El coronavirus ha demostrado una vertiginosidad sorprendente. No solo raudo en su propagación, según despachos de prensa internacionales, sino además en frenar a raya la incontenible expansión china. Expansión política, económica y, por cierto, social con una migración que copa las estadísticas en la mayoría de los países del mundo.
El coronavirus tiene una propagación en relación de 1 a 3, es decir, una persona puede infectar a tres semejantes al unísono. Las estadísticas hablan de más de 130 muertos a nivel internacional en el contexto de varios miles de contaminados. Y la carrera de la contaminación es tan vertiginosa que compite con la velocidad con la que diversos laboratorios implementen una vacuna para combatir el germen del virus. Esa misma rápida respuesta se supone dieron los arquitectos e ingenieros chinos que construyeron un hospital especial para aislar los casos contaminados en tiempo record, en horas.
Pero lo raudo del coronavirus también se expresa en el dinámico impacto con que puso fin a las protestas en China, en contra del gobierno de ese país, por una ley en Hong Kong, según la cual se contempla la extradición a todas las jurisdicciones con las que no existe un acuerdo bilateral, incluida China continental.
La salida cotidiana de chinos al mundo se detuvo drásticamente con vuelos cancelados en diversos aeropuertos internacionales. Y los chinos que logran cruzar fronteras son objeto de desconfianza, de aislamiento. Incluso en ciudades ecuatorianas se vive un clima de psicosis con el coronavirus. Todo el mundo es sospechoso, el que estornuda, quien se lleva un pañuelo a la boca o el que carga una mascarilla pera protegerse del mortal virus. Parecemos estar viviendo una película hollywoodense de desastres con impacto masivo. La desconfianza es el arma principal de esta guerra silenciosa con nuestros semejantes que por respirar o exhalar aire, son vistos como enemigos potenciales.
Y las sospechas cunden entre la población que ahora ve a cada laboratorio farmacéutico como una fábrica de virus desarrollados artificialmente, para luego comercializar vacunas, antídotos y medicamentos para combatir la perversa invención surgida entre probetas y microscopios.
Impacto mundial
Los impactos políticos y económicos recién se empiezan a ver con el coloso chino aislado, impedido de relacionarse con el resto del mundo. ¿Geopolítica de la contaminación? Demasiada casualidad viral.
El coronavirus viene a coronar una guerra comercial desatada entre los EEUU y China, desde marzo del 2018, luego de que Donald Trump intentara imponer aranceles en el orden de los 50.000 millones de dólares a los productos chinos que ingresan a EE.UU, bajo el mediático argumento de prácticas desleales de comercio y robo de propiedad intelectual. El contraataque del imperio chino no se hizo esperar. China, en represalia, impuso aranceles a más de 128 productos estadounidenses, incluyendo la soja, una de las principales exportaciones de Estados Unidos a China. Golpe a golpe, la guerra comercial cambia de ritmo al tenor del coronavirus.
Y no todo es tan malo, según el secretario de comercio norteamericano, Wilbur Ross, quien afirmó recientemente que el brote epidémico del coronavirus de China, que ha causado 170 muertos y unos 8.000 afectados, podría «acelerar el retorno» de empleos a Estados Unidos y México.
Ross señaló, en entrevista con la cadena Fox Business, «lo cierto es que plantea a las empresas una cuestión más a considerar cuando analizan sus cadenas de suministro». No se trata de “aprovecharse de un desafortunado caso”, reiteró el funcionario estadounidense; no obstante, reconoció que el brote es otro factor de riesgo que la gente tiene que tomar en cuenta: “creo que ayudará a acelerar el retorno de empleos a Norteamérica”, concluyó Ross. Ni corto ni perezoso, Trump se anticipó a ratificar el nuevo Tratado de Libre Comercio (TLACN) de Norteamérica con México y Canadá.
Coronavirus, como todo suceso de impacto mundial, mueve el tablero de la medicina, la geopolítica y la economía con la intensa vertiginosidad de un hervor bullendo en la fragua de nuestro convulsionado planeta.