Uno va al cine a distraerse, a salir de la realidad para entrar en otras realidades proyectadas en la pantalla ¿Pero qué sucede cuando en esa pantalla aparecen reflejados nuestros conflictos sociales que de manera simbólica representan la realidad circundante? Es el caso del film Joker que de ser presentada como una producción cinematográfica de seguimiento a la historieta del superhéroe Batman, se nos aparece como una metáfora social de nuestro tiempo.
La película dirigida por Todd Phillips a partir de un guión de Scott Silver, protagonizada por Joaquin Phoenix, junto a Robert De Niro y otros actores de renombre como Zazie Beetz y Bill Camp, es promovida como una película de suspenso y drama psicológico estadounidense. Pero Joker rebasa el conflicto individual y familiar del protagonista para convertirse en una radiografía social de la sociedad capitalista en ciudad Gótica que puede ser, actualmente, cualquier urbe desarrollada americana, europea o alguna capital de nuestro continente latinoamericano.
La trama sigue a Arthur Fleck, un comediante fallido y enfermo mental, quien se hunde en la locura y se convierte paulatina e inconscientemente en la cabeza de una rebelión popular bajo el rol de Joker. Inserto el drama personal de Arthur en una sociedad deshumanizada que lo reprime, los ingredientes están a la vista: marginalidad, discriminación, injusticia, violencia, protesta social, etc., como un mismo coctel que se bate en el seno de la sociedad actual. La historia de Arthur Fleck, es un símbolo del outsider, del marginado social que no alcanza a resolver un conflicto de manera individual frente a una sociedad que lo oprime, ni tampoco inserta o canaliza su tragedia personal en el drama de los miles de ciudadanos que lo circundan.
Arthur trabaja como payaso a sueldo y vive con Penny, su madre enferma. La ciudad se derrumba bajo el desempleo, el crimen y la ruina financiera, dejando segmentos de la población privados de sus derechos y empobrecidos. Después de que un grupo de jóvenes de la calle lo atacaran en un callejón, Randa, compañero de trabajo de Arthur, le presta un arma para protegerse. Mientras trabaja entreteniendo a unos niños en un hospital infantil, la pistola de Arthur se cae de su bolsillo. Arthur es despedido por esta infracción. Durante su viaje habitual de regreso a casa en el metro, Arthur es golpeado por tres hombres de negocios borrachos de Wayne Enterprises antes de que dispare a dos de ellos en defensa propia y ejecute al restante. Los asesinatos comienzan involuntariamente un movimiento de protesta contra los ricos de Gotham, con manifestantes vistiendo máscaras de payaso imitando la imagen del asesino no identificado. Un popular presentador de un programa televisivo de entrevistas, Murray Franklin, se burla de Arthur mostrando fragmentos de la rutina en su programa. Arthur es invitado a hacer una aparición especial en el programa de Murray debido a la inesperada popularidad de sus clips de rutina. Arthur comienza a contar chistes morbosos, admite que mató a los hombres en el tren y despotrica sobre cómo la sociedad lo abandonó y se burló de él. Arthur, acto seguido, asesina a Murray de un disparo ocasionando el pánico en los espectadores y disturbios en Gotham, que estallan como una respuesta favorable ante el homicidio en directo. Mientras tanto, un grupo de alborotadores en una ambulancia chocan contra el automóvil de la policía que transportaba a Arthur y lo liberan. Arthur, herido por el impacto, se incorpora para presenciar que es aclamado como un héroe por la multitud. A modo de epílogo, se ve a Arthur encerrado en el manicomio Arkham. Posteriormente, se puede ver a Arthur alejándose por los pasillos del manicomio, dejando un rastro de huellas ensangrentadas detrás de él.
La conducta de Arthur amerita verla más allá del análisis psicológico, inserta en un contexto social. El psicoanálisis aborda el tema con acierto indagando en los traumas de la infancia de Arthur, echando luces sobre su conducta individual, pero su drama es el drama de todo una sociedad que se explica por categorías analíticas de lo colectivo y no solo del comportamiento intimista individual.
El sistema absorbe a Arthur, lo ve como un histrión, personaje que no es tomado en serio en su demanda social, pero al que se le atribuye todo el rigor de la violencia desestabilizadora del orden social imperante, un anarquista ubicado al margen de la sociedad que hay que eliminar. Los elementos simbólicos de la película funcionan como analogía social. La irreconciliable lucha de clases entre ricos y pobres. La desacreditación de la protesta social a través de la ridiculización: los manifestantes son payasos violentos a la vista de la sociedad. El rol del programa televisivo de Murray se suma a la burla, reiterando el comportamiento de los medios de comunicación alineados al sistema vigente.
El inconforme Arthur, mostrado como un outsider violento y desadaptado, es encerrado en un manicomio de la ciudad como el epílogo de un discurso oficial que criminaliza o morbiliza la protesta social: se trata de delincuentes o enfermos que deben ser puestos fuera de circulación. Joker es una mirada social autocrítica del cine estadounidense que enciende una alarma que debe ser tomada en cuenta, más allá de ser una historieta por demás históricamente repetida.