Cambia, todo cambia, dice la canción en una de las mejores versiones argentinas de Mercedes Sosa. Y América Latina es el continente que mejor expresa esa tendencia de cambio en el mundo por su dinamismo. Y Argentina es uno de los principales países que muestra hoy ese cambio. Y Chile es el país que mejor augura un cambio estructural profundo. Y Ecuador es el país que nítidamente da cuenta de que no se muestra dispuesto a seguir por el sendero de un modelo neoliberal de gobernanza que se muestra agotado en varios países del continente latinoamericano -Argentina, Chile, Brasil, los más grandes- incluido el Ecuador.
El neoliberalismo fundado por Von Mises y otros en Viena en la década de 1920 es una versión particularmente salvaje de capitalismo y que ganó fuerza en el poder con Reagan y Thatcher con efectos devastadores para gran parte del mundo -como apunta Chomsky-, es la razón básica de la ira, el resentimiento y el desprecio por las instituciones políticas que están barriendo gran parte de Latinoamérica y el mundo, creando oportunidad para los demagogos de ultraderecha como Trump, Bolsonaro, Orban, Salvini y otros que buscan desviar la ira justificada hacia chivos expiatorios como migrantes, musulmanes, supuestos planes terroristas, etc. Una táctica milenaria con graves consecuencias.
Por eso, en el fondo, Chile no sorprende a quienes se mantienen bien informados. La dictadura de Pinochet proporcionó condiciones experimentales perfectas para la aplicación de los principios neoliberales guiados por las principales figuras de esa doctrina. Fue un fracaso total, para 1982 la economía chilena colapsó. Un ejemplo, el 1% de la población posee más del 20% de la riqueza del país sureño. Otro cuento contaba la prensa mercantil continental agrupada en la SIP: Chile era el modelo exitoso del neoliberalismo, la niña bella, y aquello fue una mentira descarada que hoy salta en pedazos.
Thatcher, la dama de hierro del dogma neoliberal, lo dijo claramente: no hay sociedad, solo individuos, solos para enfrentar las devastadoras fuerzas del mercado. La solidaridad es un crimen. Es por eso que los principales adláteres y voceros del neoliberalismo latinoamericano celebran con júbilo la violencia estatal a gran escala para destruir sindicatos, movimientos étnicos, manifestaciones juveniles estudiantiles y expresiones masivas de rechazo ciudadano al modelo. Y hablan de que esa unidad continental es un plan terrorista creado en Puebla o Venezuela..
Ecuador es otro ejemplo de lo que significa aplicar la política neoliberal del modelo empresarial que Moreno lleva adelante. Un fracaso con ministros “vagos que no trabajan”, con declaraciones presidenciales audaces reñidas con la verdad, dictadas desde sus aparatos y asesores de propaganda que no tienen claridad para ver la crisis e inducen al gobierno a error tras error comunicacional.
Se habla de saqueo en el paro nacional reciente y no se dice nada del saqueo del sector financiero: sucretización en 1983 que hizo pagar al Estado la deuda de empresas privadas, y el salvataje bancario en el 2000 perpetrado por la banca privada con la complicidad del Estado que acolitó su debacle, cuyo costó asciende a 8 mil millones de dólares en las arcas fiscales.
Argentina es otro ejemplo del fracaso neoliberal con un endeudamiento record de 57 mil millones dólares en el último “préstamo” solicitado y concedido por los chantajistas del Fondo Monetario Internacional, a cambio de fórmulas manidas y fallidas que llevaron a la nación argentina al desastre económico. Y la respuesta no se hace esperar: el último corte con el reporte de la consulta a boca de urna habla de un triunfo en primera vuelta del populista Fernández (52%), contra el neoliberal Macri (32%). Cambia, todo cambia cantan en Argentina.
Es el clamor de un continente dinámico, cambiante, donde el modelo imperante está agotado como la fase superior del capitalismo dependiente y salvaje que creó la cultura neoliberal. Un modelo de gobernanza con un Estado que se muestra incapaz de dar respuestas -no policiaco militares- sino aquellas para mitigar las desigualdades endémicas inherentes al ADN neoliberal. Un modelo que creo sociedades deshumanizadas, desagrupadas en términos de justicia social e igualdad.
Un modelo ocultado por la prensa mercantil en todos los países del continente latinoamericano. Una prensa amarillista que solo se deleita y enriquece mostrando la violencia que muestra la punta del iceberg de una crisis estructural de fondo. Se asustan y nos pretenden asustar de los saqueos callejeros -solo eso para ellos es noticia- y no se asustan de la embestida de un sistema injusto y violento mantenido en complicidad con las élites de poder. Ese discurso embustero y anacrónico de la prensa mercenaria invisibiliza las verdaderas causas y consecuencias de la crisis porque no las entiende, y si lo hace, las oculta en sus agendas y asignaciones periodísticas porque debe mantenerse alineado con los dueños del negocio informativo.
En definitiva, no hay acontecimientos continentales invariables. Los que vienen ocurriendo desde 2017 a escala regional confirman la tesis de que no existe un ciclo conservador o progresista o de otra índole fatal, como se ha llegado a afirmar en el debate latinoamericano. Hay lucha de clases y correlación de fuerzas en el terreno nacional y, en su momento, electoral: pero no ciclos infalibles, mecánicos y repetibles que definan forzosamente los procesos y tendencias de las sociedades, las clases sociales y las comunidades como se nos quiere hacer creer.
América Latina da muestras de un despertar inusitado. Un cambio que no debe sorprender sino que debe enseñar que no se puede tapar el sol con un dedo, por más que los iluminados analistas del sistema pretendan condenarnos a la oscuridad.