Una sociedad que no observa una cultura de respeto a los derechos humanos es una sociedad que vulnera derechos de género, sin duda. Ese irrespeto proviene por lo general de la propia sociedad civil, a veces con el silencio del Estado o, en los peores casos, es el propio Estado que bajo ciertas consignas de seguridad nacional atenta contra los derechos de hombres y mujeres. La violencia, como la práctica más común de irrespeto a los derechos de género se inserta en las violencias social, intrafamiliar y parental de una sociedad pero con un sello propio. La violencia en contra de la mujer forma parte de la doble explotación a la que está sometida en la sociedad capitalista: explotación laboral y explotación parental. Por eso es importante que la defensa por la equiparidad de género cobre una mayor expresión en nuestra sociedad.
La Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer emitida por la Asamblea General de la ONU en 1993, define la violencia contra la mujer como “todo acto de violencia que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada.” La violencia sexual contra las mujeres y las niñas tiene sus raíces en siglos de dominación masculina. Y las desigualdades de género que alimentan la cultura de la violación son esencialmente una cuestión de desequilibrio de poder.
Los temas de género, violencia y diversidad sexual son siempre polémicos en las diversas formaciones sociales capitalistas, sean estas desarrolladas o “subdesarrolladas”. El prejuicio moralista, la discriminación social y la intolerancia ideólogica han complotado para que los derechos humanos más elementales sean respetados y contemplados en la legislación de diversos países occidentales. Pero según datos estadísticos la violencia de género no tiene una frontera ideológica, o mejor, rebasa esas fronteras ideológicas.
Recientemente en Cuba, país que exhibe un modelo socialista de sociedad, un grupo de ciudadanas cubanas se dirige a las autoridades invocando protección. En 2019, tres gestos político-institucionales reconocen un problema medular de la sociedad cubana: la violencia de género. Cuba presentó en 2019 su Primer Informe Nacional sobre la Implementación de la Agenda 2030 que incluyó el primer dato oficial público sobre femicidios en el país. De ese modo, se reconoció la existencia de esos crímenes específicos. No obstante, el dato cubano con los de otros países muestra que, si bien la tasa de femicidios en Cuba fue baja respecto a países como El Salvador, Honduras, Guatemala, México o Brasil, la misma fue similar o superior a la de Perú, Chile o Panamá.
El documento petitorio señala la necesidad de una ley específica sobre violencia de género. En Cuba la presencia de estereotipos aseguran la reproducción de la violencia hacia las mujeres. Estos estereotipos son expresión de la cultura patriarcal dominante que, en ausencia de una formación sólida en temas de género y normas específicas, permea el accionar de los sectores jurídico y policial que deben recibir y dar curso a las denuncias y proteger a las víctimas. Según los datos oficiales, la tasa de femicidios fue de 0,99 por 100 000 adolescentes y mujeres a partir de los 15 años en 2016, año en que el número de muertes de mujeres ocasionadas por su pareja o expareja disminuyó en 33 por ciento en relación a 2013. Cálculos realizados a partir de este dato permiten estimar en 50 las mujeres que fallecieron en 2016 víctimas de sus parejas o exparejas (alrededor de 1 por semana) y 63 en 2013.
El Código Penal cubano no reconoce a la violencia de género como un crimen específico y tampoco a los femicidios. Aunque en casos de “delitos contra la vida y la integridad corporal, y contra el normal desarrollo de las relaciones sexuales, la familia, la infancia y la juventud”, se considera un agravante ser cónyuge o tener parentesco de hasta cuarto grado de consanguinidad con “el ofendido”, no hay elaboración sobre la violencia de género que considere ese delito en su especificidad, alcance y formas diversas de expresión. La concepción predominante en las normas y enfoques institucionales es la de “violencia doméstica” o intrafamiliar. Sin embargo, ese es sólo un ámbito de la violencia de género. Esta última se expresa y reproduce en todos los espacios sociales (públicos, laborales, políticos, escolares, culturales, virtuales, etc.) y en distintos registros (psicológica, económica, física, sexual).
Testimonios y evidencias reportadas por investigaciones cualitativas y medios de comunicación muestran que existen importantes barreras en la gestión policial y judicial de las denuncias en casos de violencia de género, desamparo institucional, inexistencia de refugios y de espacios seguros para las mujeres denunciantes en las estaciones policiales, estereotipos que dificultan la búsqueda de apoyo en casos de violencia, inexistencia de normas sociales que reconozcan la diversidad de escenarios y formatos en los que se expresa la violencia de género.
El día 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Ocasión válida para reconocer que en nuestra región, el tema ocupa un primer plano en las demandas populares y feministas, y en las voces institucionales sensibles a la desigualdad de género. La lucha contra la violencia de género se ha visto limitada, también, por concepciones jurídicas tradicionales que defienden una perspectiva generalista, según la cual la violencia hacia las mujeres es igual a otras formas de violencia.
Una lucha continental
Latinoamérica alza su voz en un grito en contra de la violencia de género. En las calles de las principales capitales se escuchó la voz femenina. Ecuatorianas, chilenas, peruanas , colombianas y mexicanas salieron a las calles para denunciar la violencia del machismo y para pedir la legalización del aborto.
