La liberación de Lula da Silva en Brasil, luego de permanecer encarcelado 580 días, abre una posibilidad de que el ex presidente brasilero retome el liderazgo del Partido de los Trabajadores y enfrente un futuro proceso electoral presidencial. En ese sentido el panorama político del país de la samba podría cambiar de ritmo y encaminarse por la vía argentina. De la samba al tango hay un paso importante que dar en el contexto político latinoamericano como tendencia que podría avizorar una vuelta a los gobiernos progresistas en la región.
Luego de abandonar la prisión Lula da Silva se dirigió a sus coidearios: “Vine aquí porque tenía mucho deseo de conversar con ustedes”, dijo a una multitud que ocupaba varias cuadras. Y sus palabras fueron de aliento y solicitud a su país para que tome “una fuerte postura contra el neoliberalismo”. En esa línea de pensamiento, Da Silva puso de ejemplo a Argentina: «Vieron en Argentina, que el compañero Alberto y la compañera Cristina le dieron una paliza a Macri y ganaron las elecciones».
Una mirada regional
El ex presidente brasilero trazó también un paralelismo sobre el gobierno de Sebastián Piñera y el de Bolsonaro, y aseguró que “Chile es el modelo” que el ultraderechista “quiere construir”. “Por eso los chilenos están en la calle y protestan a diario desde hace semanas, en combate contra el neoliberalismo”, dijo el dirigente. Mientras tanto se conoció en las últimas horas que las violaciones a los derechos humanos abarcan en Chile un espectro amplio. Hay un récord mundial de heridos en los ojos, veinte muertos registrados en el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) -cinco en manos de agentes del Estado-, violencia sexual. Niños y adolescentes son detenidos y reciben disparos y gases todos los días, incluso en los colegios. Hay golpizas, torturas, denuncias de la existencia de centros clandestinos de detención, familiares que desconfían de las autopsias. Los heridos son al menos 1915. El Instituto recibió 2300 denuncias por vulneraciones de derechos humanos desde que comenzó el estallido. La Organización Naciones Unidas difundió un comunicado en el que condena el uso excesivo de la fuerza y los actos de violencia.
Da Silva aludió a otros países de la región. En clave regional, envió un mensaje al presidente Evo Morales y denunció que la derecha de ese país “no acepta el resultado” de las urnas. La situación en Bolivia evolucionó rápidamente de un acuartelamiento policial en Cochabamba, el viernes, a una suerte de marcha sobre la capital el sábado, con la oposición llamando a la renuncia del presidente Evo Morales. El ejército se pronunció prescindente y pidió una solución política, mientras que finalmente los pobladores del Alto, en La Paz, tomaron las calles, se pronunciaron por Evo y avisaron que van a bloquear la llegada de policías rebeldes y de opositores.
Además, Lula aludió a la segunda vuelta electoral que Uruguay celebrará el 24 de noviembre, en la que se enfrentarán el actual presidente y el candidato de la derecha: «Tenemos que pedirle a Dios que Martínez gane en Uruguay», dijo Da Silva, para añadir inmediatamente que «tenemos que ser solidarios con el pueblo de Venezuela”.
En Ecuador, en tanto, se vive una tensa calma política. Un triunfo deportivo de nivel sudamericano esta semana puso un paréntesis a la confrontación social y generó un estado de ánimo festivo, mientras una polémica parlamentaria en la Asamblea Nacional sobre medidas económicas que trata de imponer el gobierno, augura nuevos enfrentamientos políticos para la semana que se inicia. La coyuntura de Ecuador se inserta en el tenor de una aguda confrontación continental entre los exponentes de dos modelos de gobernanza: el esquema del neoliberalismo impuesto por el FMI en la región en favor de sectores políticos conservadores que han perpetuado paradigmas de exclusión e injusticia social o un modelo de gobierno democrático que contemple en sus proyectos demandas sociales de las amplias mayorías populares.
En ese contexto regional, Latino América busca su destino. Las fuerzas políticas tradicionales y progresistas despliegan todos sus esfuerzos por canalizar las expresiones populares de descontento social, no obstante, es el propio pueblo llano quien se perfila como genuino protagonista de una nueva era continental que reclama un cambio político hacia el imperio de la justicia social.