Cuando un barco pierde el rumbo y navega a la deriva suele suceder cualquier cosa, adentrarse mar a fuera y extraviar su rumbo definitivamente, o ser arrastrado por las corrientes que de algún modo siempre llevan a estrellarse con los arrecifes.
El ejemplo metafórico valga para entender lo que sucede con el gobierno y, ciertamente, con algunas de sus responsabilidades sociales como la educación. Un sector, sin duda, sensible que deja poco margen de error a los encargados de diseñar las políticas públicas educativas que involucran a todos los ecuatorianos en cada familia del país. Nada de lo que ocurra en la educación puede sernos distante o ajeno.
Ese ministerio que, por lo mismo, tiene una dinámica propia que funciona, pese a los malos ministros, porque tiene que cumplir con dar un servicio cotidiano a millones de estudiantes, a través del magisterio que es como su mano de obra, nos compete a todos los miembros de la comunidad del país. Ese ministerio ha estado en manos de diversos actores políticos, desde la más recalcitrante derecha confesional, hasta la más obtusa “izquierda”; y todos, en su momento, han identificado al Ministerio de Educación como un terreno fértil para el activismo político, para la demagogia o para el usufructo de cargos públicos por su carácter masivo y con un conglomerado humano organizado en la llamada comunidad educativa de profesores, alumnos y padres de familia.
El movimiento político MPD, en años anteriores, secuestró la educación para sus fines ideológicos partidistas, convirtiéndola en un terreno movedizo en el que chapoteaban las mezquinas aspiraciones de dirigentes apernados en los puestos, activistas de ideología maoísta, politiqueros de tomo y lomo, y oportunistas que buscaban cargos públicos. Para la UNE en manos del MPD -que terminó siendo lo mismo- el magisterio fue un pretexto turbio para hacer política de la baja, de la garrotera, la mayor parte de las veces en contra de las organizaciones de izquierda, acorde con los más sofisticados designios de la CIA estadounidense, en perjuicio del proceso educativo.
Llegó la década de la revolución ciudadana y una de las cosas potentes que hizo el presidente Correa, fue mandar a su casa a los activistas del MPD y dejarlos sin piso en el ministerio de la Educación. Fue una acción audaz y nada fácil. Supuso desbaratar una red de influencias tejida durante años por un aparato burocrático partidista de oscuros orígenes y fines, cuya labor más significativa fue transcurrir la mayor parte del tiempo en huelgas y mítines para fortalecer su reducto político que fuera del magisterio no tenía mayor representatividad ciudadana.
Además, el gobierno de Correa con algunos ministros imbuidos de una aureola intelectual como Raúl Vallejo -excelente escritor- no tuvo la pretensión de inventarse el agua tibia y siguió haciendo lo mismo que todo ministerio de Educación hace: administrar los recursos educativos del país, dictar políticas apegadas al talante cultural que supone la educación con valores, y tratar de erradicar el analfabetismo. A simple vista, funciones inherentes al Mineduc. Nadie sospechó que entre las sombras se urdía un espeso componente de corrupción alcahueteado y heredado de los ex administradores del maoísmo emepedista, como fue el acoso sexual a los menores de edad en escuelas y colegios del país.
Advino el gobierno de Moreno -que ganó las elecciones presidenciales del 2017 con votos de la Revolución Ciudadana y que, al poco tiempo de sentarse en la silla presidencial de ruedas en Carondelet, desconoció su carácter originario- y se embarcó en cualquier aventura derechista a la orden del día. Moreno nombra de ministro de Educación a Fander Falconi, un académico de sensibilidad ecologista y formacion académica economista que puso sus ojos en los gobiernos de la socialdemocracia europea -Finlandia, entre otros- como paradigma de la educación moderna. En su estadía ministerial de casi dos años, se dedicó a denunciar la podredumbre heredada de violadores, acosadores y corruptores de menores entre profesores personal administrativo y de servicio en los colegios del sistema educativo público y privado del país. El acoso sexual fue destapado escandalosamente, al punto de que la Fiscalía reconoció la existencia de más de cinco mil denuncias o “casos” de menores abusados por personal “educativo” en baños y rincones de los colegios y escuelas del país. Falconi llamó a la unidad frente al ataque sexual de docentes corruptos: “más unidos, más protegidos”, decía una pancarta gigante en la fachada el edificio del Mineduc en la avenida Amazonas. ¿Más unidos en torno a qué? Nunca se nos dijo. Así se perdió una buena opción ministerial durante dos años de una institución de educación que pudo hacer más en manos de un administrador que apostó en teoría a la calidad, cobertura y derechos educativos, confirmando que aquello fuera la razón misma de ser de un ministerio formador de niños, niñas y juventudes.
En medio de su gestión, Falconi convoca a un taller en la provincia de Santa Elena al que asistió Milton Luna y otros “pedagogos” invitados. El resultado fue que Luna propuso en esa oportunidad “un gran acuerdo por la educación”. El solo llamado a un acuerdo, es una alarma encendida, porque supone que hay desacuerdos. Se la jugó el ministro Falconi y llamó al citado acuerdo, cuyos resultados nunca fueron de dominio público. No obstante, lo singular fue que cuando Luna, merced a sus buenos contactos a nivel de gobierno, se convirtió en el sucesor de Falconi, lo primero que hizo -y acaso lo único- en esa cartera, fue llamar nuevamente al mentado acuerdo por la educación. Una vez más la pregunta quedó flotado en el aire ¿Acuerdo en torno a qué? La respuesta es de Perogrullo en manos del régimen actual: acuerdo en torno a los designios del gobierno, consenso alrededor de sus políticas. Esa proclama que sonaba hermosamente demagógica buscaba ampliar la base de apoyo de un gobierno que perdía adeptos cada día.
Luna, se eclipsó sin pena ni gloria, en un ministerio que sigue su curso a la deriva. Y le sucede la señora Monserrat Creamer, un apellido empingorotado, como la nueva ministra de Educación. Y recién estrenada, lo primero que prometió: una excelente calidad de educación para todos. «Saber que la educación es realmente nuestro futuro y si no le apostamos a la educación nunca lograremos salir adelante y transformar por completo nuestro país para el bien de todos», dijo entusiasmada. La señora Creamer viene precedida de un cartel abultado en títulos académicos de universidades internacionales y obras escritas sobre el tema educativo. Démosle el beneficio del tiempo para que se instale en el ministerio de las obviedades nacionales. Creamer si quiere hacer historia tendrá que revisar ese andamiaje burocrático de pie a cabeza y proponer cambios relevantes, con imaginación, audacia y voluntad pedagógica. Caso contrario pasará al inventario de los ministros de educación que no pasaron la lección.