En Buenos Aires las protestas se iniciaron frente a la Embajada de Bolivia. El feminismo argentino puso en evidencia su preocupación por las crisis políticas que atraviesan los países sudamericanos, esta demanda se sumó a pedidos de mayor presupuesto para combatir la violencia contra la mujer y la legalización del aborto. En una declaración de prensa se sostiene: «Los feminismos latinoamericanos salimos a la calle contra el golpe en Bolivia y contra el terrorismo de Estado en Chile. La violencia sexual es violencia política. Decimos no a la impunidad frente a los asesinatos, torturas, secuestros, desapariciones, abusos, vejaciones y violaciones. Esta violencia «tiene la intención selectiva de desarticular la potencia de los feminismos y de los movimientos disidentes», expresó el colectivo Ni Una Menos. Argentina comenzó a movilizarse de forma masiva contra los feminicidios en 2015, pero estos crímenes no han descendido. Según datos de la ONG Casa del Encuentro, en lo que va de año 251 mujeres y niñas han sido víctimas de violencia machista, una cada 31 horas en promedio. Desde que comenzaron a registrar estos crímenes, hace once años, han habido 2.952 feminicidios: «Necesitamos un cambio cultural para que exista igualdad sin importar el género”, subrayó la estudiante María Gómez.
En Chile, la marcha contra la violencia de género se produce en un contexto especial. Las principales agrupaciones de mujeres, como la coordinadora Unidad Social, que reúne a unas 200 organizaciones sindicales y de la sociedad civil, hizo un nuevo llamado a una huelga general para este martes, donde se esperan marchas masivas en distintas ciudades del país. En Santiago de Chile las convocatorias tienen lugar en la Alameda, la principal avenida de la capital, donde las manifestantes caminaron con proclamas como «el aborto libre, seguro y gratuito». La Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, en tanto, se movilizó con una consigna: «No hay acuerdos sin nosotras», en referencia al acuerdo para una nueva Constitución. Las mujeres somos parte central del movimiento social que hoy reclama en las calles por vidas dignas y libres de violencia», señalaba la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres. Marcharon cargando un lienzo con «más de 1.000 nombres de mujeres y niñas» que han sido asesinadas desde el 2001 hasta la fecha, según denunció el colectivo.
En Perú las mujeres reclaman falta de apoyo. En ciudades peruanas como Lima, Arequipa, Cusco y Trujillo, colectivos de mujeres y jóvenes protestaron el pasado fin de semana bajo el lema «Juntas contra todas las violencias», y unas 300 organizaciones firmaron un comunicado, publicado este lunes, que califica de insuficiente el presupuesto destinado por el Gobierno de Martín Vizcarra al combate de la violencia contra la mujer para el próximo año: 168 millones de dólares. Diana Miloslavich, representante del Colectivo 25 de Noviembre, destacó que en la marcha del pasado sábado en Lima participaron por primera vez grupos de adolescentes y de mujeres con alguna discapacidad. La movilización partió del Palacio de Justicia, donde algunas ciudadanas se manifestaron en las escalinatas de esa sede con los senos descubiertos.
En Colombia las mujeres encabezan cacerolazos. Las cacerolas ya se ven abolladas y gastadas, pero la energía de los estudiantes sigue en pie en el quito día de protestas en Colombia. Las señoras salen a los balcones al paso de los jóvenes y golpean las ollas, ellos responden con algarabía, agradecen y continúan. Pero las calles de Bogotá parecen una fiesta y esta vez es doble: el foco estuvo puesto en los reclamos de las mujeres. Miles de ellas no solo manifestaron por la eliminación de la violencia machista sino también por el «paro nacional», como se han conocido las protestas.
Mexicanas contra el femicidio. En ese país del norte asesinan cada día a 10 mujeres, según cifras oficiales. Más de 3.000 mujeres marcharon este lunes desde el Ángel de la Independencia, el punto de encuentro de las manifestaciones en Ciudad de México, para protestar por la violencia machista que salpica a todo el país norteamericano. Durante las protestas hubo pintadas y algunos destrozos. Las consignas de las mujeres también fueron por el acoso sexual en la escuela, trabajo y transporte público, la discriminación y la brecha salarial.
Los mecanismos de reproducción de la violencia de género no se desactivan a través de las mismas acciones ni estrategias que otras formas de violencia. Un dato es revelador en ese sentido: en países con bajos indicadores de violencia social y altos indicadores sociales de educación y salud, las tasas de violencia de género no disminuyen, sino que son altas y se perpetúan, en perjuicio de las mujeres y sus posibilidades de crecimiento personal, laboral, político. Por tanto, para comprender la violencia de género y luchar contra ella, es imprescindible tanto el reconocimiento de su especificidad como su relación con distintos ámbitos e instancias sociales.
Si bien la violencia contra la mujer forma parte de las violencias sociales de una sociedad, ésta es expresión de una cultura de desigualdad de género a la que es preciso oponer una contracultura de reconocimiento del otro y de respeto por el género opuesto. Diversas son las expresiones en esa línea de acción.
Finalizó la semana anterior en el país el Festival de Cine LGBTI, El lugar sin límites, en el que se pudo observar la producción cinematográfica nacional e internacional que refleja la diversidad sexual como parte de los derechos de género.
Este fin de semana colectivos de mujeres marcharon por las calles de Quito denunciando la falta de atención estatal a sus demandas de protección legal ante la violencia de género, asistencia médica y fomento a sus actividades productivas en igualdad de condiciones sociales y económicas.
El día de hoy comienza en Quito el Festival de Cine Feminista que exhibirá -en varias locaciones- realizaciones nacionales e internacionales con filmes que exponen argumentos de género en defensa de los derechos de la mujer.
La cultura es un vehículo idóneo, sensible y movilizador para fortalecer las expresiones de lucha contra la violencia de género. Denunciar, legislar y concientizar son los tres verbos que deben conjugar los colectivos de mujeres en defensa de sus derechos. En esa lucha encontrarán la solidaridad y apoyo activo de sectores masculinos interesados en fomentar una relación horizontal con la mujer como un ser homólogo.