En el discurso oficial preparado por asesores y adláteres políticos del régimen cada vez más se evidencia una suerte de divorcio con la realidad nacional. Surgen por doquier afirmaciones y sugerencias inviables y hasta propuestas sin un valor ético, o como se dice habitualmente, sin autoridad moral.
Un síntoma de que no hay acuerdo es precisamente proponerlo a rajatabla. En el caso de la actual coyuntura, luego del resultado electoral del abril y de las protestas laborales del primero de mayo, hay hechos que evidencian un gran desacuerdo nacional: el descontento laboral de los sectores sindicales organizados, la desconfianza del mundo empresarial agrupado en las cámaras de la producción y las protestas estudiantiles exigiendo más recursos para la salud y educación. Frente a este revés, el régimen propone un entendimiento con distintos sectores sociales y políticos del país. Suena atractivo, pero no deja de ser un canto de sirena que busca bajar las tensiones que tiene el gobierno de Lenin Moreno desde diversos ámbitos de la vida nacional.
Esos trinos políticos oficiales pretenden, al parecer, acallar las voces discordantes de los trabajadores que en su día internacional salieron a las calles a marchar en contra de los acuerdos del gobierno con el FMI. Al mismo tiempo un llamado a un “acuerdo nacional” tendría como objetivo distraer las voces de los sectores políticos, sociales y económicos que no necesariamente concuerdan con el “gobierno de todos” que de ese modo se convierte ya en un gobierno de nadie.
Se quiere echar una cortina de humo a la opinión ciudadana expresada en sondeos de opinión que revelan que estamos en un mal país, sin trabajo, sin seguridad, sin confianza, sin credibilidad en el Estado y su gobierno de turno.
La pregunta que amerita hacer: ¿Es la hora de un acuerdo nacional? Y de ahí se desprenden otras interrogantes: ¿Tiene autoridad moral y política el régimen morenista para proponerlo en estos momentos? ¿No será sencillamente otro volador de luces para distraernos de los reales males que nos aquejan a los ecuatorianos o un abierto descaro de querer dialogar con quienes son los primeros sacrificados por sus políticas públicas de reducir recursos a la salud, educación, cultura y no ser capaz de generar fuentes de trabajo?
El llamado a un “acuerdo nacional” parece ser la sugerencia de un audaz asesor que echa mano a propuestas manidas que ya han fracasado. ¿En qué quedó, por ejemplo, el mentado acuerdo nacional por la educación propuesto por el Mineduc el año anterior?
¿En que resultó el diálogo sugerido por Moreno con empresarios, empresas de comunicación y algunos sectores de la bancocracia? ¿En qué se benefició el pueblo llano de todo aquello?
¿Acaso los ecuatorianos comulgamos con ruedas de carreta?
Llamar al “acuerdo nacional” en estos momentos es reconocer, olímpicamente, la ausencia de gobernabilidad, de liderazgo oficial. Proponer acuerdos en medio del gran desacuerdo nacional es haber perdido la iniciativa política y ahora dar patadas de ahogados.
La política como simulacro y manipulación burda es lo que se pretende imponer con la desatinada e inoportuna propuesta del régimen. En eso sí parece haber al menos ya un acuerdo nacional.