En el más completo hermetismo, haciendo honor al mote de “misterio de cultura”, el titular de esa cartera de Estado, Raúl Pérez Torres, renunció la semana pasada, sin que se haya hecho saber públicamente en forma oficial. También dentro de un secretismo que da lugar a las especulaciones, se conoce que el cantante Juan Fernando Velasco reemplazaría al autor de Teoría del desencanto, y otras tantas desilusiones, que deja el cargo luego de comprobar que otra cosa es con guitarra. No obstante, la Secom desinformada, negó dicha renuncia e invitó a “visitar su página web para mantenerse informado”.
El presidente Moreno le habría solicitado al cantante Velasco que interprete una nueva melodía en un ministerio con más pena que gloria, un pobre sector abandonado de las politicas públicas que, ahora da prioridad a un representante del espectáculo en una inequívoca confusión entre cultura y farándula.
Pérez Torres y su segundo abordo, el vice ministro Gabriel Cisneros, enfrentan una comparecencia a la Asamblea Nacional en la Comisión de Educación y Cultura por la asignación de recursos a los Núcleos de la CCE. Raúl Pérez, ex presidente de dicha institución, se defendió diciendo que esa programación presupuestaria “no es competencia del ministerio” También fueron convocados al legislativo Camilo Restrepo Naranjo, Presidente de la CCE, y Joaquín Moscoso, Director general del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural-INPC.
Diversos sectores de la cultura hacen un balance negativo de la gestión del ministro saliente. En tanto arrecian las críticas, Pérez Torres ha sentenciado: “el de la cultura es un sector que nunca estará contento”. Se va luego de que más de un centenar de artistas y gestores culturales hicieran una marcha de protesta en la capital por el incumplimiento de la Ley Orgánica de Cultura, aprobada por la Asamblea Nacional a fines de 2017. La ley dice que el MCyP será encargado de realizar las políticas públicas para el sector y que la CCE sería el ente ejecutor. Los artistas reclaman que el ministerio “ha continuado realizando la entrega de fondos concursables sin definir esas políticas ni la normativa para que accedan a la seguridad social de forma acorde a sus condiciones laborales”.
En un artículo titulado “La burla Infinita”, publicado en el portal Primicias, Anamaría Garzón Mantilla, académica de la USFQ, señala que “la administración cultural del país es miserable y vergonzosa”. En su nota recaba el malestar del sector mencionando que los actores y gestores culturales protestan por “inoperatividad del Instituto de Fomentos de las Artes”, por “la gestión de espectáculos”, por “la falta de voluntad política para aplicar la Ley Orgánica de Cultura”, porque el sector es “tratado con sistemas clientelares y dádivas y usado en discursos populistas”. La autora de la nota concluye en que la “administración cultural del país no tiene credibilidad”, siendo la institución , la CCE, la “que peor representa los intereses del sector” debido a que existe una “desconexión profesional y generacional” con los gremios culturales que claman por transformaciones. El sector cultural está regido por “un modelo de trabajador que vive del aire, que espera estar pegadito al poder y que no le incomoda”. El Ministerio de Cultura, según Garzón, “no logró profesionalizar el trabajo cultural, hay otros tantos funcionarios con ínfulas para quedarse estancados en los puestos y asumir cargos para los cuales no están capacitados, cargos a los cuales llegan por cuotas políticas y asignaciones a dedo”. El Plan de Lectura José de la Cuadra, aparentemente, no cuadra con los intereses de los autores. Son varios escritores que se han quejado amargamente de que dicho Plan no reconoce los derechos de autor, no paga los valores correspondientes a la publicación y utilización de sus obras, sin siquiera haber sido avisados. En opinión de Anamaría Garzón Mantilla, “dicho plan no pagó derechos de autor y simplemente tomó textos a discreción”. La conclusión a la que arriba es que “el Ministerio de Cultura fue una esperanza que se desvaneció”.
El periodista Pablo Salgado, de solvente manejo de fuentes culturales, en nota publicada en LAPALABRABIERTA señala: “Luego de 18 años, prácticamente los artistas y gestores siguen igual, quizá con excepción del sector audiovisual que logró avances a través de su propia organización. La institucionalidad y el marco legal –con la Ley orgánica de cultura- si ha cambiado, aunque como hemos dicho, reiteradamente, después de más de dos años de vigencia no se ha logrado implementar la Ley por ineficiencias del ente rector. Tenemos un Ministerio de Cultura y Patrimonio con poca credibilidad y que basa su gestión en las relaciones clientelares con el sector; tenemos Institutos y recursos económicos para fondos concursables pero sin políticas públicas, por lo que en lugar de dinamizar el sector lo precariza”.
Este panorama pone al descubierto, con total nitidez, la ausencia de una política cultural para el sector. El propio diario público gobiernista, El Telégrafo, citando a la gestora cultural Mariana Andrade, señala en una nota titulada Hay ausencia e ineficiencia: “el décimo primer ministro de Cultura, Raúl Pérez Torres, calzó muy bien en la ambigüedad del Gobierno, pues no ha existido en esta administración ningún Plan de Cultura”. Por el contrario, “un funcionario ausente, ineficiente, débil, desvinculado y alejado del sector cultural ha sido la norma”. El periódico oficialista cita de ejemplo la movilización del sector del cine que logró la No derogatoria del art. 98 de la Ley Orgánica de Comunicación en el que el MC y P “no tuvo ninguna participación”. Ni tampoco tuvo aportes que contribuyeran a la solución de un problema que afectaba profundamente a la naciente industria del audiovisual ecuatoriano. El Telégrafo sierra su nota señalando que se va “un ministro que no ha sido capaz de poner en ejecución una Ley Orgánica de Cultura aprobada en diciembre del 2016 y cuyo reglamento aun duerme el sueño de los justos en alguna gaveta de algún funcionario”.
Si las autoridades culturales se habían dormido en la larga noche neoliberal, ahora se duermen de día en la larga siesta cultural que ya lleva más de diez años. Cosas que forman parte de nuestra cultura y somnolencia como país.