El maestro se va como vino, con la convicción de ser un transeúnte de la vida. Hizo de Ecuador su casa, vivió, escribió y siente haber cumplido una etapa al cabo de la cual se reencuentra con su Colombia natal. Autor de una fecunda obra literaria, Antonio Correa encontró en la poesía una forma de diálogo consigo mismo y con los demás, sin monólogos herméticos con un lenguaje transparente que también trasladó a su obra narrativa.
Antonio Correa Losada (Pitalito, Huila, Colombia, 1950) realizó estudios sobre procesos editoriales en México y Bogotá, y de gestión cultural en Madrid, actividades que ha desempeñado en Ecuador, México y Colombia. Ha sido impulsador de la revista de literatura Común Presencia y fue colaborador del periódico Tinta Fresca, de la Cámara Colombiana del Libro. En 1990, apareció su libro, Húmedo umbral (Museo Rayo, de Colombia), reeditado en 1992 por la Editorial Magisterio. Después de vivir cinco años en el Amazonas, publicó Desolación de la lluvia (Colección Piedra de Sol). En 1999, la Universidad Nacional de Colombia entregó, en su colección Viernes de Poesía, una selección de sus poemas amazónicos. En 2004 publica Secreta mudanza con la Casa de la Cultura Ecuatoriana. En 2001, aparece el ensayo Crimen y castigo o la expiación que no cesa (Editorial Panamericana). En 2002 publica Un camino abierto, libro de crónicas sobre la curación y el chamanismo en las selvas amazónicas. En 2003 se dio a conocer su libro de arte El corazón del pan, con fotografías de Jorge Múnera. En 2008, el Gobierno del Ecuador le concedió la Ciudadanía Honoraria por su trabajo cultural en el país.
Al cabo de cuatro décadas Antonio Correa regresa a su pueblo natal, en una secreta mudanza compartida con amigos y con sus seres amados. Allá espera su hija librar junto al padre una batalla final a un mal irreversible que amenaza con cobrar una existencia vivida con humilde maestría vital.
Antonio Correa, un poeta que cree en la vida, pero no en la eternidad. Nos recibe en su apartamento en medio de libros empacados, maletas a medio llenar y una siempre suya serena pasión por las palabras.
¿Cuándo descubres tu vocación literaria?
No sabría decir, pero yo pienso que uno comienza a entusiasmarse joven, en el colegio en la Escuela Normal Nacional en mi pueblo Pitalito, donde estudio con un sistema alemán muy interesante. De ahí me motivé en los trabajos escolares para proyectarme desde la poesía, digo yo, pero en verdad es que desde los veinte años uno comienza a percibir qué es lo que busca.
¿En esa búsqueda asumes el rol de la literatura y cuál es éste?
Yo pienso que la literatura tiene un solo principio y cada vez lo he comprobado más, que la literatura nos hace mejores y nos permite preguntarnos cosas a nosotros mismos, que el medio ambiente no nos permite, no responde. Entonces, la literatura sí nos permite preguntarnos sobre cosas muy fuertes que no encontramos respuesta y la literatura nos la da. Entonces pienso que, por principio, es un ejercicio para conocernos mejor.
El pensador Martin Oppenheim dice que la literatura también nos enseña lo frágil que somos ¿Eso es cierto?
Si, totalmente. Claro. Es como la palabra, es tan etérea, vuela, desaparece, igual la realidad. Estamos inmersos en la intuición del instante que es lo que nos motiva, nos hace ver. Pero esto es muy difícil, es la lucha contra el tiempo que vive el ser humano.
Y si nos vuelve tan frágiles, nos expone tanto, ¿por qué se escribe, para qué se escribe?
Se escribe porque queremos ser mejores, queremos entendernos. Yo escribo porque me da mucho miedo, me da mucho miedo ciertas cosas, para no asustarme tanto.
¿A qué le temes, cuáles son los demonios?
Son múltiples, la inseguridad de uno mismo, lo que llaman fracaso, lo que llaman éxito, todos esos abismos en que uno se mueve.
Escribir es un fracaso casi seguro, dejar de escribir es un fracaso seguro ¿Estás de acuerdo?
Si a mí me parece estupendo eso. Los escritores son fracasados, es un poco un lugar común, pero sí es como el ejercicio de los perdedores.
La Mistral escribía en un humilde cuaderno sobre sus rodillas ¿cuál es tu proceso creativo, Antonio, cómo llegas al poema?
Yo escribo pequeñas notas y el momento de escribir llego al computador y me siento a mirar esas palabras.
¿En ese proceso qué se descubre, qué queda en evidencia?
Encuentro aristas que nunca había visto antes. Encuentro que el lenguaje tiene unas posibilidades tan amplias y tan poderosas que uno ni siquiera suponía que existían, hasta que se encuentran en este largo ejercicio de comprometerse a vivir con las palabras. Eso sucede a cualquier edad. A mi toda la adolescencia me permitió meterme, leer, escribir, luchar contra mí mismo, contra esos demonios que tu dices. Esos, más que demonios, son unos diablos que no nos dejan actuar.
¿Y cómo se descubre a un auténtico poeta, será como dice Bolaño, que un escritor de verdad se mete en ámbitos donde nadie antes se ha metido?
Si, exactamente, porque la vida tiene muchos espacios, entre ellos rincones que la cotidianidad no deja ver. Y esos rincones hay veces en que la poesía los logra iluminar y mostrar.
Siempre me llamó la atención ese calificativo que te dan, eso de “maestro”. Yo, dentro de las proximidades y distancias, nunca te dije maestro.
