“En los muros sangrientos de Quito, fue donde España, la primera, despedazó los derechos de las naciones”. (Simón Bolívar)
“Ya están limpiando sus piedras patrimoniales, disculpas si queda alguna mancha de sangre”. (Luis Napo Quiroz)
Es una fotografía emblemática. En ella, decenas de combatientes en armas conservadores parapetados tras una gran barricada levantada en la calle Espejo, en el Centro histórico de Quito, a una cuadra del Palacio de gobierno. Los soldados la levantaron, con piedras de las veredas, para enfrentarse con el ejército liberal. Era el año 1883. El Centro histórico, al ser el centro del poder político del Ecuador, ha sido escenario de innumerables luchas populares, levantamientos, amotinamientos, asonadas militares y protestas sociales, sindicales y estudiantiles.
“Uno de los signos básicos de lo que significa ser quiteño es la rebeldía”, afirma el historiador Manuel Espinosa Apolo. Y tiene razón. Pero, ¿en qué consiste esa rebeldía? El propio Espinosa Apolo nos responde: “Una disposición permanente para rechazar los abusos y las arbitrariedades de la dominación, lo que se traduce en el enfrentamiento a los gobiernos tiránicos. Y esa rebeldía se ha expresado a través de una vigorosa presencia de los sectores populares en el espacio público: plazas y calles”.
Cuando en 1978 la UNESCO declaró a Quito como Ciudad patrimonio Cultural de la Humanidad, lo hizo no solo por la monumentalidad y la gran cantidad de edificaciones patrimoniales de su Centro Histórico, sino también por la memoria, la historia que guardan esas edificaciones. Esas calles han sido escenarios de los mas significativos hechos en la historia no solo de la ciudad sino del país. En ese mismo lugar se forjó nuestro origen prehispánico, nuestra nacionalidad, nuestra independencia y nuestra República. Y en esas calles, plazas y edificaciones se ha consolidado, con saltos y brincos, nuestra democracia. En el Centro histórico el pueblo de Quito, con firmeza y valentía, ha conquistado su libertad y defendido sus derechos. Quito y sus barrios siempre se levantaron frente al abuso, el autoritarismo y los malos gobiernos.
Los centros históricos no son espacios monumentales muertos conservados para la contemplación. No. Son espacios vivos y en constante transformación. Su dinámica va ligada al quehacer de la gente que lo habita.
Si hablamos de levantamientos debemos referirnos a las comunidades indígenas que desde siempre se revelaron contra el maltrato, la humillación y la dominación: “Los levantamientos indígenas fueron uno de los principales temores de la población blanca durante la época colonial. Los diversos levantamientos hizo que el indio dejara de ser visto como torpe, holgazán e inepto para ser apreciado y definido como audaz, cruel y malvado, lo que constituía una suerte de “reivindicación perversa” de sus capacidades humanas, ” dice Jorge Núñez Sánchez en su libro El Ecuador en la historia.
Efectivamente, desde entonces periódicamente se ha pretendido “blanquear” la ciudad de esa condición indígena prehispánica. A pesar de ello, el Centro histórico acoge a la migración indígena que se refugia en precarias casas para cumplir trabajos en la construcción y la informalidad: ”…A Quito le fue asignada una historia predominantemente hispana. Si bien se habló de la ciudad de Atahualpa o de la huella prehispánica, no se lo quiso ver en clave presente, ese es el efecto de la mirada higienista y colonial”, afirma la investigadora Lucía Durán.
El primer gran levantamiento de la plebe quiteña, y que permanece en nuestra memoria histórica, fue en 1592, cuando las autoridades de la Real Audiencia anunciaron un nuevo impuesto a las transacciones comerciales, y que los libros de historia lo relatan como “la Revolución de las alcabalas”. El pueblo de Quito se levantó y el escenario fueron las calles quiteñas; se cercaron las casas de gobierno, se tomaron la ciudad e incluso se amenazó con matar a los oidores. Al siguiente año, 1593, Lima envió tropas al mando de Pedro de Arana para reprender a los levantados; condenó a los líderes de la rebelión, y a centenares de víctimas expiatorias, al garrote y a la horca. Una brutal represión desmovilizó y aplacó el levantamiento.
