La situación venezolana desde los acontecimientos del 30 de abril ha puesto al país bolivariano en un compás de espera. No obstante, dos alternativas están en juego como salidas a la lucha por el poder librada entre el gobierno de Nicolás Maduro y los sectores políticos opositores de la derecha ideológica, azuzados por Guaidó y López con apoyo internacional logístico y estratégico de los EE.UU. Las opciones son un diálogo para encontrar una salida política electoral o la intervención militar mercenaria liderada por los EE.UU. En Venezuela existe un primer tácito acuerdo entre gobierno y oposición: escuchar todos los esfuerzos internacionales para buscar una salida al bloqueo aunque chocan radicalmente sobre las premisas de una negociación, y esa probablemente es la esencia de la cuestión.
En esa línea de acción una misión de la Unión Europea visitó Caracas esta semana y se reunió con los actores del conflicto. La cita se desarrolló bajo un principio, «solución pacífica y democrática», que logre abordar «una posible vía para un camino electoral negociado», según un comunicado del Servicio Europeo de Acción Exterior. De esta manera se pasa de un plano técnico a un escenario político, pero es un camino en ciernes todavía. Sin embargo aún están frescas las imágenes de un Guaidó tratando de provocar la confusión cívico militar el 30 de abril con fines desestabilizadores.
La paradoja de Venezuela radica en que existen sectores con doble discurso. Por un lado la oposición dice apoyar, aparentemente, el diálogo político; por otro, esa misma oposición busca la intervención militar estadounidense con afanes de derrocar al gobierno de Maduro. Interpretando esa dicotomía, el secretario de Estado de Cooperación Internacional y para Iberoamérica y el Caribe, Juan Pablo de Laiglesia, en declaraciones a la prensa en Caracas dijo: «Hemos podido apreciar fundamentalmente una predisposición de todas las partes a participar en un diálogo que conduzca a esa solución a través de un acontecimiento electoral, pero también hemos apreciado que para que esa predisposición de principios se concrete todavía hay que seguir trabajando, hay que generar las condiciones para que esta predisposición de principios pueda materializarse».
Esas condiciones, según observadores, representan al menos por el momento, el mayor obstáculo. La hoja de ruta de Guaidó contempla una etapa de transición y unas elecciones solo después de lo que denomina «cese de la usurpación» de Maduro. Es decir, elecciones sin Maduro en el poder. Y el presidente constitucional de Venezuela no está dispuesto a ceder el poder. Las declaraciones del mandatario y del presidente del Parlamento a propósito de otro intento de mediación internacional, que se produjo a principios de semana en Noruega, reflejan de hecho un planteamiento contrapuesto. Y lo que es evidente para el resto del mundo: En las filas opositoras hay representantes para los que la palabra diálogo es tabú y que incluso llaman, sin disimulo, a una intervención de Estados Unidos para forzar una salida de Maduro.
Las tácticas militares norteamericanas
A partir del instante en que Juan Guaidó se autoproclamó presidente interino de Venezuela, la retórica emanada desde Washington se ha vuelto cada vez más familiar. El discurso, por lo demás repetitivo, reitera la misma “grandilocuente y vacía clase de propaganda de guerra” («crisis humanitaria») que ha sido usada repetidamente contra naciones de ricos recursos, de Afganistán a Iraq, a Libia a Siria. Ahora la estamos viendo contra Venezuela.
Que nadie se equivoque en Venezuela. “La receta del cambio de régimen es directa: demonizar al líder y a aquellos que defienden el país; apoyar una oposición que es inevitablemente violenta y blanquear sus crímenes; sancionar al país y atacar su infraestructura para crear condiciones insufribles; crear falsas noticias sobre cuestiones humanitarias; posiblemente emplear incidentes de falsa bandera para incriminar al gobierno; controlar e insistir que la intervención es necesaria por el bien del pueblo”. Ese es el discurso que EE.UU combina con sanciones a Venezuela. El experto de las Naciones Unidas, Alfred de Zayas, acertadamente llama a las sanciones como una forma de terrorismo, “porque invariablemente impactan, de manera directa o indirecta, en los pobres y vulnerables”. La relatora especial de las Naciones Unidas, Idriss Jazairy, señaló, el 6 de mayo, «la hipocresía de imponer devastadoras sanciones y medidas económicas relacionadas, y con todo se alega que estas ayudan al pueblo venezolano».
En Libia, africanos negros son vendidos como esclavos en un país devastado por el falso humanitarismo y los bombardeos occidentales. Venezuela ha resistido de manera insolente las guerras económicas y de propaganda por años, dirigidas por Estados Unidos y Canadá, así como al golpe de Estado y los intentos de asesinato, solo para ver la retórica anti-venezolana una vez más en auge en los últimos meses. Las agencias informativas estadounidenses y occidentales ignoran las “sanciones asesinas de Occidente contra Venezuela y el apuntalamiento de la «oposición» violenta -una oposición que ha quemado civiles en vida-, al igual que los millones de dólares que gasta en su apoyo”.
Pero no solo es un discurso febril. También están las acciones reales como las más recientes acciones violentas contra Venezuela, como la tentativa de meter camiones «humanitarios» el 23 de febrero al país, y el intento de golpe apoyado por Estados Unidos el 30 de abril de Guaidó y Leopoldo López (un dirigente opositor violento de extrema derecha), claramente rechazado por las masas venezolanas.
Para Eva Bartlett, periodista freelance canadiense y activista de los derechos humanos “demonizar al gobierno no es suficiente; seguidores del gobierno también son blanco, o sencillamente desaparecen. En Siria, los simpatizantes de Assad son llamados shabiha que significa «fantasmas», infiriendo que ellos son matones pagados por el gobierno, y así negar sus voces. La shabiha de Venezuela son los colectivos, y son asimismo representados como matones apoyados por el gobierno, y designados por los Estados Unidos como «terroristas».
En cualquier caso, -concluy Bartlette- como en Siria, Venezuela no será superada tan fácilmente, con sus fuerzas armadas de 200 mil efectivos y sus casi 2 millones de milicianos preparándose para defender su tierra. Acaso sea la última salida.