Uno de los grandes desafíos de la clase política ecuatoriana de hoy es volver a la unidad perdida y que se ha mostrado -por instinto o no- en anteriores ocasiones de la vida republicana. Todos enfatizan en la unificación de voluntades para reducir al mínimo la evidente “dispersión política” que se traduce en excesivas candidaturas y opciones electorales. Unidad en torno a “mi persona “, piensan algunos, aunque sin decirlo abiertamente, creen tener la verdad en sus manos y la capacidad de convocatoria, sin mayores condicionamientos ni objeciones de sus convocados. Incluso, una broma política dice que “la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”. Obvio, no se aclara que si es cada cual por su lado.
El Ecuador, como nunca antes, requiere de un proyecto político, económico y social en capacidad de convocar, de unificar y crear concensos. Antes se hablaba de “acuerdos mínimos”, pero el acuerdo de hoy parece ser máximo, porque no hay nada tangible, identificable a la vista que aglutine.
Cada tendecia -izquierda y derecha- se siente en capacidad de convocar. Pero una cosa es citar y otra distinta es mostrar capacidad de convocatoria en la práctica. Los escollos para que eso ocurra son evidentes: personalismos, falta de planes claros, mezquindad a la hora de hacer las cuentas en función de partidismos y no de país. Y por último, falta de imaginación para comunicar cada cual sus propósitos.
En las últimas semanas se escuchan voces disimiles hablar de la urgencia de “unidad”, de bajar las banderas de los partidismos y yoismos y ponerse a pensar en alianzas electorales encaminadas a la conquista del poder.
Todos son “precandidatos”, que están pensado en tomar la decisión -que reconocen urgente- y dicen hacerlo en los próximos sesenta días. Allí está Augusto Tandazo que se siente depositario de los ideales progresistas y llama a “conversar” a las fuerzas de la tendencia. Carlos Rabascall se propone unificar a la tendencia progresista y lo hace llamando “a todos”. Allí está Rafael Correa, que se siente seguro con un voto duro que bordea el 30%, según la intención de voto en encuestas. Y que sin ideas necesariamente nuevas, reitera la promoción de su obra social, se defiende de ataques por supuesta corrupción y saca las cuentas contra el tiempo para candidatizarse, y lograr de ese modo inmunidad para regresar al país a dar la batalla electoral. Tiene de ventaja su capacidad de comunicación, que se traduce en movilización popular. Tiene a su favor -si lo sabe explotar bien- la traición de su ex coideario Lenin Moreno a los principios del progresismo. Y sobre todo tiene a su favor el fracaso del neoliberalismo en manos de un aprendiz de neoliberal -Moreno- que por su falta de experiencia y talante llevó al país al desastre. La debilidad de Correa es el tiempo que corre entre su designación como candidato y la sentencia de culpabilidad que se fragua apresuradamente en los tribunales para dejarlo fuera de la lid electoral.
Existen como outsiders ciertos líderes indígenas -Vargas, Iza- que adquirieron protagonismo en octubre pasado, que lograron poner de rodillas al gobierno y que expresaron el descontento popular frente al fracaso de las políticas del régimen. Pero vino lo inesperado. El salvavidas que lanzaron al gobierno en el momento preciso y su declinación de seguir en la lucha y eso lo sabe, o al menos lo instuye, el pueblo. Y lo que es más grave: poco o nada hacen por convocar a toda la ciudadanía, dejando de lado sus posiciones étnicas racistas, sectoriales de reivindicación de un pasado ancestral, en consecuencia de que el país es mayoritariamente mestizo. El movimienrto indígena “puro” representa no más del 7% de la población, según censos útimos. Mientras los indígenas no hagan política, es decir, representen los intereses de al menos la mayoría nacional, y bajen las banderas ancestrales, no tendran mayor opción electoral y de asumir el poder.
Todos los aspirantes precandicatos, en el intento por captar la atención popular, apelan al “prestigio o carisma” que cada cual cree tener, a su “buena imágen”, incluso a sus buenas intenciones. Pero la política es el arte de hacer que las cosas sucedan, sin que medie el buen aspecto ni los buenos propósitos. No importa el pasado ni el futuro, sino el presente pragmático, con sentido utilitario. Ese es el capítulo de la lección que la derecha aprendió bien, hace mucho tiempo.
Los aspirantes al poder requieren experiencia en lides políticas, que les permita diseñar estrategias viables para concretar alianzas, tener ascendiente en las masas electorales, y una elemental base organizacional de respaldo que les facilite la logística de campaña. Y lo importante, un programa que refleje las frustraciones y aspiraciones populares con planes y programas financiables y aplicables.
No obstante, todos están en lo suyo.
