“Volver con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien”…dice el tango. Cristina Fernández de Kirchner, lo debe bailar bien, pero las nieves del tiempo que transcurrió fuera del poder no platearon su sien, ni vuelve con la frente marchita. Lo hace con la frente en alto a recuperar un país sumido en la más grave crisis heredada del neoliberalismo aplicado por Mauricio Macri. Un multimillonario que siguió la receta del FMI y se tiene que ir como dice el otro tango: “Ya sé que estoy piantao, piantao piantao…”, o mejor, “que mal que me pagaste y te sigo queriendo….”
Argentina de Alberto Fernández es la fórmula del momento para dar respuesta a la crisis: unidad nacional, más allá de los sectarismos ideológicos, regionalistas e incluso partidistas, para crear un frente de respuesta amplia a la coyuntura del país del tango que es la crisis de toda la región porque padecemos del mismo virus contagioso, el neoliberalismo. Unidad convocadora con políticas sociales que primero piensen en el ser humano y al último en las escandalosas cifras macroeconómicas. La recesión argentina pronto cumplirá dos años. Solo se utiliza el 60% de la capacidad industrial, el consumo no deja de disminuir y la tasa oficial de desempleo, 10,5%, encubre una gran cantidad de subempleo. El 35% de los argentinos viven en la pobreza. La inflación interanual está en 53,5% y el peso ha sufrido devaluaciones gigantescas, mientras que tipos de interés bancarios superiores al 70% hacen inaccesible el crédito.
Cristina Kirchner sabe que su nombre genera pasiones encontradas entonces, inteligentemente, dejó espacios abiertos para ser llenados por los otros argentinos, aquellos afectados por la crisis y que no tenían un chance de expresarse y tampoco están con el ultra derechista Macri, por razones de sentido común. El frente amplio argentino sumo y sumó voluntad tras voluntad, voto a voto, sin exclusiones odiosas ni fanáticas, identificó el enemigo principal: el neoliberalismo, la miseria que provoca la política de la desigualdad, la inflación descontrolada, la inseguridad social y la humillación argentina de ser un gran país, ahora venido a menos.
La victoria populista-peronista anunciada, indiscutible y esperanzadora de mejores días para el país de Gardel, provoca diversas reacciones continentales. Algunas de júbilo como las de Venezuela y Bolivia; de malestar como Brasil y Chile. Y otras, sin saber qué mismo hacer, como Ecuador que, seguramente se remitirá a la formalidad del protocolo para aceptar un gobierno que no le hace ninguna gracia.
Aquellos países que se quisieron distanciar del llamado socialismo del siglo XXI, una fórmula populista alternativa al neoliberalismo económico y cultural, que solo es del siglo veintiuno -sin ser socialismo, necesariamente-, pero que bajo un prisma nacionalista y desarrollista se paró frente a la arremetida imperial del neoliberalismo conservador.
La otra alternativa abrió la ruta de virajes políticos regionales que nos están diciendo que aunque la región lleve dos décadas balanceándose entre las extremas derecha e izquierda, la constante es el populismo. Esto va de la mano con la desigualdad social y la fragilidad institucional de los países. Y de ahí a la “restauración conservadora” había un paso: Así llegaron al poder Mauricio Macri (Argentina), Iván Duque (Colombia), Jair Bolsonaro (Brasil), Sebastián Piñera (Chile), Martín Vizcarra (Perú), Mario Abdo (Paraguay).
La detonante de protestas regionales con respuestas masivas en las calles, o masivas en las urnas, -Chile, Ecuador- Argentina, Uruguay, Colombia- “requiere replantear la narrativa en la dimensión geopolítica”. Y no basta con la falsa disyuntiva Correa o no Correa, Maduro o no Maduro, esa es una trampa tendida por la derecha conservadora para soslayar su responsabilidad frente a los problemas sociales y económicos de fondo. Aquí está agotado el modelo económico y frente a eso hay que buscar alternativas en una región con evidentes vacíos de liderazgo y ausencia de propuestas políticas viables. Sin embargo, en los próximos meses la salida es electoral, nadie está sugiriendo derrocar a nadie, la batalla se dará en las urnas como en Argentina, Uruguay y Colombia, y para ese momento Ecuador y Chile, los dos países más agitados en estos momentos en la región tienen que dar una respuesta cívica.
Chile tiene una sola opción: Nueva Constituyente que eche a la basura la Constitución vigente redactada por Pinochet, madre de todos los problemas del país del sur. Ecuador tiene un solo camino, consenso nacional en torno a cambiar el rumbo de las recetillas neoliberales que obsesivamente acata Lenin Moreno del FMI, sin el menor sentido analítico ni crítico de su “equipo económico”.
¿Quién será capaz de liderar ese proceso conductor del país hacia una racionalidad política y económica de nuevo tipo? Esa la pregunta clave del momento. La respuesta genera incertidumbre, pero una cosa si es cierta: el ecuatoriano en capacidad de liderarnos hacia una salida de la crisis debe ser primero lúcido para visualizar el camino político en medio de tanta opacidad, sincero para hablar con la verdad, generoso para sacrificar sus ambiciones sectoriales y personales, eficiente para dar fórmulas técnicas, incluyente para hacer realidad el Estado plurinacional en este Ecuador diverso. ¿Dónde está ese ciudadano? Acaso tarareando el tango Volver, lo podamos encontrar…