Luego de cumplir tres años en el poder que asumió el 20 de enero del 2017, con un juicio o impeachment en su contra celebrado el 20 de enero de este año, Donald Trump no tiene nada más que celebrar que haberse convertido en un gran terrorista internacional y desestabilizador mundial. Y en esa condición personal fue recibido en el Foro de Davos como un adalid del capitalismo más agresivo. Trump, de cara a su reelección, no dejó de aprovechar el encuentro internacional para fijar algunas ideas claves que forman parte de su errática política de Estado que, a no dudarlo, influye en el futuro de la economía planetaria, el cambio climático, el comercio internacional y el desenlace de guerras, incluidas la carrera armamentista y la amenaza nuclear.
Las estrategias adoptadas en el plano internacional están en coincidencia con las políticas implementadas al interior de los EE.UU, luego del triunfo en el Senado en el juicio presidencial que concluyó con la absolución del primer mandatario, como era de esperar. Según encuestas, seguidores republicanos de Trump no se alarmaron por el chantaje ejercido al primer ministro ucraniano para que investigara los negocios del precandidato demócrata Joe Biden. Eso fue algo considerado normal. Con ese espaldarazo, Trump se siente confiado para las elecciones presidenciales de noviembre.
Una serie de señales emitidas por el presidente norteamericano confirman su confianza en el triunfo electoral próximo. Trump repite incesantemente, con aires triunfalistas, que “América ya está volviendo a ser grande como antes”. Incluso exhibe cifras que no son del todo reales. El mandatario aseguró que en “los últimos tres años se habían creado siete millones de nuevos empleos en Estados Unidos, una cifra que contradice todas las estadísticas”, incluso habla de la existencia de un “boom económico” en los EE.UU, en contradicción con los propios augurios del FMI.
En el plano internacional, el discurso oficial de la Casa Blanca se jacta de haber abandonado pactos multilaterales como el Acuerdo de París sobre cambio climático, de haber dejado de lado el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, el Pacto Mundial de la ONU sobre Migración y Refugiados y el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio. En este campo, el retiro del Acuerdo Nuclear con Irán es una muestra más de la política exterior agresiva de Trump. Y como muestra, el régimen estadounidense no logra poner fin a guerras ya crónicas como la de Afganistán que dura 18 años, y conflictos bélicos en Irak, Yemen, Siria y Libia.
Trump ha demostrado con su política exterior ser un instigador del terrorismo en el Oriente Medio, tensionando las relaciones con Rusia y China, desestabilizando la paz mundial. Trump se equivoca en Oriente Medio si creyó encontrar la fórmula de empoderar a Israel y Arabia Saudí, puesto que las acciones invasivas en ese territorio fortalecen a países árabes que elevan su defensa ante la devastación estadounidense e israelita.
Trump orienta toda su política del año 2020 a la reelección que aspira en noviembre, guiñando un ojo a los sectores más conservadores de su país y a los países más belicistas del mundo.
El presidente estadounidense se juega una carta dura frente a los norteamericanos: mostrarse arrogante, chauvinista, conservador y belicoso. Cuatro ingredientes que pueden hacer mella e influir en el autoestima de un pueblo acostumbrado a los discursos grandilocuentes, manipuladores y, muchas veces, desprovistos de toda credibilidad.
Los resultados de las elecciones presidenciales de noviembre confirmarán o descartarán el mito de un país democrático, en el cual la democracia funciona como un mercado de oferta y demanda, libre y abierto a todas las tendencias como pregona la propaganda oficial. Caso contrario, el pueblo norteamericano habrá sucumbido a la tentación de sentirse liderado por un mandatario que al mismo tiempo de mostrar populismo demagógico, infunde terror mundial en cada uno de sus actos.