Pero el espíritu rebelde de los quiteños es indomable; mestizos, cholos, mulatos, zambos y trabajadores de oficios se amotinaban con frecuencia frente a los maltratos y constante opresión. En este caso, el escenario fue el tradicional barrio de San Roque. “Esta vecindad expresaba como nadie el malestar social de los quiteños”, dice Espinosa Apolo. Así surgió la recordada “Rebelión de los barrios”, el 22 de mayo de 1765, frente a la decisión del monopolio estatal del aguardiente. Los quiteños se reunieron en San Roque y conforme avanzaban hasta Santo Domingo se juntaba mas gente. Luego se sumaron los del barrio San Sebastián y después los de San Blas. La multitud entonces se dirigió a la plaza de Santa Bárbara, en donde se encontraba la Casa de la Aduana y los estancos. A pesar de la represión, las fuerzas del orden fueron incapaces de detener a la población. Y, como ahora, no les quedó más que sentarse a negociar con la mediación del Obispo. Sin embargo, los corregidores lanzaron luego una feroz represión, que incluía la tortura, lo que provocó un segundo levantamiento de los barrios el 25 de junio de 1765, aprovechando las fiestas de San Juan. El Corregidor y un grupo de españoles dispararon contra la multitud, lo que generó una respuesta violenta anti español. Los corregidores y comerciantes españoles fueron expulsados y se escucharon los primeros gritos por la Independencia.
Hay que destacar en estos levantamientos barriales, como los de ahora, la gran participación de las mujeres, “en tanto que luchaban por la defensa de su modo de vida y el derecho a la supervivencia de sus familias”, señala el historiador Núñez Sánchez.
Los barrios de Quito volvieron a levantarse en 1810 para hacer frente a los atropellos de las tropas llegadas desde Lima, dirigidas por el Coronel Arredondo, para cobrar venganza ante el intento independentista de 1809. Al mediodía del 2 de agosto, 25 hombres intentaron liberar de la cárcel a los patriotas, pero las tropas reales los asesinaron e iniciaron una brutal represión. Las campanas de las Iglesias parroquiales sonaron para convocar a la población; en tanto, las tropas de Lima se movilizaban por la ciudad matando a todo aquel que se cruzaba en su camino. Oficialmente se dijo que fueron 100 los muertos, pero todos sabían que fueron centenares.
Si bien San Roque era el barrio en constante rebeldía, otros como El Tejar, no se quedaban atrás. Y la Plaza Mayor –luego Plaza Grande- era el centro ya del poder político. Recordemos que era plaza y no parque, como es ahora. Cuando se convirtió en parque, la plaza se trasladó a San Francisco. Y esa centralidad ha marcado que la Plaza Grande sea el escenario de los más importantes hechos de la historia política del Ecuador.
La habitual tranquilidad de la conventual ciudad periódicamente ha sido interrumpida por la indignación, la ira y, en ocasiones, por una impensable violencia. De ahí que las calles del centro histórico de Quito también han sido escenarios de varios arrastres, como el que sucedió el 11 de octubre de 1811; los colaboradores realistas del Conde Ruiz de Castilla, responsable de la masacre del 2 de agosto, fueron capturados y una turba se abalanzó contra los realistas, los asesinaron y los arrastraron hasta la Plaza Mayor. El 15 de junio de 1812, 60 vecinos de San Roque sacaron de la recoleta de la Merced al Conde Ruiz de Castilla y lo arrastraron desde El Tejar hasta la Plaza Mayor, en donde autoridades del Supremo Congreso consiguieron que les fuera entregado en calidad de prisionero. Castilla murió luego de tres días. Lo mismo sucedió en octubre de 1812, cuando la ira de los quiteños hizo que sacaran del convento de Santa Clara, en donde se encontraba refugiada, a doña Teresa Calisto y Borja, esposa del antiguo corregidor Pedro Calisto. La golpearon y la arrastraron hasta la Plaza Mayor, en donde las autoridades impidieron su linchamiento. Cabe anotar, nos dice Espinosa Apolo, que el ánimo belicoso y rebelde de los sanroqueños fue utilizada por la élites quiteñas para convertirlo en turbas para el linchamiento.
Los barrios, casas y calles de Quito fueron también testigos y escenarios de las luchas por la Independencia del yugo español. Y en este propósito fue fundamental la participación de la mujer quiteña. Las primeras reuniones para conspirar se realizaron en las casas de doña Manuela Espejo, Rosa Zárate y Manuela Cañizares. Y a las que asistían además Mariana Matheu, Josefa Tinajero, María Ontaneda y María de la Vega, entre otras. Es más, se sabe que la idea de asaltar el Cuartel Real y liberar a los patriotas el 2 de agosto, fue justamente de María de la Vega, esposa del coronel Juan Salinas.
