Los signos de nuestro tiempo son evidentes: las desigualdades se profundizan y el sistema ya no enfrenta como un problema, sino como una solución, el creciente endeudamiento de los pobres y el enriquecimiento de los ricos. Ese diagnóstico es válido tanto para América Latina, como en particular para uno de los países más grandes del continente: Brasil.
Esta visión la comparte el teólogo brasilero Frei Betto, quien afirma que “esta es la hora de los simuladores y los arribistas. Abajo los políticos y bienvenidos los que encarnan políticamente la anti política, como Bolsonaro en Brasil, Trump en los Estados Unidos, Macri en Argentina, Macron en Francia, etc. En Ucrania, el comediante Volodymyr Zelenskiy, sin un partido estructurado, fue electo presidente con el 73% de los votos».
Está en funcionamiento una poderosa maquinaria ideológica que favorece la privatización del Estado, induce al pueblo a no creer más en los políticos, los partidos y el poder público. “Después de la satanización del socialismo es el turno del repudio a la democracia liberal volcada a la promoción de la igualdad de derechos. Ni el pacto que sentó las bases del Estado de bienestar social merece crédito”, señala Betto.
Vivimos una suerte de parodia del filme Batman, el caballero de las tinieblas, el Joker propone: “Introduzca un poco de anarquía. Perturbe el orden vigente y todo se convierte en caos. ¿Y sabe cuál es la clave del caos? ¡El miedo!”.
Bajo un estado de miedo social suele ser “normal” que las personas cambien libertad por seguridad. Muestra de ello es que los condominios privados son cárceles de lujo. Los gastos dedicados a comprar seguridad aumentan cada día, blindaje de vehículos y sistemas de vigilancia audiovisual. El Estado se transforma en propagandista de la industria bélica.
Los valores se han trastocado la paz ahora ya no será expresión de la justicia, sino de con cuánta fuerza contemos frente al enemigo. Hay una desembozada apología a las armas, aprendan a disparar, conviertan sus hogares en arsenales, prepárense para la autodefensa, el peligro acecha. Y Brasil es un ejemplo de estas insinuaciones públicas. Si el Estatuto de Desarme, -señala Betto- la luz amarilla para la posesión y la portación de armas, no impide que los delincuentes tengan armas privativas de las fuerzas armadas, es fácil imaginar cuando se encienda la luz verde. Brasil, campeón mundial de homicidios con más de 60 000 asesinatos por año, recibe ahora un incentivo estatal para el comercio de armas.
Brasil registró 278.839 muertes violentas entre 2011 y 2015
Y es obvio que el gobierno no se pregunta en ningún momento por las causas de semejante violencia. Combatir sus efectos equivale a tratar de apagar un incendio con gasolina. Como decía Darcy Ribeiro, mientras menos escuelas, más cárceles, apunta el teólogo brasilero.
En el país carioca existen muchas propuestas para reducir los gastos del gobierno, incluida la “milagrosa” reforma de la seguridad social. Y nada de medidas para recaudar más. Como el impuesto progresivo. Entre 2013 y 2016, la recaudación descendió un 13%. El gobierno no ha pensado suprimirle su paquete de prerrogativas “al grupo de los de arriba”: exenciones, subsidios, créditos fáciles, amnistías fiscales, etc. En 2003, las prebendas brindadas por el gobierno a los más ricos equivalían al 3% del PIB. En 2017, al 5,4%. Las exenciones tributarias equivalían al 2% del PIB en 2003. En 2017, al 4,1%. Los subsidios financieros y crediticios correspondían al 1% del PIB en 2003. En 2017, al 1,3%.
Betto apunta que “si Brasil volviera a los índices de 2003 en las categorías antes citadas, se produciría una economía del 2,4% del PIB anualmente. O del 24% del PIB en 10 años, o sea, 1,6 billones de reales de 2018, valor que es un 60% superior al que ambiciona el ministro Guedes con la reforma de la seguridad social”.
Haciendo cuentas en sentido social, según Fagnani y Rosi “gastos de un 1% del PIB en educación y salud generarían, respectivamente, crecimientos del 1,85% en la educación y 1,7% en la salud. Cada 1% de inversión adicional en Bolsa Familia y en la seguridad social incrementa la renta de las familias en 2,25% (Bolsa Familia) y 2,11% (seguridad social)”.
La lección es clara: No es a gritos que se gobierna una nación y se promueve el desarrollo. Gobernar exige algo que muchos electores no quieren y no saben hacer: política. El arte de buscar consensos y erradicar las causas de los problemas más graves. Pero eso no es cosa de aficionados, concluye Betto.