Neruda dijo alguna vez ser un navegante inerte, que se hacía a la mar sin salir de Isla Negra, oteando el horizonte, mar y tierra donde el espacio profundo ha cobijado mis viajes que nunca acaban. Óscar Martínez, es también navegante eterno de navíos que modela primero en su imaginación antes de hacerse a la mar con navegantes invisibles que vienen llevándole, a través de atmósferas extrañas, surcando mares desconocidos.
Este capitán de travesías inertes, nació en Quito y descubrió su vocación marítima jugando con latas de sardinas que hacía flotar en tanques de lavar. Luego creció y estudió violín en el Conservatorio Nacional de Música, hasta encontrase con la Arquitectura, que estudia y abandona, pero que le sirve para desarrollar su inventiva de modelista. En los años noventa crea una empresa de artículos promocionales que sucumbe como otras tantas, ante la debacle del feriado bancario de fines de siglo pasado. Decide entonces vender todo y dedicarse a pasar un año sabático y se enclaustra en un karaoke urbano “a cantar, tomando cerveza, conociendo mujeres y dándome la vida que nunca me había dado”. Un día, cansado de esa vida impostada, decide hacer un barco para su propio regocijo que resultó ser tan hermoso que un cliente lo compró a un “precio exorbitante”. Nacía allí un nuevo oficio de Oscar Martínez.
-Y un día decidí hacer un barco con mis manos, ese era el Cutty Sark, un barco inglés que inauguró las regatas y cargaba té chino y wiski inglés. Me gustaba ese barco por su bello velamen.
Su experticia como productor de artículos en acrílico, madera, metales y otros materiales, le convirtió en un artista de prestigio, al punto de formar parte de una pléyade de modelistas náuticos que se cuentan en el país con los dedos de una mano.
– Creo que me ha servido mucho el desarrollo de los productos con la inventiva que yo tenía en artículos publicitarios, y aprendí a utilizar todos los elementos que se me presentan. Hay materiales como joyas llenas de bolitas, bisutería, que aparecen en cajas de tesoros que tengo y ahí se encuentran piecitas que pueden representar una lámpara, un elemento del barco.
Su navíos, reproducidos a escala 1:100, hacen gala de detalles sorprendentes, fieles a la realidad son emulaciones de barcos que han escrito la historia de la humanidad con las estelas de agua espuma que dejan sus travesías por siete mares. En esa manufactura prodigiosa, Martínez investiga la historia de cada barco, descubre sus planos, pero sobre todo, imagina las vivencias del navío y sus hombres de mar.
– El plano te dice cómo era el barco en su construcción primordial. Los planos originales nadie los tiene. Se han conservado pinturas de tal o cual barco. La diferencia estaba en los adornos y toca inventarse. Los planos sirven para hacer el armazón del barco, pero quien viste al barco es el creativo.
El secreto está en emular las técnicas usadas en los astilleros en la construcción de un barco real. No en vano el taller de Martínez, convertido en astillero, recrea la realidad y la magia de cada navío que zarpa de sus manos.
-Claro se utiliza una técnica similar en miniatura. Para darle la curva a las maderas yo utilizo una niquelina dentro de un tubo bien caliente y cojo las cuadernas y las giro hasta que se mantengan curvas. La misma técnica se hacía con unas prensas enormes metiendo los tablones del barco real en el agua, y luego al fuego, para doblar la madera y darle la forma redondeada de la proa en los astilleros.
Un detalle notable de los modelos construidos por Martínez, es su apariencia real. No se ven nuevos, recién hechos, falsos; por el contrario, cada barco sale con las huellas de una historia magnífica, como si antes hubiera hecho muchas travesías en la imaginación de su creador.
-En realidad ese es mi estilo y lo he fundamentado en el envejecimiento de las piezas. Me imagino el barco no como cuando partió, sino cuando ya viajó y regresó. Me gustan las velas envejecidas por el sol, salpicadas por el agua y oxidadas, lo mismo todas las partes de hierro que tenían. Se envejece las partes del modelo quemando los elementos, o con betún de judea, que es un tinte mezclado con trementina y eso le da un toquecito de viejo, las velas se las deja un par de semanas metidas en té negro y adquieren ese color medio dorado y se las deja secar al sol.
Sin embargo, reconoce Martínez que solo incorpora una cuarta parte de detalles de los atavíos del barco -como los cordeles, por ejemplo- para evitar anacronismos innecesarios. O porque un cliente experto sabe cómo era el navío en la vida real y reclama fidelidad absoluta. Entre los compradores de sus barcos hay coleccionistas, instituciones, Estados o gente que quiere alimentar su ego familiar. No obstante que no hay una cultura náutica desarrollada en Ecuador, Martínez procura enriquecer una sabiduría marítima junto a sus clientes. Hoy como ayer, notables familias regocijan su orgullo conservando un barco en un lugar destacado de su entorno familiar.
Óscar Martínez se dispone a iniciar una nueva travesía en su taller. Astillero de sueños, evoca con Neruda su amor por el mar y sus hombres de itinerarios infinitos…Yo he empezado a amar este cielo, este mar. He empezado a amar estos hombres…Pero un día, el más inesperado, llegarán mis navegantes invisibles. Levarán mis anclas arborecidas en las algas del agua profunda, llenarán de viento mis velas fulgurantes…Y será otra vez el infinito sin caminos, los mares rojos y blancos que se extienden entre otros astros eternamente solitarios.