Por Guido Diaz
Introducción: El Barroco
Barroco es la forma con la que en los siglos XVI y XVII se expresó la visión que la Iglesia Católica Romana, tenía de lo divino y humano. Se hizo necesario crear nuevas formas, nuevas imágenes, nuevos símbolos para fortalecer el discurso cristiano que estaba siendo cuestionado por reformistas que proponían visiones distintas a las tradicionales; particularmente, a la capacidad que se atribuían los sacerdotes católicos para perdonar pecados por la confesión o el pago de indulgencias.
La Iglesia Católica enfrentó a los reformistas con ataques sutiles y agresivos a cargo de la Inquisición y del arte, respectivamente, y con la ratificación de su doctrina en un Concilio (Trento, 1546), en el cual se establecieron tres decretos fundamentales.
Decreto sobre el símbolo de la fe. “Creo en un solo Dios, padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra y de todo lo visible e invisible y en un solo señor Jesucristo, hijo unigénito de Dios, y nacido del Padre, ante todos los siglos, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdaderos de Dios verdaderos”
Decreto de las Indulgencias. “Habiendo concedido Jesucristo a su Iglesia la potestad de conceder indulgencias y usando la Iglesia de esta facultad que Dios le ha concedido, aun desde los tiempos más remotos; enseña y manda el sacrosanto Concilio el uso de las Indulgencias”
Decreto sobre el Purgatorio. “Habiendo la Iglesia Católica instruida por el Espíritu Santo, según la doctrina de la Sagrada Escritura, y de la antigua tradición de los padres, enseñado en los sagrados concilios, y últimamente en este general de Trento, que hay Purgatorio y que las almas detenidas en él reciben alivio con los sufragios de los fieles”
En estos decretos se encuentran los principios fundamentales de la Iglesia Católica, y son por lo tanto con los que los filósofos escritores y artistas: pintores, escultores, músicos y arquitectos, dramaturgos y teatreros se comprometieron a desarrollar la imaginería con la cual se muestre la existencia de Dios y del mundo de los espíritus, paralelo al de los humanos. No se trataba solo de representar esos mundos Tierra, Cielo, Infierno y Purgatorio, sino que había que hacerlos sentir. Había que demostrar que la Iglesia Católica era la única aceptada por Dios y que los sacerdotes eran sus representantes con capacidad para perdonar los pecados mediante penitencia y del otorgamiento de indulgencias.
En estos debates se encontraban en Europa que al mismo tiempo estaba descubriendo América. Precisamente, era con esos principios católicos con los que se conquistaban tierras y personas y se fundaban ciudades y villas, por lo que el ejército de los conquistadores españoles no supo al llegar a Quito en 1534 y fundar esta ciudad en nombre de Dios y del Rey, que lo que hizo fue fundar una escuela de arte y de un arte que ellos aun no conocían, pues es recién a fines del siglo XVI que surge, al amparo de la Monarquía y de la Iglesia, el movimiento artístico con el que se propusieron reeducar las conciencias de los infieles y reformistas y mantener los viejos principios.
Ese arte nace como un esfuerzo anti transformador en el viejo continente, y en América se despliega como medio evangelizador, sin embargo en él se anclan los artista locales para expresar su pensamiento y su visión del mundo. El barroco americano y particularmente el quiteño se construyó a partir de la sensibilidad desde los pueblos originales de este continente, para esconder y guardar a sus dioses y sus demonios, sincretizándolos con los dioses europeos.
Este Quito lleno de misterios y monasterios, conventos e iglesias barrocas, lleno de retablos, artesonados, imágenes y pinturas barrocas, expone su ser también barroco en sus pliegues y en los repliegues de sus calles, de sus casas y en los de sus montañas, ríos y quebradas; en los pliegues y repliegues de sus genios y fantasmas y en los de su música, sus fiestas y sus delirios.
¿Quiénes somos?
Los habitantes originarios de América, los conquistadores europeos y sus esclavos africanos que durante todo el siglo XVI se juntaron y amalgamaron, dieron origen a una población multicolor desconcertada que se pregunta permanentemente ¿Quién soy?
Nunca encontró una explicación racional que le dijera porqué el color de la piel diferenciaba razas, establecía la calidad de las personas y definía derechos; y porqué había que evidenciar esas diferencias en la comida, en la casa, en labores y en el vestido.
