Cuando Serrat canta que el titiritero va “de feria en feria” llevando su arte a los paisanos de los pueblos, nos hace pensar que una feria es aquel espacio abierto, democrático, amigable en donde se puede acceder a productos que de otro modo es imposible adquirirlos por su precio, o por que están exhibidos en escaparates inaccesibles de algún centro comercial que es la antítesis de una feria popular .
Siempre me fueron subyugantes, atractivos, los “mercados de pulgas” – le decían en Santiago- las “ventas de garaje” , las ofertas y promociones al alcance de todos. Es una forma de sentir que el mercantilismo es una actividad que trata de llegar a sus públicos menos pudientes, porque es allí donde también se conjuga la necesidad de consumir con la poca capacidad de adquirir un bien.
No es entonces casualidad que en todas las capitales sudamericanas exista un mercado popular, una feria ambulante o un “Ipiales” con buenos precios o atractivas rebajas y una variedad abrumadora de cosas.
Cuando hablamos de bienes de consumo masivo, es mayor el atractivo de estos lugares destinados a ser visitados y recorridos con parsimonia, con lentitud, como buscando ese objeto especial o para dejarse seducir por algún producto innecesario pero de fácil acceso y bajo costo.
Me pregunto si los que amamos y practicamos la lectura nos comportamos del mismo modo en una “feria del libro”. La pregunta parece muy genérica porque hay ferias y ferias de libros. Están aquellas que cada año organizan con bombos y platillos los ministerios de cultura y las cámaras del libro que sirven para que las grandes y pequeñas editoriales saquen sus huesos o retazos a la venta con descuentos significativos o muestren sus “novedades” a un publico que de otro modo no tendría acceso a ellas.
Pero están esas ferias organizadas por quienes viven la vocación librera, hacen de su oficio una forma de vida y organizar una feria es como organizar una fiesta en casa para invitar a los amigos -y por qué no a los enemigos-, a un encuentro entre pares, donde departir de esto y aquello, y adquirir un buen libro sugerido por la sapiencia del anfitrión.
Me ha llegado una invitación a una feria de estas características, amigable, entre amigos, con gente que sabe de libros y los difunde con dignidad y criterio, porque los ama y ama a sus contertulios con quienes comparte las novedades literarias como quién cuenta buenas noticias.
Me refiero a la III Feria del Libro Abierto en Casa Éguëz. ¿Y por qué abierto? Bueno pues, porque se trata de libros ya leídos, ya compartidos, ya acariciados y disfrutados con esa fruición propia de los buenos lectores. La Feria en la calle Juan Larrea N 16-76 y Rio de Janeiro, esquina, estará abierta desde hoy 12 hasta el 28 de abril. Es una invitación más que democrática, como toda buena feria, que rompe con el sentido monopólico, excluyente de adquirir un producto.
En este caso se tata de libros abiertos, accesibles, que no se quedaron en el estante de una sala burguesa, de un señor que los exhibe como trofeos, sin haberlos leído siquiera. Como objetos decorativos que bien pudieran ser reemplazados por cabezas de ganado o por alguna chuchería kitsch – de mal gusto, cursilón- ostentosa para denotar que su dueño es autosuficiente y culto.
Visitaré la III Feria del Libro Abierto en Casa Égüez para reencontrarme con el sentido de comprar un buen libro, hojearlo, leerlo y dejarme seducir por esos amados compañeros de lomo grueso que hablan en el silencio de una lectura personal.