En estos precisos momentos nuestros lectores se encuentran mirando una pantalla líquida y leyendo este artículo. Y no sabemos cuántas horas pasamos frente a una pantalla de un computador o del celular. Esa es nuestra forma de comunicación y de enterarnos del mundo: mirar por la ventana de la contemplación virtual de la realidad.
Vivimos la locura posmoderna de unos artefactos que mutan contínuamente y que son subproductos del efecto burbuja, la hiperconcentración mediática, la opacidad de los algoritmos y la desaparición de la confianza en los medios, según constata la experta cubana en tecnopolítica, Rosa Miriam Elizalde. En sus estudios constató que la velocidad con que todos estos procesos se desatan es inversamente proporcional a la producción teórica para poder interpretarlos, y vivimos de sorpresa en sorpresa.
Conforme la investigación Concentración y Diversidad en Internet, del colectivo brasileño Intervozes (Valente y Pita, 2018), se revela que una comunicación basada en la tecnopolítica — entendida como acción política, comunicación política y, parcialmente, gestión política a través de la tecnología- llega a más de la mitad de los ciudadanos bajo la “influencia creciente de grandes conglomerados, de la conjunción de los viejos monopolios tradicionales y los nuevos monopolios digitales”. El informe concluye que dos grupos, Google y Facebook, concentran el acceso a contenidos y apps.
Y otra de las conclusiones es que la fórmula es global. Con el 60 por ciento de la población mundial conectada a Internet y el 90 por ciento con acceso a los dispositivos móviles, la tecnopolítica permite conocer mejor los intereses de la gente y sus comportamientos, a diferencia de la comunicación política analógica y la demoscopia tradicional.
La experta cubana señala que la tecnopolítica ha descubierto nuevos territorios y geografías de lo social, porque al conectar a bajo costo los intereses de los individuos, ha evidenciado que estos son más relevantes para la acción política que las condiciones económicas, educativas o sociolaborales.
Una conceptualización rigurosa de la actual realidad social constata que el capitalismo mercantilista está transitando hacia el capitalismo cognitivo basado en la información y el conocimiento, pero sigue siendo la acumulación económica del capital quien dicta las reglas del juego -un capital con esteroides, si se prefiere-, donde el recurso clave para la extracción son los datos. Una muestra de ello es que Facebook tuvo en el 2018 ganancias netas superiores a los 20. 000 millones de dólares. De ese total, cerca del 98,5 por ciento proviene de la publicidad. Y en el 2019, la cantidad de usuarios creció un 10 por ciento. No obstante las plataformas sociales controlan solo el 10 por ciento de los yacimientos de datos que existen en Internet.
La concentración mediática digital es de tal magnitud que en la actualidad las 10 empresas más poderosas y ricas del mundo -cinco de ellas están en el negocio de las telecomunicaciones- y tienen unos ingresos conjuntos que suman 3,3 billones de dólares, lo que equivale al 4,5 % del PIB mundial. Por ejemplo, Apple sola equivale al PIB de 43 países africanos (un billón de dólares). De hecho, solo hay 16 países con un PIB igual o superior al valor del mercado actual de Apple, según datos del Banco Mundial (Alini, 2018).
Las investigaciones establecen que los ingresos de los cinco gigantes tecnológicos con mayor valor de mercado -Apple, Alphabet, Microsoft, Amazon y Facebook- provienen de los mercados del hardware, el comercio electrónico y la publicidad en línea. Juntos, los cinco gigantes de la tecnología combinaron más de 800 mil millones de dólares de ingresos en 2018, lo que los ubica entre los 20 países más grandes del mundo en términos de PIB. Sin embargo, la concentración no solo supone ese poder de mercado, en el futuro inmediato lo más importante es su dominio en materia de innovaciones ligadas al cómputo en la nube, el manejo de grandes datos y la inteligencia artificial, según constatan los expertos.
