Siempre dije que septiembre es el mes en que a Chile le ocurre todo lo importante, pero también lo trágico, aquello que la memoria quiere pero no puede ni debe olvidar. Un 18 de septiembre de 1810 constituyó la junta independentista que separó los destinos de ese territorio de los designios colonialistas españoles. Un 11 de septiembre de 1973, Chile dejó de ser libre y soberano, condición adquirida gracias a la política revolucionaría del gobierno socialista del Presídente Salvador Allende Gossens. Un 23 de septiembre de ese año, moría Pablo Neruda, el poeta mayor, aquejado por una enfermedad crónica y acongojado por lo que se vivía esos días de terror en Chile. Antes, el 16 de septiembre, había muerto asesinado Víctor Jara, nuestro juglar universal, acribillado con 44 disparos en manos de sus torturadores militares. Y para incluir una efeméride familiar, la madrugada del 17 de septiembre de 1977 moría mi padre, el escritor chileno Vicente Parrini de un infarto al miocardio. Septiembre lo llevo galvanizado en el corazón y en el alma como el mes en que en mi vida ocurrieron siempre cosas importantes, cuando no, trágicas.
Septiembre es una cueca larga y lúgubre, en una geografía de primaveras coloridas y aromáticas, ensombrecidas acaso por una historia recia como Los Andes, profunda como el Pacífico que la cobijan.
En septiembre, de niño jugaba a elevar cometas y a leer poesía en el patio de la escuela. Cuando grande, en septiembre, desfilaba por las anchas alamedas, junto a obreros y estudiantes, en pos de un mejor futuro para mi tierra natal. En septiembre, miles, millones de chilenos perdieron la patria, como diría la Mistral “esa patria perdida, de lo que era mío y se fue de mí. Patrias perdidas, de naufragios, personajes de sombras y fantasmas”.
Hoy, con Chile en el corazón, la cueca, las empanadas, el vino tinto, la cordillera, el mar, el viento entre la uvas nerudianas, los piececitos azulosos de frío de los niños chilenos que cantaba la maestra rural nobel de letras universales, Gabriela Mistral, perviven en la añoranza de otros septiembres.
Hoy, 4 de septiembre de 1970, Salvador Allende Gossens tomaba en sus manos el destino de su patria para gobernarla durante mil días y sucumbir incólume cumpliendo el mandato del pueblo. En el proscenio ante la casona universitaria en la ancha Alameda, saludaba el triunfo frente a los jóvenes que eramos entonces, prometiéndonos un camino, no de rosas, pero sí de dignidad.
Mil días despues, un 11 de septiembre a pocas cuadras de ese atrio universitario donde proclamo la victoria, entre los escombros de La Moneda, Allende brindaba su vida por las victorias que vendrán.
Septiembre en la historia
Y regresando al presente, estos días en Chile se lanzó el libro Pinochet, biografía militar y política del historiador y periodista Mario Amorós, en el que retrata de cuerpo entero al dictador, al traidor de la patria, vinculando su funesta tiranía con las políticas que impusieron e imponen para el continente los Chicago Boys. El investigador rompe la intención de la derecha política de separar los crímenes de la dictadura con el manejo económico, recordando que ya en 1975, Pinochet entregó a este sector neoliberal el control financiero de Chile. El autor de biografías como la de Neruda, Allende y más recientemente la de Pinochet, comentó que no se puede separar a los Chicago Boys y la Dina, -aparato represivo de la tiranía- pues mientras los primeros aplicaron una política de shock que sumió al país en la miseria, esto fue facilitado por la brutalidad con que actuó el servicio de inteligencia de la Dictadura.
Hoy, que en Ecuador se debate la imposición de las políticas neoliberales condicionadas por el FMI, bien vale la pena y la alegría de tener a Chile en el corazón para no repetir la historia con sus funestos errores en nuestro propio país.