Cuando nos hablaron de la restauración neoliberal impulsada por fuerzas políticas reaccionarias, sonreímos, con una sonrisa de comisura de los labios, y con una duda clavada en el pecho. Parecía imposible que en un continente con vocación libertaria -decíamos- las fuerzas conservadoras pudieran imponer su proyecto político, luego de haber sido desplazadas en al menos cinco importantes países de Sudamérica. Pero en política nunca se debe decir nunca, jamás.
Hoy en retrospectiva histórica del último lustro, lo que ayer era “imposible” hoy es una realidad palpable, vivible. La recomposición de los poderes conservadores del sistema imperante se ha vuelto un desparpajo, una pérdida de compostura, un “desenfado político” como diría un amigo. Y aquel desenfado se lee, se escucha y se ve en los medios como el leiv motiv de la noticia, como el quid del asunto de una prensa que reproduce, parsimoniosamente, lo peor de la política. Ya no es dable proyectos políticos, análisis, no. Basta con las insinuaciones y los editoriales de los opinadores que no reflejan sino una opinión más. Un nuevo guión se escribe en las páginas de los periódicos y se reproduce en las opiniones radiales y espacios televisivos. Se nos está reescribiendo la historia en nuestras narices en base de la reiteración de comentarios y “puntos de vista” antojadizos, arbitrarios. Se nos remodela la sociedad y el Estado al libre albedrío, como si nunca hubiere existido un antecedente histórico o un cuerpo teórico sobre la sociedad.
El guión incluye el descrédito de todo lo experimentado por el país en la última década “perdida”, según se la quiera ver. Aquello pasa por “desinstitucionalizar” al Estado regido por una Constitución garantista de derechos. Y para eso es preciso desbaratar aquello que ya no sirve como el manoseado Consejo de Participación Ciudadana y Control Social. Ese es el nuevo estilo de hacer política indecorosa, controlar instituciones desechables, organismos cooptables, cortes con precio calculable, funcionarios dispuestos a vender su alma al mejor postor. La “voluntad popular” no cuenta ni incide. Para eso la historia la escriben los usurpadores. Lo demás es cuento. Lo que cuenta son las instancias transitorias, lo desechable, lo portátil. La idea perversa de esta forma de hacer política es no sentar base alguna, todo pasa y nada queda, es la consigna.
La democracia es un estado de ánimo de algunos “iluminados” políticos profesionales: funciona según su hígado. O mejor, según sus veletas políticas que giran al vaivén de los acontecimientos. Los intrascendentes en la opinión del pueblo al que no le incumben sus decisiones, salvo cuando afectan sus bolsillos. Esta pléyade política pretende dictar normas del comportamiento social, son los guardianes de un simulacro de democracia que ya han viciado hace rato. Una pantomima de institucionalidad que solo les sirve para guardar las apariencias. Y ellos son los que insinúan “consultas populares” para legitimarse en sus propósitos. Cuando el pueblo les da la espalda, entonces hacen borrón y cuenta nueva, ahí si no sirven las cortes cooptadas, los jueces de a luca, los consejos transitorios, los comités creados a propósito, las indagaciones fiscales previas y, en fin, toda la faramalla mediática desplegada para crear una ilusión democrática participativa.
El Estado de Derecho para estos políticos es un estado de hecho. De hecho hay que sacar del juego a la institución que ya no sirve o ya no funciona, que cayó en desuso por mal uso, como es el caso del mentado Consejo de Participación Ciudadana y Control Social al que asambleístas sueltos de cuerpo le restringen ahora funciones y si eso no funciona, pues persiguen su eliminación del espectro político nacional. La llamada participación ciudadana es un mito, nunca creyeron en ella. La única participación posible es a través del voto para elegir a los funcionarios de turno. Le temen a la verdadera participación y organización popular. Es una forma de política prostibularia, aquella de venderse al mejor postor por un periodo transitorio de tiempo. El CPCCS les estorba ahora que ya no responde lisa y llanamente a los designios autocráticos del anciano de la tribu, autoelegido “chamán” de la política. Ahora que ese remedo de consejo participativo no les sirve hay que desecharlo y para ello fruncen el señó y aparentan estar pensando la mejor forma “constitucional” de hacerlo. Dan pena si no fueran tan risibles.
Llevaron a tal extremo la descomposición instituciona del país, que ya no lo reconocen. Parece inverosímil, pero es cierto: esta es la forma que en el lindopaís adoptó la restauración conservadora. Una descomposición política, social y cultural de impensables consecuencias.
En el Ecuador de hoy el político ya no es un servidor de nadie, sino de sí mismo. La institución no es fruto de las ideas. La democracia no es producto de la vocación del pueblo. Nada más un simulacro de país democrático. Un territorio yermo de propuestas políticas y valores trascendentales. Pero entonces tengan el decoro de no posar de patriotas.