La Linares hace noticia estos días por la difusión del veredicto del jurado del premio anual de novela corta que promueve la Campaña de Lectura Eugenio Espejo. El concurso literario que lleva el nombre de la célebre novela de Iván Égüez, La Linares, contó este año con la presencia en el jurado de los escritores Antonio Sacoto, Adolfo Macías e Iván Égüez para que discernieran entre los trabajos presentados al concurso y adjudicaran el premio correspondiente (Seis mil dólares y publicación en la red de suscriptores de la Campaña de lectura Eugenio Espejo).
Las consideraciones del jurado fueron expuestas en el siguiente veredicto:
“Quienes hemos sido Jurados de esta cuarta convocatoria al Premio La Linares de novela breve, nos congratulamos por la entusiasta acogida que han sabido dispensar los narradores concurrentes al certamen, por la variedad de sus propuestas temáticas, estilísticas, estructurales y experimentales.
Examinadas con detenimiento las novelas finalistas hemos determinado que el Premio sea concedido a la novela suscrita por el seudónimo “Escritor” bajo el título “Amoríos”.
De igual modo, nos permitimos otorgar dos menciones, con similar equivalencia y sugerencia de publicación, a las novelas “El buen ladrón”, suscrita por el seudónimo Juan Sebastián Chambers; y “Alcatraz”, presentada bajo el seudónimo de Señor Smith.
Los títulos podrán ser mantenidos o modificados en acuerdo con el editor.
Los nombres de los autores serán revelados con antelación a la ceremonia de premiación a realizarse el 23 de abril, Día internacional del libro, efeméride natalicia de Miguel de Cervantes y William Shakespeare.
Amoríos es una novela que se lee con agrado, tiene la contención propia del intercambio epistolar, pues el argumento se va desarrollando a través de cartas que hilvanan morosamente el affaire de una pareja de escritores que, habiéndose conocido en un congreso internacional, asume con madurez esa relación fortuita, quizá sin los arrebatos propios de la novedad, pero minuciosa en la degustación sentimental del amorío; su escritura se caracteriza por un tono de “aggiornamento” y sosiego, y por un lenguaje que, siendo pasional no cae en lo cursi; más bien hay un empeño estilístico que logra algunas expresiones literarias de gran envergadura. Pone especial énfasis en las digresiones y especulaciones sobre el amor, desarrolla la interioridad de sus personajes y administra bien el referente disgresional, una caja china que envuelve en su interior otras historias, por ejemplo el viaje en crucero, la novela de Justo, etc. Se sigue la estructura lineal y la narración se lleva a efecto a través de múltiples voces narrativas, como la de Justo, al igual que de las misivas de Modesto y Alba, que sobresalen como personajes.
El buen ladrón es una novela cuidadosamente construida, amena, que plantea su intriga en un mundo relacionado con los museos, el grabado, la vida de Rembrandt y una serie de conocimientos que resultan estimulantes para el lector.
Novela policial clásica, donde prima más las circunstancias que los protagonistas. El asunto se dilata en intrigas y asesinatos. El meollo de la trama es la exposición de grabados de Rembrandt en Guayaquil y los pormenores delictivos que se desatan a partir de esta. La narración despliega un erudito conocimiento del arte y su historia, pero principalmente sobre la elaboración de las planchas y láminas propias del grabado. El seguimiento policial mantiene el interés en vilo sobre un amante del arte como posible asesino. El estilo es directo y claro y se adapta al lenguaje de sus personajes, detectives por un lado y gente de arte por otro. Su estructura lineal es la clásica del género policial: empieza con fecha precisa cuando se encuentra el cadáver y la narración termina cuando se descubre al asesino. No se puede hablar de creación de personajes literarios memorables porque todos actúan como sus estereotipos, detectives, curadores, amantes del arte, críticos y marchantes. El interés y la curiosidad se mantienen hasta el final.
Alcatraz: El asunto de la novela se expone a través de múltiples monólogos interiores por parte de Alejandro, personaje central que se halla medicado por desajustes mentales; soliloquios y divagaciones que van dirigidos, como una mala conciencia, en forma de némesis obsesiva, a su hermano muerto, sombra perturbadora. Monólogos directos e indirectos, enriquecidos por diálogos memoriosos, simples recuentos o divagaciones que van aportando en la reconstrucción de sus romances con María y Magdalena, dos féminas cíclopes que forman un solo rostro, dos voces en un tono sostenido.
Los niveles narrativos cobran vuelo –como el alcatraz– cuando se llevan a efecto desde un plano subjetivo, irreal, imaginativo y a veces onírico. El lenguaje es llano y sin mayor ornamento, pero es claro y preciso. La reiteración permanente de las dos mujeres consigna de manera rediviva un conflicto no resuelto en la psiquis del protagonista. Nos empuja hacia un final sospechado, pero no por eso menos perturbador, como la duda y la pérdida, la venganza y la culpa. Su mayor valor está en el fraseo inesperado, sentencioso, poético, cargado de imágenes audaces, aunque encubridoras.
Felicitamos a los triunfadores y a los organizadores del Premio.