Los representantes de la derecha política ecuatoriana viven por estos días una suerte de desconcierto ante lo que califican de paradoja política. Rafael Correa encabeza las encuestas de intención de voto para elecciones presidenciales. A los ciudadanos consultados en encuestas se les pregunta ¿si las elecciones presidenciales fueran hoy día, por quién votaría? Esta pregunta fue hecha por diversos encuestadores, entre otros, Cedatos, (35% para Rafael Correa, 18% para Jaime Nebot y un 7% para Guillermo Lasso), un sondeo digital Encuesta Presidencial Ecuador (45% de intención de voto a Rafael Correa, seguido por Jaime Nebot 34,9% y Guillermo Lasso con 8,6%.) Y estos últimos días ha circulado en redes sociales una encuesta on line realizada, según quienes la difunden, por el programa VISIÓN 360 de Ecuavisa, cuyo resultado es Correa 75% y Lasso 25%.
Hace algunas jornadas en un programa radial del comunicador Diego Oquendo, el banquero Guillermo Lasso reconocía la tendencia de intención de voto que favorece a Rafael Correa. Cuando el entrevistador le preguntó a Lasso qué opinaba del porcentaje de 35% a favor de Correa, el entrevistado respondió: «Es más, licenciado, es más».
¿Cómo se explica este hecho?
Para intentar una respuesta hay que remontarse al mes de abril del 2017 y recordar que Lenin Moreno se enfrentó a Guillermo Lasso, en lugar de que el candidato de ese entonces por Alianza PAIS, fuera Jorge Glas. En esa oportunidad decíamos que Moreno era un buen candidato -por su imagen de minusválido que ayudó a sus semejantes cuando fue vicepresidente-, pero que podía ser un mal presidente. Y que, contrariamente, Glas era un mal candidato -por su imagen de correista duro-, pero podría ser un buen presidente por su lealtad con la tendencia. La historia nos dio la razón.
Moreno resultó ser -en opinión de amplias mayorías, expresadas en encuestas- el peor presidente que ha tenido Ecuador. Y eso explica la nostalgia por Rafael Correa: se lo compara con Moreno que lleva el país al caos en que se vive. La ciudadanía compara ambos gobiernos -Correa y Moreno- y eso hace que el primero salga favorecido en la percepción de los entrevistados. Eso explica, además, que desde las esferas del poder se esté haciendo todo lo posible por evitar el retorno de Rafael Correa y su potencial participación en las elecciones presidenciales de 2021.
Por otro lado, la derecha política no loga superar las ambiciones personales de poder de sus principales representantes -Nebot y Lasso-, lo que impide una alianza del sector con opciones de triunfo en la primera vuelta electoral del 2021. Este segundo hecho hace que Ecuador se encuentre sin liderazgos ni conducción política claros. Hoy día, ante la ausencia de líderes en capacidad de aglutinar, el país se debate en el limbo, sin proyectos políticos viables.
La propuesta por la que se pretende jugar la tendencia correista de llamar a una constituyente que haga borrón y cuenta nueva, es de alto riesgo. Porque nada les asegura que ganarán una consulta popular acerca de una constituyente. Esa consulta alternativa no es garantía de cambio progresista, porque la podría ganar la derecha con una campaña mediática bien montada.
La otra paradoja es que, en la actualidad, Ecuador se enfrenta a dos modelos que están en tensión en el continente: el modelo neoliberal privatizador contra el Estado, impuesto en Argentina por Macri, en Brasil por Bolsonaro, en Chile por Piñera y en el Ecuador por el FMI, que ha mostrado rechazo en las urnas ante su fracaso argentino. Y ante su fracaso, culpa al progresismo opositor. El otro es el que propone Alberto Fernández en ese país, que sugiere una armonía entre el Estado y el mercado, con el fin de mejorar la calidad de vida de las mayorías. Para los neoliberales, no obstante, es preciso la liberación de los mercados y la jibarización del Estado reducido a la nada.
En Ecuador la lección es bien aprendida por Moreno y el resultado ya se comienza a ver: miles de cesantes que perdieron su empleo (400 mil), sin que el gobierno haya creado un solo empleo de los 250 mil que ofreció por año, millones de condenados de vuelta a la pobreza. Un país secuestrado por los enemigos de las políticas sociales que promueven a rajatabla la «flexibilizacion laboral» que genera inseguridad laboral y desempleo. Un Estado que reduce los presupuestos de educación y salud condenando a miles de ecuatorianos a la negación de esos derechos, a la falta de calidad educativa y a la carencia de cobertura médica y de acceso a servicios de salud.
Ese es el Ecuador que el ciudadano compara con el régimen anterior que amplió la cobertura médica del Seguro Social de 800 mil personas a cuatro millones de miembros de la familia ecuatoriana, que generó fuentes de empleo desde el Estado, que construyó carreteras y escuelas en todo el territorio nacional, que pese a los errores y a los casos de corrupción que si los hubo, el país redujo la pobreza extrema y mostró un rostro de soberanía y dignidad ante el mundo, con cifras macroeconómicas reconocidas internacionalmente hasta por el propio FMI. No hace falta ser correista para reconocerlo, tampoco ser de derecha para negarlo. Ese país ya no existe y es el Ecuador añorado por los consultados en las encuestas.
La democracia es un sistema que, aunque incompleto, permite dichas comparaciones, lo que no permite es ver sufrir a la gente y luego encubrir la debacle camuflada en estadísticas irreales. La democracia real implica redistribuir la riqueza y eso no está ocurriendo en Ecuador donde la tendencia es concentrar en pocas manos lo privatizado, al más puro estilo argentino. En ambos países se practica una economía inmoral, de frías cifras macroeconómicas que no solucionan el hambre, la vivienda, la educación ni la salud de nadie. No es permisible en democracia sobrevivir a la pobreza en un país, estructuralmente, desigual en el que se quiere socializar la miseria. Nadie entiende cómo a la mendicidad callejera se la quiere disfrazar de emprendimiento. Ese es el país en el que viven quienes comparan al Ecuador con el país que perdieron. Quienes no lo entienden, prefieren hablar de paradojas políticas, de ironías electorales que no les permite explicar la intención de voto de los consultados en las encuestas.
De modo que las paradojas no vienen solas, son fruto como porfiados hechos, de una realidad histórica.