A mi hija Paula, fotógrafa de vocación
Dicho de mujer a mujer. De fotógrafa a fotógrafa. Nada más atinado para describir en palabras de Susan Sontag lo que hace Letizia Battaglia, la fotógrafa del horror. La fotógrafa que captó el resultado de los crímenes más espeluznantes de Palermo, Sicilia: “Hay algo depredador en la acción de hacer una foto. Fotografiar personas es violarlas, pues se las ve como jamás se ven a sí mismas, se las conoce como nunca pueden conocerse; transforma a las personas en objetos que pueden ser poseídos simbólicamente”.
Sin embargo, Batagglia ya no piensa en el dolor, al cabo de sus 84 años. Ni en el propio ni en el de las víctimas que captó con la lente de su cámara violadora. Dispuesta a quemar parte de su obra y destruir la belleza que algunos reconocen en sus fotografías de los crímenes de la Cosa Nostra en Sicilia, Italia.
A cuarenta y seis años de haber retratado el primer cadáver para el matutino L’Ora, nunca abandonó su memoria la imagen del cuerpo descompuesto, luego de ser asesinado hacía varios días: “Cuando llegamos allí el cuerpo llevaba varios días, dice Battaglia. El olor era terrible. Había un olivo y el viento esparcía el olor. Creía que el cuerpo se iba a mover. No lo hizo. Esto fue el comienzo de una historia que duró diecinueve años”.
Esa vida quedó consignada en el documental de Kim Longinoto que circulará al aire en Europa a mediados de febrero. La fotógrafa italiana es propietaria de una vida definida por el desafío y la pasión, contada por su propio testimonio, donde evoca a sus amantes y camaradas de trabajo.
Battaglia accede a la fotografía, tardíamente, a sus cuarenta años. Y ella confiesa que fue el comienzo de una historia de amor. Amante de las imágenes y de la realidad que se interpuso ante su cámara, Battaglia siempre fue una artista evasiva que, no obstante, miró de frente a la realidad. Una sociedad descarnada, violenta y triste: “¿Por qué será que las cosas terribles nos hacen sufrir durante toda la vida?”, se pregunta Battaglia con el ánimo de no doblegarse “ni ante la prepotencia ni ante la injusticia”
Reclutada en un periódico como redactora y fotógrafa prefirió el lenguaje de las imágenes para expresarse y expresar el horror de una ciudad criminalizada por la mafia: “Prefería la fotografía a la escritura. No quería ser periodista. A través de la fotografía podía contar mi historia. Sentirla en vez de entenderla. Expresarme”. Habitantes de una urbe acosada por la violencia criminal amenazáronle de muerte en múltiples ocasiones, en carta y a través de llamadas telefónicas. Segura de que la iban a matar, no se dejó arrastrar por el miedo: “el miedo es un lujo que uno no puede permitirse. Yo me siento libre, porque lo soy por dentro”, afirma Battaglia.
Cámara en mano, se convertiría en la primera fotógrafa de oficio de Italia. Su práctica cotidiana le permitió consignar las imágenes de Palermo, un retrato social de los marginados, de los violentados por la pobreza, por la mafia y la corrupción. Entre las más patéticas está la de una madre con su hijo en los brazos, que cansada de trabajar en el día, por la noche ya no pudo oír cómo una rata devoraba el dedo de su pequeño bebé.
Battaglia es la cronista del horror, fotografiando hasta cinco asesinatos cada día. Cuando hacía sus fotografías, el momento de obturar tosía para que no se oyera el clic de la cámara y evitar así ser descubierta por los miembros de la mafia en un funeral o por sus víctimas en la calle: “Fotografiar el trauma es vergonzoso” dice la artista. «Amas a esas personas, pero tienes que fotografiarlos, no podía decir que lo hacía por amor».
Hubo muchas fotos en su vida que no tomó, no pudo hacerlo. Pero las que tomó, bajo el arrojo inquebrantable de su recia personalidad “son las que más le duelen”, ha dicho. No en vano la Sontag tiene razón. La fotografía de Battaglia es como una violación. Algo de depredación hay en las víctimas de su cámara. Acaso sean las imágenes del horror, en las que se las ve como jamás se verán a sí mismas.