El fantasma de la guerra recorre el continente ahora que en América Latina, -Ecuador, Chile- estamos viendo la violencia y la persecución contra el pueblo. Con estas palabras el pintor ecuatoriano Pavel Égüez contextualiza la presentación de su exposición Goya – Égüez. Los Desastres de la Guerra. Diálogo, de reciente inauguración en Casa Égüez Centro Cultural. Égüez ha dicho que se trata de un ensayo sobre la obra de Goya, Los desastres de la guerra, 80 grabados que retratan los horrores del conflicto bélico franco español, en 1808, durante la invasión napoleónica a España.
La muestra de Pavel Égüez de 80 óleos es una metáfora denunciante y solidaria recreada por el pintor ecuatoriano en un alegato por la paz del mundo. Una paz con justicia. Una paz con dignidad que increpa las políticas de los estados de excepción y su práctica represiva. Ahí están las imágenes de las crueldades de la guerra. Ahí están las imágenes de las violación a los derechos humanos en calles ecuatorianas y chilenas.
Al contemplar la fotografía aérea de la alameda Bernardo O’Higgins de Santiago de Chile, en la que se ve a más de un millón de personas copando la calle de tope a tope, la vida demuestra que la historia es cambiante. Se trata de la manifestación pacífica de un pueblo sojuzgado, históricamente, desde la dictadura militar de Augusto Pinochet, hasta el gobierno neoliberal de Sebastián Piñera. Contemplando esas imágenes de mujeres, hombres y niños con banderas patrias ondeando a los cuatro vientos de octubre, no se puede dejar de evocar la célebre frase del presidente Salvador Allende pronunciada en su último discurso transmitido por radio Magallanes desde la Moneda en llamas, el 11 de septiembre de 1973: “Tengan por seguro que, más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pasará el hombre libre”. La premonición se cumplió.
La afirmación del presidente Allende dicha con fe en el futuro se cumple hoy, como si hubiese estado escrita en piedra durante 46 años. Muchos años debieron pasar para que se haga realidad la premonición. La dictadura de Pinochet hubo de asesinar a más de 2. 500 chilenos, hacer desaparecer a otros miles, mandar al exilio a un millón de compatriotas y sumir a Chile en un baño de sangre. Debió caer Víctor Jara, abatido con 44 impactos de bala y las manos trituradas a golpes. Debieron ser asesinados, obreros, operarias, estudiantes, campesinos, encarcelados, y torturados miles y miles de chilenos en mazmorras, cárceles y estadios convertidos en campos de concentración. Debieron transcurrir 17 tenebrosos años de dictadura militar y 29 años de inoficiosa democracia concertada con los militares. Debieron quebrar diez mil empresas pequeñas y convertirse Chile en el emporio de las compañías transnacionales. Debieron pasar a la indigencia millones de chilenos y otros tantos millones de jóvenes dejar de estudiar o endeudarse por falta de recursos y miles de ancianos sobrevivir con pensiones jubilares miserables.
Antes de hacerse realidad las palabras de Salvador Allende, debió acuñarse excesivo dolor en el corazón de los chilenos, incontenible indignación en la memoria, inaguantable desigualdad, pobreza extrema y odio de clase contra un sistema político y económico perverso. Antes, debió imponerse la Constitución de los militares a sangre y fuego. Constitución dictada por Pinochet para hacer la política a espaldas de los marginados, silenciosos y silenciados de cara a tanta necesidad popular e injusticia social. Ese fue el fruto de una dictadura militar que se extendió hasta 1990.
La historia se repite una vez como tragedia y otra vez como farsa. Hoy el gobierno de Sebastián Piñera quiere repetir la tragedia y enmascararla con la farsa de una política antipopular.
En los aciagos días de represión que ha sufrido el continente, los artistas viven con Ecuador en la conciencia y Chile en el corazón, dos países de raíces y frutos comunes. Emerge entonces la respuesta del arte como la última frontera de la sensibilidad frente al horror.
Relata el escritor chileno, Jorge Edward, que una patrulla militar realizó un allanamiento, luego del golpe de Estado en septiembre de 1973, en la casa de Pablo Neruda en Isla Negra, localidad costeña ubicada a dos horas de Santiago. El vate compartía su hogar con Matilde Urrutia, su mujer, y en el momento de la irrupción militar, Neruda se encontraba en su aposento dictándole capítulos del libro memorial Confieso que he vivido. De pronto se oyeron golpes en la puerta y al responder al llamado, Matilde se encuentra con la presencia de un oficial del ejército que de manera firma, pero cordial, pregunta por “don Pablo”. Matilde lo hace pasar y el militar en presencia de Neruda le dice: Para no molestarlo, ¿prefiere que primero revise el resto de la casa y luego lo haga en su dormitorio? Neruda le responde: No, primero revise mi dormitorio y después el resto de la casa. Si busca algo, le digo que aquí hay una cosa muy peligrosa para ustedes. A qué se refiere, le respondió el militar. Neruda contestó: “Una cosa muy peligrosa, la poesía”.
Han transcurrido 46 años de esos acontecimientos ocurridos en Chile, y nuevamente la cultura, la literatura, el arte son la última frontera de la sensibilidad frente al horror. En la apertura de la exposición Goya – Égüez. Los Desastres de la Guerra. Diálogo, Alejandro Moreano expresó: “Creo que hay otra visión posible de estos acontecimientos últimos que podría enriquecer el imaginario. Hay la vitalidad de los pueblos”.
Y esa vitalidad popular encuentra eco en la palabra y en la imagen denunciante y solidaria. Esa verdad quedó consignada en el texto del artista Ernesto Proaño, durante la presentación en Casa Égüez: “Vivimos un momento ante el cual los artistas no podemos permanecer indiferentes, aun cuando la mayoría de los políticos, comunicadores e intelectuales callen, o solo quieran inculparse los unos a los otros olvidando, como siempre, que es el pueblo el que está cansado de tanta verborrea inútil y quisiera decir como nunca, que sátrapas encaramados en el poder no tienen escrúpulos en insultar, robar, mentir, traicionar y asesinar al pueblo que los ha elegido”. La muestra permanecerá abierta al público en Casa Égüez Centro Cultural hasta el mes de abril.