Pero, como sabemos, el arrastre mas conocido y que permanece en la retina de todos los ecuatorianos es el del Viejo Luchador y sus lugartenientes en 1912. En las semanas previas, se había azuzado a la población, a través de la prensa, ante la inminente retorno de Alfaro. El diario El Tiempo, el 8 de enero de 1912, publicó: “Los Alfaros son imposibles, si ellos intentan regresar, los liberales, radicales y conservadores, nos uniríamos con el gran pueblo para rechazarlos o para incinerarlos si cayeran prisioneros”. Efectivamente, el domingo 28 de enero, Quito vivía un ambiente de mucha agitación. Una turba acudió al Panóptico -penal García Moreno, en El Tejar- en donde fueron encerrados apenas llegaron desde Guayaquil en el tren, que el propio Alfaro había construido. La multitud, con la complicidad de los soldados que los custodiaban, asaltaron las celdas y asesinaron a Eloy Alfaro, su hermano Flavio, Ulpiano Páez, Luciano Coral y Manuel Serrano. Los cuerpos fueron arrastrados por las calles hasta la Plaza Grande, luego hasta el portal de la casa de Freire Zaldumbide, y de ahí hasta el parque El Ejido, en donde los incineraron. Fue quizá el mas feroz y macabro episodio que ha vivió el Centro de Quito.
En la famosa fotografía que hacíamos referencia al inicio de la nota –que se encuentra en el Archivo fotográfico del Ministerio de Cultura y Patrimonio, atribuida a Benjamín Ribadeneira- podemos ver la gran barricada levantada por el ejército de Veintimilla para resistir los ataques de las fuerzas “Restauradoras de la democracia”, en 1883. Se combatió en pleno Centro histórico, en las puertas del Palacio de gobierno.
Otro episodio muy recordado fue la “Guerra de los cuatro días”, que enfrentó al ejército, controlado por los liberales, con las fuerzas conservadoras. Cuatro días duró este enfrentamiento, del 28 de agosto al 1 de septiembre de 1932. El escenario, una vez más, las calles del Centro histórico. Las enormes piedras sirvieron de escudos para los proyectiles de los dos bandos. La guerra fratricida dejaría mas de mil muertos.
Una vez terminada la refriega, se procedía a colocar las piedras en su lugar y la vida cotidiana continuaba como si nada hubiera pasado. Esas mismas calles también cada año –en el Viernes santo- se tiñen de morado en la procesión Jesús del Gran Poder –réplica de Sevilla, España- que se inventó un sacerdote franciscano para re-instaurar la devoción, la culpa y la penitencia. Paralelamente nos hicieron creer que Quito era la “Carita de Dios,” con tanto éxito que hoy en día, una y otra vez, nos repiten los medios de comunicación.
Pero también, otro 1 de septiembre -o en este caso un 32 de agosto- de 1975, la Plaza de la Independencia fue escenario de una violenta, y pintoresca asonada militar: el levantamiento del general Raúl González Alvear contra el dictador Guillermo Rodríguez Lara –el Bombita- cuyo escenario de los combates fue la Plaza de la Independencia y el Palacio de Carondelet. Los sublevados se apostaron en los distintos recovecos de la plaza; en la Catedral, en el Palacio municipal y arzobispal y en las calles Venezuela, Chile y García Moreno. Durante todo un día no se cansaron de disparan contra el frontis del Palacio presidencial. Muchos curiosos también se apostaron para mirar desde la primera fila el enfrentamiento, al igual que los periodistas, ya que fue el primer episodio político transmitido en vivo por la radio y la televisión. La Plaza se convirtió en campo de batalla, decenas de soldados bien armados y respaldados por tanques de guerra que llegaron hasta las mismas puertas del Palacio presidencial. Al final, se sofocó el golpe y al día siguiente Quito contempló cómo los disparos habían detenido el Reloj de su fachada – que colocó Gabriel García Moreno- y centenares de enormes agujeros revelaban la intensidad del enfrentamiento con disparos de grueso calibre. El intento de golpe había sido planificado en la Funeraria Quito, a pocas cuadras del palacio, en las calles Cuenca y Mejía, y dejó 22 muertos y 53 heridos.
A propósito de golpes, recordemos también que los militares, en 1963, acudieron con tanques al pie de las puertas del Palacio Nacional para derrocar al presidente Carlos Julio Arosemena y conformar la Junta Militar de Gobierno que duró tres años.
