A pocos meses de iniciar la campaña para la presidencia de la República un fantasma recorre el país: la ausencia de unidad. Pocos, o ningún partido o movimiento, puede gritar con propiedad: el pueblo unido jamás será vencido, porque nadie a estas alturas tiene esa capacidad de unir al pueblo. Ni la izquierda ni la derecha política ecuatoriana muestran esa potencia movilizadora.
La derecha, como nunca antes, acusa un fraccionamiento singular, es decir asoman las individualidades indispuestas a renunciar a los personalismos y ambiciones particulares a la hora de lanzarse a la arena electoral. La izquierda, en esa misma dinámica, tampoco muestra poder de aglutinamiento en torno a sus ideas tradicionales u otras innovaciones.
Así el país se enfrenta a la ausencia de proyectos políticos sólidos, en capacidad de aglutinar a las mayorías tras un plan de gobierno que apunte a resolver las acuciantes necesidades colectivas identificadas en la falta de trabajo, crisis económica, falta de atención en salud, educación y vivienda, inseguridad y corrupción, así como ausencia de oportunidades para minorías de género o etarias -la juventud, la mujer y la tercera edad- siguen postergadas hasta este momento.
Una verdad notoria resume la situación de los postulantes a la presidencia del Ecuador -y que fue enunciada en el portal primicias.ec- en un análisis pre electoral: Todos llaman a la unidad, a crear un frente común pero nadie habla de ceder en nada.
En ausencia de acuerdos, las diversas tendencias se enfrentarán consigo mismas: la derecha lo hará entre representantes de su misma definición, con total incapacidad en la práctica de identificar el común denominador de intereses que la pueda unir. La izquierda, fraccionada, no será capaz de enunciar un programa popular en base a afinidades ideológicas que la logre unificar. En ese escenario es probable que improvisados outsiders salten a la arena política esgrimiendo argumentos populistas, abstractos y, por tanto, demagógicos.
Por otro lado, Ecuador es un país ideológicamente vergonzante, pocos se atreven a reconocer abiertamente su ideología -sea de izquierda o de derecha- incluso no falta quienes hablan del fin de las ideologías. Nada más peregrino y falso. De allí que la zona de confort político está al centro -centro derecha, centro izquierda- con adeptos pusilánimes u oportunistas que a río revuelto tratan de pescar en ambas direcciones. Pareciera que la indefinición fuera una virtud, ser de centro un acierto. No obstante, ese sector que, además funge “de apolítico” siempre caerá de bruces en un discurso opuesto a la izquierda.
Cuatro organizaciones de derecha, a saber, Partido Social Cristiano (PSC) o madera de guerrero, movimiento Creo, Partido Sociedad Patriótica (PSP) y Fuerza Ecuador (FE), tienen postulantes propios, cada loco con su tema y sus propuestas individuales, sin posibilidad de concretar una alianza de la tendencia, no obstante que todos llaman al diálogo con miras a la unidad.
La izquierda o el populismo de izquierda habla de “sectores progresistas”, de progresismo sin etiqueta. Ahí está Carlos Rabascall pretendiendo aglutinar a la tendencia. El correísmo habla de unir a los “progres”, sin que todavía exista un candidato, o un heredero del líder histórico, ni un proyecto por el cual seguirles.
La ID, llámese social democracia, haciendo como siempre su juego de vaivén entre las dos tendencias de derecha e izquierda, trata de aglutinar a la zona de confort del centro, sin lograrlo porque no muestra poder de convocatoria ni cuadros movilizadores.
Cálculos políticos
Todos hacen sus proyecciones con calculadora en mano: Guillermo Lasso, líder de Creo, postulará por tercera vez a unas elecciones presidenciales, para eso viene haciendo campaña desde 2012. Abdala Bucaram ha dicho que lo hará si lo hace su enemigo endémico, Nebot. Y este último no ha confirmado sus intenciones electorales, pero ya se mueve en la costa en esa dirección y está en contacto con sectores sociales quiteños que lo ayuden a trepar electoralmente a la sierra. El coronel Gutiérrez -aunque no tiene quien le escriba- anunció su retorno a la política activa aprovechando la mala memoria de los ecuatorianos.
A estos políticos tradicionales se pueden sumar outsiders como Andrés Páez, Paúl Carrasco -que han estado con la derecha y con la izquierda- e Isidro Romero Carbo, entre otros. En tanto, el “progres” correísta busca a su hombre o mujer y ha barajado nombres entre Xavier Lasso, Paola Pabón, sin descartar a un emergente Carlos Rabascall.
Por su parte, el gobierno de Moreno, sin capital político que ofrecer, -y con la clara sensación de que tomarse una foto con él sería el peor negocio político- aislado y desprestigiado se jugará, probablemente, una carta electoral en su vicepresidente, al cual lo lanzan cada día a la palestra a repetir un discurso fatuo, sin proyecciones y demagógico en toda la línea para ver qué pasa y si capta adeptos.
Sin duda que el principal enemigo de la clase política ecuatoriana es el fantasma de la desunidad que será notable en la fragmentación del voto. Todo esto de cara a una primera vuelta electoral, pero en una segunda vuelta sucede lo de siempre: Alianzas ficticias tras el voto popular. Votos conseguidos por instinto. Y el ciudadano votando por lo que considera el mal menor, avergonzado de sus propios ideales.
La fórmula del triunfo electoral parece ser sencilla en su complejidad: Identificar el sentir popular frente a los problemas más acuciantes y sensibles para las mayorías y proponer fórmulas de solución posible. Parece fácil decirlo, pero hacerlo resulta cuesta arriba. Pero aquello supone una definición política clara, honesta y viable en un país, ideológicamente, vergonzante. Ese es el problema, nuestra clase política padece de una crisis de identidad, vergüenza de ser lo que es y miedo a decir lo que pretende ser.
Un corolario necesario de señalar. Un país indefinido y dividido, siempre sera vencido por sus enemigos endémicos, la pobreza, la corrupción y la ingobernabilidad, lo que se traduce en un simulacro más de democracia.