El pasado año 2019 dejó como herencia un ambiente de desencanto con los modelos formales de democracia representativa de los cuales se ufana la sociedad capitalista. Las protestas ciudadanas populares de manera multitudinaria en varios países latinoamericanos -Chile, Ecuador, Colombia-, entre otros, dieron cuenta del rechazo masivo que provoca el agotamiento del modelo político, económico y social de corte neoliberal que impera en estos países y que lejos de dar respuesta a los ingentes problemas sociales, profundiza la crisis estructural del sistema capitalista dependiente e imperante en esas naciones.
Las protestas tuvieron visos de inusitada violencia social en Chile, Ecuador, Colombia, Haiti, etc., países que vieron destruida infraestructura estatal y privada a manos de manifestantes, con una respuesta desproporcionada de violencia de parte de los aparatos represivos del Estado, -policía, ejercito- con saldo de cientos de muertos, heridos y detenidos, inédito en las últimas décadas, según informes de cortes y comisiones de defensa de Derechos Humanos en el continente.
Un reto del 2020 que emerge de esta herencia del año anterior, es convertir el descontento popular en un proyecto político transformador del modelo rechazado, en virtud factible de ser apoyado, masivamente, en las elecciones que se avizoran para el año 2021. Este es el imperativo político, puesto que la violencia expresada en las calles se debe convertir en votos, dado que no es factible una fuerza popular armada que desafíe el poder al poder establecido. Esa “fuerza armada popular” solo existe en la cabeza de fiscales y jueces que pretenden crear delitos inexistentes para involucrar a dirigentes progresistas en supuestos “golpes de Estado y rebelión armada” que no se verifica en la realidad por ningún lado.
Este reto de expresar el descontento popular en las urnas recae en manos de las fuerzas políticas progresistas, que están en el imperativo de presentar un proyecto que refleje ese descontento y represente los derechos e intereses de los amplios sectores sociales afectados por el modelo político y económico denostado.
Una primera realidad que debe ser reconocida, objetivamente, es que dichas fuerzas progresistas no están en capacidad de enfrentar con éxito ese desafío sin el apoyo de otros sectores que coincidan con los principios progresistas y transformadores de la sociedad. Por tanto, es hora de corregir errores del pasado que impidieron la existencia de claras políticas de alianzas entre dichos sectores. Eso supone vencer los sectarismos sectoriales, los personalismos individualistas propios del caudillismo, tarea difícil aun para muchos sectores de las izquierdas latinoamericanas.
En Ecuador, la izquierda reformista representada por el «correísmo» tiene en los sectores indígenas, Conaie y sectores sindicalistas organizados, el interlocutor con quien generar frentes de alianza político electoral para el 2021. Eso será posible a condición de renunciar a los personalismos y sectarismos políticos con apertura de criterios, dejando de lado los prejuicios que impiden la unidad. Por otra parte, los eventuales aliados requieren capacidad de suscribir los principios progresistas con lealtad y decisión.
Analistas coinciden en señalar que las fuerzas progresistas deben contener en su interior a la izquierda, al reformismo y a sectores sociales étnicos y sindicales en capacidad de formar un gran frente electoral.
En otro ámbito, un reto de las fuerzas opositoras al modelo rechazado es convencer a los ciudadanos comunes y corrientes, sin afiliación política, de que el neoliberalismo impacta en su vida cotidiana de manera concreta. Es decir, que aprendan a identificar las contradicciones del modelo con su vida consuetudinaria que en la práctica conculca sus derechos.
Cuando una madre no puede comprar alimento para sus hijos, eso es neoliberalismo; cuando un padre no puede pagar la educación privatizada para sus hijos, eso es neoliberalismo; cuando una familia no tiene seguridad social, eso es neoliberalismo; cuando un jefe de hogar no tiene cómo hacer atender a su familia en un sistema de salud socialmente sensible, y por tanto accequible, eso es neoliberalismo; cuando un joven que egresa de la universidad no encuentra trabajo, eso es neoliberalismo; cuando una familia no tiene como adquirir una vivienda propia, eso es neoliberalismo.
Los retos del 2021 consisten en fortalecer y hacer que la democracia funcione. Que esa democracia se exprese en la capacidad de respetar la voluntad popular en las elecciones del 2021. Pero esa democracia debe permitir que la ley actúe libremente sin presiones ni manipulaciones políticas, que las instituciones de justicia no sean manoseadas y utilizadas por los sectores de poder político para sus intereses y para destruir a sus opositores.
Un gran reto es convertir el descontento popular en voluntad popular por el cambio de sistema. El gran reto nacional es viabilizar la democracia y pasar de las declaraciones teóricas románticas democráticas, a una práctica participativa de una democracia del pueblo para el pueblo.