En la segunda mitad del siglo XX, nos dice Espinosa Apolo en su libro “Las luchas populares del pueblo de Quito, dos formas de movilización popular alcanzaron su máxima expresión en Quito y el país, la huelga y el paro, gracias al fortalecimiento de las organizaciones estudiantiles y sindicatos de trabajadores. Y esas marchas siempre se han encaminado al Centro histórico porque, al decir de Lucía Durán, la Plaza mayor es el lugar icónico del poder. Esto sucede, por ejemplo, cada Primero de mayo, cuando las centrales sindicales empezaron a organizar sus marchas desde la Caja del Seguro, en la 10 de agosto, hasta la Plaza Grande, y cuando los prohibieron se encaminaron a la plaza de San Francisco. Y cuando las centrales se dividieron también hasta la plaza de Santo Domingo.
La elevación de los pasajes del transporte público o de las gasolinas y el gas han sido siempre motivo de rebelión y protestas. Así por ejemplo en la denominada “Guerra de los 4 reales” miles de estudiantes secundarios y universitarios se volcaron a la calle. Pero hay un antecedente cuando , en enero de 1977, el gobierno militar de Rodríguez Lara elevó el pasaje en Quito de 1 sucre a 1.20 ctvs. Los estudiantes, los más afectados, se tomaron las calles del norte y el centro de la ciudad. El gobierno militar se retractó. Y no solo eso, al mes siguiente fue defenestrado por sus compañeros de armas y se formó el Triunvirato Militar.
Al año siguiente, en abril de 1978, el Triunvirato –cegado por el poder- volvió a elevar el pasaje del transporte en Quito, de 1 sucre a 1.40 ctvs. Es decir, 4 reales. Inmediatamente los estudiantes de los principales colegios –Mejía, Montúfar, Montalvo, 24 de mayo, Manuela Cañizares, entre otros, declararon un “paro activo” y se manifestaron en las calles. El Centro fue tomado por los estudiantes, desde el cine Alhambra hasta la plaza de Santo Domingo. Se sumaron los estudiantes universitarios, la protesta se contagió a los barrios y los vecinos prácticamente se tomaron la ciudad. El triunvirato los acusó de “agitadores a sueldo” y sacó las tanquetas militares a las calles a reprimir la protesta, pero fue inútil. La “guerra de los 4 reales” tuvo un claro vencedor, los estudiantes y los vecinos de los barrios. El precio del pasaje volvió a 1 sucre. Y el triunvirato dio paso al retorno a la democracia.
En realidad no hay marcha o protesta que pretenda ser escuchada que no acuda a la Plaza Grande, ya sea para protestar o agradecer, tanto en el Palacio de gobierno como en el Palacio municipal. Y ese es su gran valor patrimonial e histórico. Esa centralidad precisamente es la que ha mantenido con vida al Centro histórico.
En años mas recientes, la caída de Jamil Mahuad, Abdalá Bucaram, Lucio Gutiérrez estuvieron siempre precedidas de grandes manifestaciones ciudadanas que llegaron hasta la propia Plaza Grande y al Palacio de gobierno para exigir la dimisión de los presidentes y luego, cuando lo lograron, celebrar en medio de una euforia colectiva.
En la reciente marcha y paro nacional -en la cual los manifestantes fueron brutalmente reprimidos como no se había conocido en los últimos 40 años- se produjeron afectaciones en ciertas calles y en determinadas edificaciones patrimoniales; adoquines levantados en calles y veredas, mamposterías desprendidas y grafitis en las paredes. Recordemos que el núcleo alrededor de la Plaza Grande fue cercado y militarizado. A raíz de estos hechos se han escuchado varias voces, y la del propio Alcalde Jorge Yunda, quien ha manifestado que para evitar esas agresiones al patrimonio hay que trasladar a otro lugar de la ciudad el Palacio presidencial y el Palacio municipal.
