Cuando nos preguntamos qué hace posible la arremetida mediática contra el proceso revolucionario venezolano, la respuesta no puede ser otra: el uso de categorías o conceptos convertidos en exaltaciones retóricas usadas por el periodismo de opinión o informativo. La noción de democracia tiene para la prensa opositora -nacional o internacional- al gobierno de Venezuela un significado singular, a saber: se refiere a “los esfuerzos de Estados Unidos y de sus aliados para imponer la democracia liberal representativa a Estados considerados forajidos como la Venezuela actual”.
Una de las estrategias que despliega la empresa mediática occidental contra el proceso venezolano, y que se ha convertido en un lugar común, es que “cuando más democracia y libertades se dice reconocer y defender, más se reprime la facultad de pensar; sobre todo, la actividad de pensar a contracorriente”.
La persecución no tiene fronteras. No es extraño que en ese contexto del nuevo panorama internacional en el marco de la guerra mediática en curso, quienes cuestionan el orden hegemónico o no se ajustan al marco del dogma establecido por los amos del universo, pueden convertirse en un objetivo político-militar.
Pensar entraña riesgos y consecuencias. El ejercicio crítico de pensar con cabeza propia, es objeto de mofa, presiones y campañas de estigmatización y criminalización por un puñado de diletantes vigilantes del pensamiento único neoliberal que responden a un mismo guión de Washington.
El caso venezolano
Para el caso venezolano se ha diseñado una línea discursiva evidente: Maduro es dictador. El esquema es simple, para el periodismo mercenario, el “Maduro dictador” sustituye hoy a “las armas de destrucción masivas” de Sadam Hussein, en 2003. Marcos Roitman señala que los ideólogos del actual sistema de dominación “han reinterpretado los saberes y el conocimiento bajo una única racionalidad: la del capital”. El capital niega su carácter totalitario. En su dimensión política, “el capitalismo socializa la violencia y deslastra la historia que le resulta incómoda”.
Y este tipo de estrategias cuenta con la reacción del público. Según Lippmann, “la labor del público es limitada. El público no razona, no investiga, no convence, no negocia o establece”. La propaganda se fecundiza en un terreno fértil. En el libro Los guardianes de la libertad (Grijalbo Mondadori, 1990), Noam Chomsky y Edward S. Herman develaron el uso operacional de todo un modelo de propaganda al servicio del “interés nacional” de EE.UU. Nos enseñaron a examinar la estructura de los medios (la riqueza del propietario) y cómo se relacionan con otros sistemas de poder y de autoridad. Por ejemplo, el gobierno que les da publicidad, fuente principal de ingresos, las corporaciones empresariales, las universidades.
Ambos académicos diseccionaron a los medios de elite (The New York Times, The Washington Post, CBS y otros). Dichos medios suelen marcar “la agenda de los gestores políticos, empresariales y doctrinarios (profesores universitarios), pero también la de otros periodistas, analistas y “expertos” de los medios de difusión masiva”. Todos coludidos en un enjambre mediático y discursivo, se ocupan de organizar el modo en que la gente debe pensar y ver las cosas.
Y no se trata necesariamente de un proceso pacífico: también se despliega «violencia psicológica o simbólica en campañas de intoxicación lingüística (des) informativas». Las peores mentiras son las que niegan la existencia de lo que no se quiere que se conozca, nos alerta Emir Sader. La mentira mediática recurre a manipulaciones, normas, doble-estándares y duplicidades, sesgos sistemáticos, matizaciones, énfasis y tonos.
Para el caso venezolano ese modelo de propaganda, por lo general dicotómico o maniqueo: Maduro dictador vs. la oposición democrática de la MUD; las hordas chavistas vs. los luchadores de la libertad de D. Trump, deja entrever que el “propósito social” de los medios es inculcar y defender el orden del día económico, social y político de los grupos privilegiados.
