Y los hechos parecen confirmar dicha sentencia. Hoy una de sus debilidades más notorias es la comunicación política y de gobierno de Lenin Moreno. Gustavo Cusot, vicedecano del Colegio de Comunicación y Artes Contemporáneas de la Universidad San Francisco de Quito, señala que una buena estrategia comunicacional se sostiene en sólidas acciones gubernamentales en el ámbito económico, político, social, cultural, entre otros. “En el gobierno actual no está claro el objetivo o eje conceptual de lo que se quiere transmitir. Así la comunicación se siente vacía o fuera de contexto y, por lo tanto, esto afecta a la imagen del gobierno, sumado a los casos de corrupción que desprestigian y ocasionan una percepción negativa de su gestión”, concluye Cusot.
El problema medular en cuanto a la estrategia radica en la gobernabilidad (hay una aparente reinstitucionalización del país, sin embargo, ni en el discurso del 24 de Mayo no dejó de justificar todos los problemas echándole la culpa al Gobierno anterior). Otro problema es el exceso de portavoces, consejeros, ministros y asambleístas, ‘comunicando’ sin lineamientos y con una mirada a corto plazo. Se alega que el país está pagando “la fiesta” del anterior Gobierno, pero, incluso, ese discurso, también está desgastado, pues son dos años de gestión que aún no tienen una impronta propia. El último anuncio del “diálogo nacional” quedó en bonitos titulares, pero nuevamente no trascendió a propuestas concretas.
Ante la ausencia de una comunicación de gobierno sólida, las últimas movilizaciones hacen que políticamente el Gobierno tambalee y no atine qué decir ni qué hace, sin considerar las multiples intervenciones de Moreno que se caracterizarían por el machismo, desatinado sentido del humor, sexismo y otras perlas del ideario cuántico del presidente.
Los casos chileno y ecuatorianos son una muestra de aquello que no se debe hacer en comunicación, puesto que un Gobierno debe ganarse su cuota de legitimación diariamente, con una agenda política trazada y que no se pierda en reaccionar a la coyuntura. Cosa que está lejos de ocurrir en los dos países sudamericanos, cuyos gobiernos de Piñera y Moreno sucumben ante la incomunicación con su pueblo.