Una realidad comunicacional marca la tendencia actual: a mayor número de usuarios y contenidos que circulan, mayor es el interés de estar dentro de ellas. La recolección y el control de datos personales ofrece a los grandes grupos una alta capacidad de monitoreo de las demandas y emociones de los ciudadanos. Pero ese control virtual tiene bases reales. El ciberespacio no es otra cosa nueva allá afuera, sino el corazón de un sistema supranacional que se relaciona directamente con el espacio físico, sus rutas de comunicación, nodos y servidores (infraestructura física) están ubicados en alguna parte de la geografía. Los protocolos o reglas de juego que permiten la interconexión de la gente, como los ciber-dominios, tienen una identidad nacional e implican zonas de soberanía, control estatal y lenguaje propio.
Es significativo constatar que tanto en el pasado como en el presente, la batalla contra los efectos de la concentración de capitales y las desigualdades e injusticias asociadas, se trata de una disputa de poder para controlar la tierra o los cables de fibra óptica y los servidores; poder para controlar los territorios físicos y virtuales, las mentes y los cuerpos.
La tecnopolítica retoma su rol esencial en la lucha por ese poder social. El valor de esta tendencia radica en la potencia tecnológica para hacer posible y más fácil el control y manipulación de la sociedad, pero es también una variable que favorece la participación y la deliberación a gran escala con capacidad de reconvertir a los militantes, simpatizantes o votantes en activistas.
Este fenómeno se observa particularmente en las campañas electorales con activista digitales tan motivados que se apropian del protagonismo político. Ellos se sienten parte de una acción colectiva propia. Las campañas exitosas en los últimos tiempos son ciudadanas o no son,-señala Rosa Miriam Elizalde- y suelen estar acompañadas de una enorme creatividad cívica. La tecnopolítica nos ha liberado de pedir permiso y, por consiguiente, los movimientos populares pueden ser más activos, más protagonistas y más fuertes emocionalmente.
Pese a le enorme dependencia de nuestra región respecto de los EE.UU, la comunicación virtual constituye el más poderoso vínculo entre emisores y perceptores a la hora del activismo político en países de fuerte concentración y dedicación a la tecnopolítica. Los datos son reveladores: “Nuestra región es la más dependiente de los EEUU en términos del tráfico de Internet. Ocho de los nueve cables submarinos que unen América del Sur con Europa pasan por EEUU. El noveno es un cable obsoleto y saturado, de modo que el 99 por ciento del tráfico de Internet desde Sudamérica hacia cualquier otra región es controlado por Washington. Eso es el doble que Asia y cuatro veces el porcentaje de Europa-, y se calcula que entre un 80 y un 70 por ciento de los datos que intercambian internamente los países latinoamericanos y caribeños, también van a ciudades estadounidenses, fundamentalmente a Miami done se ubica el llamado “NAP de las Américas”.
En América Latina el 28 por ciento de los habitantes vive en situación de exclusión social en la región, sin embargo, la cantidad de usuarios de internet se ha triplicado en esa franja poblacional con respecto a los cinco años precedentes. También en América Latina y el Caribe la política se ha convertido en tecnopolítica, en su variante más cínica. Con total impudicia, los gobiernos de derecha que se han repotenciado en los últimos años alardean de contar con equipos de comunicación contratados en Miami, Colombia y Brasil, que tienen acceso a colosales bases de datos.
La experta Rosa Miriam Elizalde sugiere cinco estrategias para intentar neutralizar las tendencias descritas. Dar una batalla estratégica con la recuperación del proyecto de un canal propio de fibra óptica, que fue un objetivo de la UNASUR y sigue siendo una asignatura pendiente en América Latina. De lo contrario, no habrá soberanía. Librar una batalla jurídica que nos proporcione un marco jurídico homogéneo y fiable que minimice el control norteamericano. Al mismo tiempo esto nos permitiría dar la batalla comunicacional y armar una agenda común supranacional, que incorpore temas como la formación, la gobernanza de Internet, el copyright, la innovación, la industria cultural, las estéticas contemporáneas en la narrativa política, las brechas de género y etarias, entre otros temas. Pero todo esto supone crear nuestras propias relaciones. Concertar redes políticas, económicas, financieras, tecnológicas que ganen la disputa de sentido frente a la colonización del espacio digital, recuperar y socializar las buenas prácticas y las acciones de resistencia en la región.
Y finalmente, la tecnopolítica sigue siendo una opción política, una ideología por otros medios.