Los recursos son diversos y entre ellos hay una fórmula preferida: los dueños de la sociedad utilizan a una “clase especializada” −conformada por “hombres responsables” y “expertos” que tienen acceso a la información y a la comprensión, en particular, académicos, intelectuales y periodistas− para que regule las formas de organización del rebaño desconcertado.
Para Chomsky la tarea de los medios privados que responden a los intereses de sus propietarios, consiste en “crear un público pasivo y obediente, no un participante en la toma de decisiones”. Los medios buscan crear una “comunidad atomizada y aislada”, de forma que no pueda organizarse y ejercer sus potencialidades para convertirse en una fuerza poderosa e independiente que pueda hacer saltar por los aires todo el tinglado de la concentración del poder. ¿Ejemplo? Los 8.089.320 votantes que a despecho de las amenazas imperiales y la ofensiva terrorista paramilitar decidieron empoderar a los/as nuevos constituyentes en Venezuela.
Para que el mecanismo funcione, es necesaria “la domesticación de los medios; su adoctrinamiento”. Estos generan una mentalidad de manada. Hacer que los periodistas y columnistas huyan de todo imperativo ético y caigan en las redes de la propaganda o el doble pensar. Es decir, “que se crean su propio cuento y lo justifiquen por autocomplacencia, pragmatismo puro, individualismo exacerbado o regodeo nihilista. Y que, disciplinados, escudados en la “razón de Estado” o el “deber patriótico”, asuman –por intereses de clase o por conservar su estabilidad laboral− la ideología del patrioterismo reaccionario”. En definitiva, el miedo a manifestar el desacuerdo termina trastocando la prudencia en asimilación, sumisión y cobardía.
Estratagemas de Lima: no noticia
Cuando se ha tenido encausado el pensamiento reaccionario, éste se refuerza con un discurso de odio y desprecio xenófobo y racista. Y la prensa realiza la labor de anunciar no noticias: Siete jóvenes han sido quemados por parecer “chavistas” por los “demócratas” que defienden los 12 presidentes latinoamericanos del “Consenso de Lima”. En consecuencia, aduladores de los poderes fácticos que actúan en las zonas de penumbra, los social-conformistas de los grandes medios –con el periódico El País de Madrid como buque insignia de la prensa en español− “practican a diario el lenguaje operacional del orden sistémico, reproduciendo la lógica de la dominación de manera expansiva”.
El poder mediático reclama intransigencia. Para ello pone se tensión la acción de francotiradores de la comunicación: toda intervención militar es precedida por una campaña de intoxicación mediática con eje en la guerra psicológica, así los paraperiodistas tienen la misión de vigilar, hostigar y presionar a quienes se aparten del consenso de la elite reaccionaria.
En esa táctica se sustituye la información principal por la “no noticia”: En Venezuela, un atentado de los violentos de la MUD se atribuyó mágicamente a la “represión” de Maduro. Todo aderezado con titulares que reforzaban una matriz de opinión con eje en el autogolpe de Estado, la violencia, el caos y la emergencia humanitaria, para difuminar la verdadera noticia: que el 30/J ocho millones respaldaron la Constituyente.
En definitiva la guerra mediática internacional contra Venezuela está desplegando todos los recursos. A la biopolítica del cuerpo se suma hoy la psicopolítica de la mente. Es así que los saberes políticamente correctos forman parte del modelo de dominación y marcan el ritmo de la pulsión del poder: quienes levanten la voz y se aparten de la manada serán denigrados, hostigados y/o castigados.
En sentido contrario, y en el marco de la guerra no convencional y asimétrica que libran el Pentágono y la Agencia Central de Inteligencia, CIA, contra el gobierno constitucional de Nicolás Maduro y el pueblo de Venezuela, una agenda con la atención constante hacia las víctimas de la represión de la “dictadura” venezolana, ayuda a convencer al público de la maldad del enemigo y prepara el terreno para justificar una eventual intervención “humanitaria” militar del Pentágono.