Un ticket del pasaje para el tren Metro fue la chispa para incendiar el país de la estrella solitaria: Chile. El país de poetas, cantautores y pintores dejó de lado su amor por la vida y la cultura y se entregó a una «guerra» declarada por el Gobierno a toda una nación con un saldo de decenas de muertos según organizaciones de derechos humanos -aunque el gobierno reconoce solo 16- y miles de heridos. Esa es la respuesta del Presidente Sebastián Piñera a la multitudinaria reacción social en contra de una crisis cuya punta del iceberg es el alza del precio en el pasaje del Metro que ya cuesta 1,2 dólares.
En el fondo de la crisis subyace un sistema que mantiene condiciones de salud precaria y educación cara y de mala calidad, estudiantes endeudados, corrupción, impunidad, saqueo de políticos y militares como herencia de la dictadura de Augusto Pinochet. La palabra desigualdad es la que define a Chile gobernado bajo las políticas neoliberales del régimen pinochetista de Piñera, no obstante que Chile tiene uno de los salarios mínimos más elevados de América Latina, 423 dólares mensuales.
La cifras braman por sí mismas: el 1% de los chilenos es dueño de un tercio de la riqueza de todo el país. Esa es la razón de los chilenos represada durante 17 años de dictadura militar y 29 de democracia con gobiernos incapaces de dar solución a los derechos de la población. El régimen respondió no políticamente, sino militarmente, y mandó al ejército a las calles, un cuerpo castrense entrenado por monitores de EE.UU, en la Escuela de las Américas en Panamá, para reprimir y matar bajo la doctrina de la seguridad nacional heredada de la dictadura de Pinochet. El régimen declaró el estado de emergencia y el toque de queda, dos medidas usadas por el pinochetismo para desatar la represión y declaró la guerra: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable”, dijo Piñera.
El pueblo chileno está indignado ante la respuesta tan desproporcionada del régimen. Una indignación represada durante décadas y que ahora desfoga con organización y decisión política en las calles.
La explicación de lo que ocurre hoy en el país del sur radica en algunos datos que requieren comprensión. Chile es uno de los países más prósperos de Latinoamérica, pero es el más desigual. Aproximadamente el 40% de la población percibe solo el salario mínimo. Los precios de productos de primera necesidad son extremadamente elevados, y generan una situación de injusticia social inaguantable. La reacción ha sido de extrema violencia en las calles, por parte de los efectivos armados y de los manifestantes: mas de 45 estaciones del Metro incendiadas, saqueos y enfrentamiento cuerpo a cuerpo de los protestantes con los militares. Allí no hubo “uso progresivo de la fuerza”, por el contrario, el ejército salió a matar desde un primer momento equipado para una guerra. Se vislumbra una “huelga revolucionaria” que ya se plantea subvertir el orden establecido y sacar por la violencia al mandatario indeseado. El diálogo tardío al que llamó el gobierno intenta dar una respuesta pacífica a una situación desbordada y reprimida con brutal intensidad por las fuerzas del orden.
La situación de Chile no es de hoy día, es una crisis endémica del país que data de años atrás. Y la coyuntura se inaugura con la salida inédita de los militares a la calle después de 29 años de “democracia”, pero los elementos subyacentes son la desigualdad del país que en un momento se autocalificó como el “jaguar de América” frente a los tigres asiáticos con los cuales competía y que amenazaban devorarlo. Se trata hoy de un país con una brecha social enorme y pensiones miserables para gran parte de la población, un país en el que hay una salud para ricos y otra para pobres, y una educación privilegiada para ricos y otra privada para pobres. La frustración social de los chilenos acumulada durante años, hoy encuentra desfogue en las calles de las ciudades colmadas de manifestantes que hace explotar una crisis que trata de ser controlada con violencia oficial.
Algunos datos son reveladores. El alza del pasaje del Metro ha subido un 98% y los salarios nada. La canasta básica representa el 20% del salario mínimo y hace unos pocos años representaba el 14%. Chile necesita cambiar las relaciones sociales, el estado de la salud, el estado de la educación y mejorar el trabajo precario.
No obstante, el saqueo y el vandalismo del lumpen no tiene justificación y no aporta en nada a la legítima lucha de los chilenos. Un lucha protagonizada por una juventud que se inaugura en la protesta social que tiene menos de 30 años de edad de promedio. No se trata como ha dicho audaz e irresponsable el gobierno de Piñera de extranjeros provenientes de Venezuela, Cuba o de Ecuador. Se trata del malestar expresado espontáneamente por una juventud trabajadora y estudiantil afectada por las medidas económicas antipopulares del gobierno neoliberal de Chile. Un conglomerado social que no cree en los partidos políticos tradicionales, no cree en el Congreso, no cree en el gobierno porque todos están en deuda con un ciudadano del pueblo joven que no avizora ningún futuro. Cierto es que el gobierno fue elegido democráticamente, pero ha incumplido todas las promesas que planteó en campaña. No obstante, no se trata solo de rechazo ante la falta de voluntad política del presidente chileno sino del agotamiento del modelo político, el cansancio frente al proyecto neoliberal impuesto por un régimen ciego y sordo. Y ese modelo fue impuesto a sangre y fuego por la dictadura militar pinochetista y seguido en seguida por la Concertación política -democratacristianos, luego socialistas- que le sucedieron en el poder y posteriormente por dos gobiernos de derecha de Sebastián Piñera.
En Chile hay la emergencia de nuevos actores sociales que rebasan a las estructuras políticas partidistas tradicionales, aunque unas y otras pretenden interpretar y representar sus intereses. Chile está ante un nuevo protagonista que irrumpe con fuerza arrolladora e incontenible. Eso es lo que no entiende el régimen. Un ejemplo simbólico es la vigencia de una Constitución redactada por la dictadura de Pinochet, heredada por la clase política y practicada por sus representantes que se sientan a la diestra del gobernante Piñera para repartirse el botín político y económico en un país donde todos los servicios están privatizados y son de mala calidad.
Chile reproduce la tendencia continental, de algún modo, en la desafectación de la población por los políticos que se expresa en la carencia de liderazgos claros en capacidad de conducir al país por un campo minado. Si no hay líderes reconocidos es muy difícil establecer diálogo con los agentes del régimen que por otro lado que no muestran apertura con sinceridad o si convocan al debate social lo hacen con un lenguaje de guerra. Chile es un país que exhibe cifras que hablan de la prosperidad de unos pocos y de la miseria de muchos. Libertad económica, en el puesto 18 entre 180 países, libertad de prensa, está en el puesto 46 entre esos 180 países, el PIB creció de 1,3% desde el 2016, la renta ha crecido en 3000 dólares. El problema no solo son las cifras capitalizadas por unos pocos privilegiados, sino la ausencia absoluta de justicia social, igualdad política y prosperidad para todos los chilenos.