Los resultados de los comicios del 24 de marzo dejaron algunos sinsabores. Entre ellos, el notorio fracaso de los encuestadores que fallaron en sus cifras respecto de los resultados reales finales.
Estos actores políticos convertidos en “oráculos populares” terminaron cumpliendo un rol de desinformación notable y de manipulación propagandística electoral. El equívoco en las predicciones en casos como Jairala en Guayaquil y Moncayo y Zapata en Quito, hacen colegir que los candidatos contrataron o difundieron el trabajo erróneo de empresas encuestadoras que falsearon la verdad de las cifras.
La pomposa presunción de las empresas encuestadoras de ser “investigadores de la opinión pública” se viene abajo cuando sus márgenes de error superan en algunos casos hasta el 25% respecto de los cómputos reales. ¿Qué les falló? ¿Las técnicas de diseñar y aplicar los cuestionarios, los cálculos de sus “modelos matemáticos”, o la ética profesional de entregar cifras verdaderas? Lejos de ser el reflejo casi fotográfico de la realidad, las encuestas de los comicios del 24 de marzo mostraron un escenario distinto al que ocurrió en las papeletas. La falla en sus vaticinios solo se explica en el entendible afán de complacer a sus clientes buscadores de votos.
No obstante , incluso en el ámbito del servicio al cliente, no guarda relación el costo con el beneficio obtenido. Cada encuesta tabulada tiene un valor promedio de 12 dolares y si consideramos que las empresas levantan muestras aleatorias de 2.500 encuestas a nivel nacional, es fácil colegir el costo de sus servicios. ¿Y quién dice que 2.500 encuestas encogidas al azar en las calles, en un país de 17 millones de habitantes, es una muestra representativa de la voluntad popular?
El rol de vaticinar resultados se semeja demasiado a un albur incierto que termina siendo un pronóstico interesado a favor o en contra de tal o cual candidato, en una torpe figura propagandística electoral. A propósito de la cual debería existir una regulación para la forma y contenidos difundidos de manera liviana y alegre, sin importar el impacto en la voluntad de los auditorios. Tanto va al cántaro el agua que éste se rompe, -dice el adagio popular- y aquello se cumple en este caso. A fuerza de una cansona repetición, las cuñas de radio se convirtieron en “paisaje” y ya nadie les prestó atención; lo mismo sucede con los spots de televisión. La contaminación visual de las calles y avenidas con pancartas, pasacalles, banners y afiches plásticos o pegados en postes y paredes saturaron la visualidad y la paciencia de los habitantes de los centros urbanos y rurales del país.
Amerita hace notar que estas elecciones estuvieron desprovistas de ideologías y diríamos de estrategias de comunicación política eficaces. Los mensajes augurados en encuestas o campañas propagandísticas no tuvieron la proyección que lleve al electorado a votar por un proyecto político, por un paradigma de sociedad, por un modelo de país. Por el contrario, fueron emitidos mensajes con ofertas cortoplacistas, localistas, de reivindicaciones inmediatistas apelando a necesidades básicas, regionalismos y personalismos de los candidatos.
El uso y abuso de redes sociales con tips difundidos por troll centers conformados a última hora, o contratados, fueron pan de cada día con una retahíla de mensajes desinformadores de las propuestas electorales, desacreditadores del contrincante y de una notoria mediocridad formal y conceptual.
A esto se suma la equívoca recomendación de los “asesores” de evitar que sus clientes-candidatos debatan ideas y propuestas. ¿Para qué si ya se sentían ganadores?, como es el caso de Moncayo y Zapata en Quito y otros ejemplos similares en provincias. Prefirieron la repetición mimética de fórmulas manidas.
Toda esta tramoya de la desinformación mediante la difusión de encuestas amañadas, pronósticos especulativos y mala propaganda explican, acaso, los escuálidos resultados aun en los ganadores. La poca votación obtenida en cada caso específico, respecto del universo total de votantes. ¿Llegar a ser alcalde con el 22% de la votación es representativo de la voluntad popular?
Los voladores de luces de las encuestas acabaron con la confianza ciudadana al punto que nadie se atrevió a realizar un Exit Poll o encuestas a “boca de urna” realizadas en las puertas de los recintos electorales. Eso explica el divorcio entre ciudadanía y candidaturas, el fracaso de unos y el sorpresivo triunfo de otros. La ausencia o precariedad de nuestra cultura política está dando como resultado haber elegido a personajes que todavía hay que darles un voto de confianza para ver si estaban o no capacitados para ejercer cargos de representación popular que han obtenido en una elección singular. El país es el gran perdedor.