En una reciente carta al director de El Comercio, fechada 31 de julio del 2019, un lector -Gabriel A.- manifestaba su preocupación por el fenómeno de la posverdad, a la que el autor de la misiva asociaba a un modismo inglés (post-truth) incorporado al español: “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. A renglón seguido, el lector nos hacía acuerdo de que “lastimosamente algunas encuestadoras han puesto al servicio de la política, la estadística. Documentos gráficamente bien diseñados, exhiben lo que las pretensiones dictan expresar”. Para ese fin las encuestadoras -continuaba señalando el autor de la carta- “la ficha técnica metodológica expone el escaso esfuerzo con el que tratan de justificar lo injustificable: Tamaños muéstrales tan ínfimos que no alcanzan el 0.005% de la población, apenas 2 ciudades encuestadas del país”. Y para coronar su preocupación decía “los medios de comunicación especialmente digitales hacen lo propio al replicar estas cifras y es así como se ha creado la posverdad. Es técnicamente irresponsable presentar estas metodologías pero es políticamente un descaro difundirlas”. Llama la atención que este lector de la prensa comercial asocia la posverdad a una impostura de la realidad y se la atribuye a los encuestadores que dicen ser radiógrafos de la “opinión ciudadana”.
El diario oficialista El Telégrafo, se hizo eco de la preocupación del lector en mención y difundió la opinión de su editorialista, Fausto Segovia, para intentar una conceptualización del término posverdad. Segovia escribe: “se dice que el sentido de la posverdad está en el sinsentido”. Y luego se pregunta, “¿es un problema de semántica o un vocablo que retrata a una sociedad en descomposición? Y remata con otra interrogante “¿Vivimos un epidemia de las falsas noticias?”. Segovia ensaya una respuesta: En algunos foros se define a la posverdad como un neologismo que significa “mentira emotiva” que intenta crear o modelar a la opción pública donde los hechos tienen poca trascendencia ante las emociones y creencias personales. La posverdad se consolida cuando las percepciones sobre la verdad tienen más impacto que la misma verdad. Y nos recuerda la acepción de David Roberts que definió a la posverdad como una cultura política en que “la política -la opinión pública y la narrativa de los medios de comunicación- se han vuelto casi desconectadas de la política pública”.
Nótese que la posverdad es atribuida a un término creado por la prensa. No obstante, es sintomático que se haga el reconocimiento explícito de que la verdad no existe cuando se imponen versiones emocionales sobre la verdad en las notas informativas. En otras palabras, el reconocimiento de que la objetivad periodistica es un mito. Resulta saludable que en los medios mercantiles exista una preocupación por el tema, porque más allá del mea culpa se cumple con una labor informativa, y porque no decirlo, “educativa”, que es uno de los mandatos del periodismo, a saber, “informar, educar, entretener”, según nuestro profesor de Periodismo Informativo de la universidad.
Cabe mencionar que el tema en cuestión ya había sido tratado en su momento, hace tres décadas, por Roland Barthes, el semiólogo francés, cuando nos habla con preocupación académica de que el discurso tiene dos niveles de significación: lo denotativo y lo connotativo del texto. Lo denotativo es el nivel primario, objetivo. Lo connotativo es el nivel más profundo, lo subjetivo, sugerente, que depende de cada individuo, es decir, cada persona tendrá una interpretación acerca de una misma imagen o realidad. En términos de Barthes diremos que en la posverdad predomina lo connotativo sobre lo denotativo. Todo discurso, su contenido y referencia a lo real tienen connotaciones que le dan significación y le atribuyen valores. Todo discurso puede convertirse en signo, mito. Muy acertadamente Barthes nos dice que en los detalles está el mito. Los mitos no son lenguajes, pero los ponen al servicio de una ideología haciendo hablar a las cosas por ella.
Y aquello se expresa en una encuestadora que nos quiere hacer creer que una muestra insignificante representa la opinión de todo un país -la parte es más importante que el todo, el mítico detalle se impone, según los encuestadores callejeros.
Y por su parte la prensa reduce a lo puntual fuera de contexto a un solo hecho, haciendo lo mismo, es decir, mitifica la realidad privilegiando el detalle que no representa al conjunto de una situación noticiosa. Sumado a esto, la carga emocional del redactor-lector complementa el coctel del simulacro y la mentira emocional pasada como verdad mediática.
La siguiente vez que abramos un periódico, una revista, o veamos la pantalla del televisor, o descuidadamente escuchemos una emisora de radio, hagamos el ejercicio de descubrir la posverdad. Será un saludable entrenamiento para convertirnos en públicos críticos.