Toda sociedad tiene esos hombres superiores que alcanzan y representan, como diría Hegel, el espíritu absoluto y superior de su época. Noam Chomsky es uno de ellos, nuestro filósofo de la posmodernidad capitalista. Cada reflexión del lingüista norteamericano hace estremecer los cimientos del sistema y desnuda la entrañas mismas del monstruo.
Chomsky termina siendo un cáustico activista critico de las realidades políticas de su país, los EE.UU, con un pensamiento que marca su época. Su obra augura los cambios del imperialismo norteamericano, descubriendo el sentido y las leyes de desarrollo del establishment.
El curriculum de Chomsky marcha de modo revolucionario. Estudió filosofía, lingüística y matemática en la Universidad de Pensilvania y se doctoró en Harvard. Pero su activismo también fue “reconocido”: lo detuvieron por oponerse a la guerra de Vietnam, figuró en la lista negra de Richard Nixon, apoyó la publicación de los papeles del Pentágono y denunció la guerra sucia de Ronald Reagan.
Para ilustrar lo dicho, hemos elegido algunas frases lapidarias de Chomsky, sus verdades portátiles.
“Caso tras caso, vemos que el conformismo es el camino fácil, y la vía al privilegio y el prestigio; la disidencia, sin embargo, trae costos personales”, nos dice Chomsky aludiendo a la actitud que prevalece en la sociedad actual. El autor alerta sobre el costo de disentir de la cultura oficial.
Más bien, enfatiza en el protagonismo y la incidencia del ser humano ante los hechos circundantes: “Si asumes que no existe esperanza, entonces garantizas que no habrá esperanza. Si asumes que existe un instinto hacia la libertad, entonces existen oportunidades de cambiar las cosas”.
Y muestra el sendero por donde caminar en el campo de las ideas: «No des por sentadas tus suposiciones. Empieza por adoptar una actitud escéptica hacia todo lo que sea sabiduría convencional.
Y con agudez discrimina a los unos de los otros: “La gente a la que se honraba en la Biblia eran los falsos profetas. A quien nosotros llamamos los profetas eran a quienes se encarcelaba y mandaba al desierto”.
Chomsky apunta uno de los roles del aparato ideológico del sistema: “El propósito de la educación es mostrar a la gente cómo aprender por sí mismos. El otro concepto de la educación es adoctrinamiento”.
Y una perla para recordar en tiempo de elecciones: “Es importante tener en cuenta que las campañas políticas son diseñadas por las mismas personas que venden pasta de dientes y coches”.
Y nos alerta sobre quienes publican a diario: «La manipulación mediática hace más daño que la bomba atómica, porque destruye los cerebros».
En contraste, Chomsky, recuerda la necesidad de que la sociedad dé lugar a los espacios de participación ciudadana, cada vez más restringidos: “No se puede tener una democracia que funcione sin lo que los sociólogos llaman “organizaciones secundarias”, sitios en los que la gente pueda encontrar, planificar, hablar y desarrollar ideas”.
No obstante, desmitifica los rasgos del propio pensamiento oficial actual: “El optimismo es una estrategia para hacer un futuro mejor. Porque al menos que usted crea que el futuro pueda ser mejor, es poco probable que se de un paso adelante y asumir la responsabilidad de lo que tenemos ahora”
Como corolario, una perla en pleno pulimiento: “Cuando tienes oportunidad de echar un vistazo al archivo que guardan sobre ti en el FBI es cuando descubres que las agencias de inteligencia en general son extremadamente incompetentes”.
Y una cita autobiográfica: «Nunca fui consciente de cualquier otra opción que no fuera la de cuestionar todo».
Y para enmendar cualquier culto a la personalidad, nos dice: «No beberíamos estar buscando héroes, deberíamos estar buscado buenas ideas»
Noam Chomsky, nuestro filosofo de bolsillo, para recurrir a diario.