Todos tratan de disculparse porque no me dicen maestro, y es muy divertido porque es el terror a calificar al otro de superior. Entonces yo me soltaba unas carcajadas por dentro porque hay unos que dicen: perdóname maestro, pero yo no te voy a decir maestro. Y yo me muero de la risa, porque todo sucedió en los años setenta cuando me formaba en la Escuela Normal Nacional para educador y yo fui un maestro, y los colegas de nuestro sindicato nos decíamos maestros. Lo que me hace morir de la risa es la respuesta de la gente que dice y este cabrón por qué se llama maestro, yo qué le voy a decir a este boludo, maestro. En cambio, los verdaderos amigos decían con maravilloso acento, ¡Hola Maestro!
En alguna medida es un superlativo, una ponderación, ¿en qué consiste esa maestría, Antonio?
La maestría nunca he tenido, soy maestro de escuela.
Hurgando un poco en tu espíritu encontramos una sabiduría, una maestría de la vida…
A no sé, no sé, esa partecita que lo digan los lectores cuando miren mi obra.
A propósito de tu obra, ¿cuál es el libro que más te ha dejado satisfecho, más completo…?
Pienso que cada libro tiene una razón de ser. Aparece, por ejemplo, Secreta mudanza y es un libro que tiene un proceso diferente a todos los demás. Cada libro que nace en ese momento es queridísimo por uno y es defendido y lo que permite ese libro es que me impulsa a hacer uno nuevo.
Se ha dicho que la mejor poesía está escrita en prosa ¿Estás de acuerdo en eso?
No estoy tan de cuerdo. Es un gran deseo eso de que la literatura, la narrativa, la novela y el cuento en su cosa esencial sea poética, eso ha sido una lucha. Eso no creo que se marque de esa forma. Los géneros literarios limpiaron a cada forma de sus compromisos.
En la literatura se encuentran poetas desgarrados, ¿te merecen admiración esas vidas tan desmesuradas?
A mi me parece maravilloso y grandioso eso, porque son perspectivas de vida que uno nunca ve porque supone que no existen. La literatura tiene ese maravilloso don de mostrar las cosas que no se ven.
¿La literatura tiene que, necesariamente, nacer de una tensión humana?
No necesariamente. El estado de tranquilidad y alegría produce estupendos vínculos poéticos. Eso es una cosa que se inventaron de que solamente la miseria, el dolor, el alcohol, las drogas producen literatura. Eso es una tontera del siglo 18 y 19.
Muchos poetas dicen que han sentido una suerte de éxtasis al escribir. ¿Has sentido tu ese éxtasis al hacer un poema?
He sentido éxtasis cuando me dan algún empleo y nada más. No sé qué tratan de decir con eso.
La literatura hace trascender a un autor o es una cosa efímera, que todos desaparecerán de la memoria.
Si, todo es efímero y no es que la literatura haga trascender, es un espacio de comunicación que se da y ese diálogo del que hemos venido hablando. El tiempo es una medida muy maravillosa para ver la permanencia de una obra.
¿Vienes a Ecuador en los años setenta y qué ha significado tu transitar por este país?
Ha significado encontrar un país maravilloso, un país que tiene una voluntad de paz altísima, un país con un talento en sus escritores, en su plástica. Fue un espacio muy importante para mí, aquí mi hija también terminó de educarse, entonces pues se convirtió en mi casa y eso para mí es muy grato.
No cualquier casa, Antonio, porque aquí eres un hombre muy querido, has tenido reconocimientos. ¿Si has sentido en el Ecuador ese afecto?
Si, hay gente muy cariñosa, estoy muy agradecido de estos últimos días de encuentro en que estamos despidiéndonos, pues con los amigos sí se percibe una maravillosa afectividad.
Gabriela Mistral dejó escrito en un verso…esa patria, esa patria perdida, aquello que era mío y ya no es. ¿Eso es Colombia para ti, o la recuperas realmente?
No, pienso que uno no se retira de un sitio para perderlo, se retira de un sitio para despues regresar a él enriquecido, o para que ese sitio esté con él siempre.
¿Y queda algo pendiente en Ecuador, o todo ya está hecho?
Yo no hice votos de matrimonio con Ecuador, fue un vínculo espontáneo, maravilloso. Nos abrimos las puertas, nos respetamos, nos queremos, somos unos espacios maravillosos. Pero no era un convenio matrimonial, esa vaina tenebrosa de convenio matrimonial. Era libre.
¿En todo caso, lo que te propusiste hacer acá, lo hiciste?
Claro, se hicieron cosas muy interesantes, muy importantes, se hicieron publicaciones en sectores jóvenes, se dio validez al diseño editorial de las publicaciones del sector oficial, se dio a la literatura un gran espacio en estas publicaciones y la calidad editorial era una exigencia. Yo pienso que se hizo bastante. Hay una muestra de ese trabajo que se hizo gracias al Consejo Provincial de Pichincha que es la creación del premio para los jóvenes narradores y poetas y eso fue un gran proyecto que se mantuvo y una revista de literatura también. Los libros de arte que se hicieron, los encuentros de literatura con fe en el libro. Esos procesos son espontáneos, naturales que nos demandaban mucho esfuerzo, mucho cariño, y poca comprensión de parte de ciertos sectores, pero yo pienso que ahora eso está solidificándose y se está viendo que se hizo un trabajo útil y en proyección.
¿A qué le temes más a la vida o a la muerte…o al amor?
No, yo a las dos. La vida es una maravilla. La muerte, no le tengo temor a la muerte. Le temo a la vida con esa cosa larga y eterna, eso si me daría miedo. La vida que no termine sería muy miedoso.
¿Y cuál es el siguiente paso que quieres dar en la vida?
Leer y escribir.
Nota: Hoy en Casa Égüez Centro Cutural (Juan Larrea y Río de Janeiro, esq.), 19h00, encuentro poético con Antonio Correa
Fotografía, archivo El Telégrafo