La gama de negros, indios, zambos, cholos, mulatos saltó atrás, chagras, chapetones y blancos dieron origen a sendas formas de comer, habitar y vestirse de jugar y festejar, de reñir, de comunicarse, de comprar y vender, de trabajar, de soñar y morir hasta de hacer el amor.
Las prácticas de los usos y costumbres de cada estrato, eran celosamente vigiladas por los miembros del estrato superior, quienes a modo de policías y jueces, detenían, juzgaban y condenaban a quienes eran sorprendidos adulterando su forma de vivir y actuar y representando la del estrato superior al que deseaba pertenecer.
¿Qué hacíamos?
Aquí también como en Europa, la Iglesia Católica se propuso estimular ese sentimiento de culpa poniendo en evidencia la existencia de Dios y de las almas, de la vida eterna y de los mundos paralelos al mundo humano; aquí también como en Europa había que crear una iconografía que permita ver y sentir la existencia de Dios y de la realidad divina creada por la Iglesia.
Los arquitectos y artistas que desde el periodo renacentista, habían buscado superar la representación de lo real para expresar lo divino, lo espiritual, habían logrado el perfeccionamiento técnico en la construcción, en el dibujo, en la pintura, en la escultura, en la talla, en la ebanistería, en el bordado. Habían logrado dotarle al mármol de las cualidades de la piel humana; a la piedra y a la madera la habían amansado para moldear con ella enormes catedrales y también imágenes, tejidos y bordados. Pero no querían solo crear una imagen de Dios, querían que en la arquitectura y en las artes se lo sienta.
Surgieron muchas escuelas de pintura, arquitectura, escultura y música. Estos artistas fueron los que construyeron Quito del siglo XVII, y fue esta necesidad y esta ideología con la que se hizo su arquitectura divina. Con esa ideología se edificaron iglesias, sus plazas y sus muros, con la que se tallaron sus retablos, sus artesonados y sus imágenes, con la que se tejieron sus vestidos, y se fundieron y repujaron sus metales, con la que se realizaron sus pinturas. El arte se puso al servicio de la religión logrando que ésta sea la que domine a la sociedad. Quito desde el siglo XVII ya era una sociedad barroca.
Al finalizar el siglo XVII, Quito no alcanzaba los 20 mil habitantes y a pesar de mantener abiertas sus quebradas, ya estaban construidos los templos de su Catedral, San Francisco, San Agustín, el Tejar, la Recoleta de los dominicos, San Juan, la Recoleta de los agustinos, la Recoleta de los mercedarios y San Lázaro, Recoleta de los jesuitas. También estaba construido el Hospital de la Misericordia y su Capilla.
Pero no solo eso, Quito estaba construyéndose. Las laderas de sus colinas empezaban a poblarse y las calles trataban de amoldarse al modelo cuadricular propuesto por la cédula real de 1513 y que se videncia en el dibujo que un funcionario español hizo a su relación de 1573, y que más tarde lo dibujara Dionisio Alcedo y Herrera en un plano que reproduce los códigos barrocos de la imaginería cristiana. La imagen del Quito en el siglo XVII debió haber sido la de una gran fábrica. Se cortaba y picaba la piedra que llegaba desde las canteras.
La estructura formal de la ciudad correspondía a la de una retícula relativamente homogénea, solamente condicionada por la topografía y los accidentes geográficos, sin embargo la regla, la escuadra y la plomada eran las herramientas fundamentales para materializar una forma abstracta del espacio con la que vencían el sometimiento a las formas y a leyes naturales.
La plaza central ya estaba en su sitio y era el lugar central a partir del cual, bajo el patrón lógico y racional de la ocupación territorial, se conforma una ciudad para consolidar el dominio. En el territorio del Quito del siglo XVII se hacía evidente la existencia entre los grupos sociales y raciales. El lugar, la forma y el tamaño de los espacios y de las casas, reflejaban las prácticas laborales y cotidianas, la comida, el vestido y las fiestas de quienes vivían en ellos. Todo dibujaba un paisaje barroco, dentro del cual la tierra, el cielo, el infierno y el purgatorio ocupaban su lugar.