En el frente del progresismo, el correismo sigue sacando las cuentas para ver si logra designar un candidato en firme a la presidencia de la República, secundado por Rafael Correa que transfiera votos en un apoyo electoral basado en la nostalgia por el líder y en el romanticismo de viejos proyectos cumplidos o perdidos. Caso contrario, sus aspiraciones parlamentarias son las de ganar una mayoría en la Asamblea Nacional -70 curules- para decretar una amnistía de todos los perseguidos politicos por el régimen.
Tandazo camina amparado en el “buen conocimiento” que la gente tiene de su persona, según afirma, me conocen bien, dijo en reciente entrevista: “Hay que volvernos hablar los de la lista que hemos estado en la lucha, sin celos, con renunciamientos, sin ello esto no va a ningún lado. Es la hora de la unidad, es un tema de ahora. Soy progresista reconociendo que el correismo es parte del progresismo. Pero no es suficiente. Hay un voto duro que no es suficiente, hay que hacerlo crecer”.
Rabascall cree en su trabajo, cara a cara, con sectores y colectivos en diversos lugares del país, principalmente en Manabí, para conseguir apoyos, semi orgánicos, en capacidad de unirse tras su égida de unificador del progresismo: “Mi planteamiento ha sido la unidad del progresismo…Es evidente que hay que conversar con todos aquellos actores que dentro del entorno progresista quieran retomar el rumbo del país… por supuesto que vamos a conversar y voy a esforzarme para llegar a un acuerdo en función del país”.
En la derecha, Nebot también habla de la necesidad de unificarse, pero lo hace con dos ventajas: conociendo muy bien a quién convoca, con qué convoca y cuál será la respuesta, incluso expontánea. Lo hace apoyado en una experiencia aceitada con recursos que le permiten una buena capacidad logística organizacional, movilizadora y, por tanto, electoral. En otras palabras, sabe a quién convoca: a la derecha, centro derecha y sus seguidores de una clase media dispersa. Con qué argumentos hacerlo: con la promesa de la “prosperidad”. Y cuál será la respuesta: un apoyo instintivo de la gente que aspira mejorar sus condiciones de vida. Nebot tiene certezas, más que sus contendores que se encuentran en fase de experimentación, a ver qué pasa: “Un año antes de las elecciones me parece un tiempo razonable para que esa bandera de la prosperidad y de la unidad, no sectaria, no partidista y con apertura, sea llevada con éxito. Yo por Ecuador y el bien de sus habitantes hablo con el diablo, si este tiene buena fe”, afirmó en reciente entrevista de prensa.
Guillermo Lasso sigue en lo suyo y lo propio, es decir, en la repetición de fórmulas prácticas, incluso ya transferidas y ejecutadas sin mayor éxito por gobierno de Moreno. Recetas del ideario banquero, reformas a ciertas leyes para viabilizar aun más la hegemonía e influencia económica de ciertos grupos empresariales apoyados por la banca.
La fórmula de la derecha económica ha sido siempre recuperar diversos negocios que son clave para su sobrevivencia e imponer políticas que faciliten su gestión de negocios: reducción de impuestos, liberacion arancelaria, recuperar fuentes de ingresos como aduanas, bienes raices, (supresión de ley a la plusvalía). Captación de negocios y actividades estatales en el rubro de servicios: electricidad, telecomunicaciones, entre otros. E intentar revertir la presencia del Estado en determinados rubros muy sensibles como salud, educación, seguridad social, comunicaciones, transporte, etc., privatizándolos. Tres consignas centrales, como señala Juan Paz y Miño: Reducir el Estado a sus mínimas capacidades económicas. Suprimir o reducir impuestos directos y particularmente los que afectan al empresariado. Y flexibilizar las relaciones laborales para disminuir costos y maximizar las ganancias. Es la misma trilogía actualmente vigente, en el segundo momento del modelo neoliberal-empresarial revivido por el gobierno de Lenín Moreno.
Caso contrario, ¿que podría suceder? Que algún outsider o insider gane la primera vuelta con el mínimo de apoyo cuantitativo en votos, y logre pasar a segunda vuelta, y en esa instancia consiga un triunfo con el apoyo de la suma de voluntades individuales que deciden por instinto y temor. Instintos de proteccion y miedo frente a la incertidumbre. Preferible repetir fórmulas conocidas, porque es más seguro conservar que cambiar. Así, siempre tiene una mejor opción la derecha política de llevarse el triunfo en la segunda vuelta de la campaña presidencial. Y la izquierda y sus adláteres del centro y de los extremos lo saben muy bien. Contra esa inercia política deben luchar las fuerzas “progresistas” llamadas a romper la tendencia conservadora instintiva del pueblo. ¿Será posible o se impondrá el conservadurismo el primer día de lo mismo? Ya veremos.