Propuesta además que ya la hizo el ex presidente Rafael Correa, quien había planteado que el Palacio de gobierno podía trasladarse al Sur de la ciudad, al ex cuartel Epiclachima. En esa ocasión se dieron una serie de reflexiones para concluir que precisamente esa centralidad política es la que le ha permitido al Centro histórico mantenerse vivo, dinámico y en constante transformación. Por tanto terminar con esa centralidad podría mas bien matar al Centro histórico y convertirlo en apenas una monumentalidad a ser contemplada lánguidamente por los turistas, tal como bien señala, la antropóloga Gabriela El Juri: “Los centros históricos son históricos cuando no son museificables. Su valor no está en la postal para el turista. Su valor está en el uso. Deben ser el espacio de vida, de fiesta, y también de protesta. El espacio para encontrarnos y desencontrarnos. Los centros históricos –el patrimonio- son los espacios de disputa social y, por lo tanto, es allí donde tiene cabida la protesta y las expresiones de resistencia. Las protestas en las calles y en los centros históricos –espacios neurálgicos del poder- dignifican a la ciudad y a la sociedad”:
Podemos lamentar los daños ocasionados al patrimonio, muchos causados por reacción frente a la represión de la policía, daños lamentables pero que no son mayores, ni de lejos, a los que ocasiona el propio estado con ausencia de políticas en temas culturales, ni cercanos al ocasionado por los intereses económicos e inmobiliarios; pero, podemos celebrar que, después de todo, el centro y la calle sigue siendo el escenarios de la vida social y de la resistencia,” coincide la investigadora Lucía Durán y reitera: “Las piedras de las plazas guardan la memoria de la violencia de guerras, sublevaciones coloniales, levantamientos indígenas, marcas de trabajadores, mujeres, jóvenes y colectivos diversos. El país se construye en la plaza desde la lucha y la transgresión. El grafiti político marca el sentido de los tiempos. Hay plazas de protesta y de contra protesta.”
El Centro histórico ha sobrevivido a cuanta manifestación, marcha, arrastre, protesta se han realizado, en el transcurso de los siglos, en sus calles y plazas. Afectaciones que se subsanan y se restauran. Incluso ha sobrevivido a eventos masivos que han convocado a 500 mil personas por día –carga que sin duda genera afectaciones- como las Veladas libertarias y recientemente la denominada Fiesta de las luces.
A lo que no ha sobrevivido es a los intereses inmobiliarios y las reiteradas ordenanzas municipales y que a partir de los 50s se han expedido en las distintas administraciones. Esas ordenanzas han permitido la pérdida –derrocamientos- de importantes edificaciones patrimoniales. Nadie como la propia municipalidad –y los intereses económicos de las élites- para destruir el Casco colonial. Con el argumento que “Quito tiene que encaminarse a la modernidad” la propia municipalidad ha provocado, y/o permitido, intervenciones que han modificado sustancialmente el Centro histórico. Para demostrarlo bastan unos cuantos ejemplos: la primera, y quizá mas grave, fue el derrocamiento del Palacio municipal y las casas aledañas en 1970, en la administración de Julio Moreno Espinosa: “Era una apuesta salvaje a la modernidad, solo así podría explicarse la actitud del Concejo, promotor y verdugo del viejo Palacio municipal que orgullosamente se alzaba en la esquina sur de la Plaza Grande”, afirma indignado el arquitecto Alfonso Ortiz.
Para vergüenza de la ciudad, durante 7 años permaneció como un solar abandonado, hasta que se construyó la actual edificación municipal, que se inauguró el 6 de diciembre de 1977.
Otro crimen patrimonial sin nombre se produje en 1971, también auspiciada por la propia Municipalidad. Se derrocó la hermosa edificación –Coliseum- que acogía a la Biblioteca Nacional, en San Blas. Se la demolió, junto a las casas aledañas, porque afectaba en un metro la ampliación de la avenida Pichincha hacia la Marín.
Lo mismo sucedió con las casas de las 4 esquinas –en la Espejo y Guayaquil- para crear la denominada Plaza chica. Y también se derrocó la Casa de los abogados para construir, en cemento armado, el edificio Guerrero Mora, a cargo del Arquitecto Sixto Durán Ballén, quien paradójicamente sería Alcalde de la ciudad.
También en la década pasada se demolieron edificaciones para crear plazas inexistentes. Y no podemos dejar de mencionar que la construcción del Metro de Quito también ha provocado serias afectaciones en la Plaza de San Francisco, con los vestigios prehispánicos, y en la casa de la esquina oriental de la Plaza –del banco del Pichincha- que fue “vaciada” y solo conservaron la fachada.
Atentados y demoliciones patrimoniales que han quedado en la impunidad. De esta forma, Quito perdió notables y emblemáticas edificaciones. Y lo que es peor, semana a semana, decenas de casas patrimoniales son derrocadas en las ciudades que poseen centros históricos. En muchos casos a vista y paciencia de las propias autoridades municipales y patrimoniales.
Luego del terremoto de 1985 que causó serias afectaciones en las edificaciones monumentales, se creó el Fondo de Salvamento, FONSAL, que realizó una importante tarea de preservación y conservación; hace poco, se transformó en Instituto Metropolitano de Patrimonio, IMPQ.
La conclusión es clara, Quito no ha perdido su patrimonio edificado por las luchas populares, marchas y protestas. No, lo ha perdido por las equivocadas decisiones, ordenanzas e intervenciones realizadas por la propia Municipalidad.