Por Francisco Herrera Aráuz
Los días vividos en la nación, los momentos violentos, las declaraciones inoportunas, nos han llevado de manera sorpresiva a una “vuelta al pasado” dando un rostro criticable del Ecuador al mundo. De pronto aparecemos como una sociedad inentendible que no respeta ni se respeta. En una regresión absurda nos salió lo xenófobos, machistas, violentos o racistas, mientras nuestro gobierno asume posiciones de ilegitimidad absurda sin medir consecuencias, todo por el odio político que impera en nuestros días y que nos convierte en impresentables.
Muchos de quienes leemos este texto somos parte de las generaciones que vivimos los efectos de una mala imagen de Ecuador al exterior, de esa que solo aparecía en la prensa con las malas noticias, las desgracias o la destrucción de la democracia. También tuvimos un tiempo que nos reconoció como una sociedad en crecimiento, con avances políticos, sociales y económicos y nos dió la esperanzadora opción de ser ejemplo o análisis del buen hacer de un país. Hoy nos asombra que regresemos al momento que tanto nos perjudicó.
Tal pareciera que la relación histórica entre Ecuador y Venezuela está marcada por un halo de amor-odio, de tal manera que entramos con frecuencia en etapas de alta e intensa cooperación y, en segundos, emitimos declaraciones altisonantes entre nuestros líderes bolivarianos que terminan en el estropicio. Que condenable historia es la que nos une, con sangre y fuego con amor y llanto.
Venezuela para el Ecuador de estos días se ha convertido en el catalizador de las incoherencias y contradicciones en el comportamiento social y la política exterior con la que se actúa, dando una especie de cadena de errores sucesivos que destruyeron velozmente cualquier nexo de hermandad que, se supone, nos une. Beneficiario de la Revolución Ciudadana por una relación privilegiada con Hugo Chávez y Nicolás Maduro, cuando fue vicepresidente, Lenin Moreno siempre se mostró muy cercano al esquema del liderazgo venezolano y durante varias ocasiones en las visitas, entrevistas con ellos o a los medios de esa nación sus pronunciamientos políticos fueron de respaldo y jamás aparecieron críticos con la Revolución Bolivariana, desde cuyos gobernantes se lo proclamó como amigo al ascender a la Presidencia de Ecuador.
Es evidente que el deterioro de la situación venezolana en estos últimos dos años afectó a la relación con nosotros por considerar a este como “un problema lejano” que nos estalló de pronto. El ser uno de los países receptores directos del éxodo venezolano dañó buena parte de los vínculos al tener a sus hermanos en las calles como víctimas de la guerra económica que se vive en esa nación; han llegado por miles con sus carencias y miserias, con sus problemas y conflictos internos, con una cultura dispar que choca a momentos, en forma muy dura, contra lo que somos y nos ha enfrentado. Duele aceptar que como sociedad ecuatoriana no supimos cómo reaccionar ante este fenómeno migratorio, tampoco lo supieron el Estado ecuatoriano, su gobierno, su clase dirigente o la comunidad internacional.
El día a día destruyó una convivencia que se suponía pacífica. Los abusos e indelicadezas de lado y lado salieron a flote y se crisparon las diferencias al grado extremo. La conducta delictiva de algunos venezolanos ha sido motivo suficiente para acusar del crimen al grupo inmigrante en su totalidad, el racismo contaminó a las palabras y nos vimos mutuamente como inferiores entre “indios feos”. Sí, hay abusos y excesos de los venezolanos con casos como la ocupación de espacios públicos en una condición precaria lo que mostró una desesperada actitud de supervivencia a pesar del irrespeto de las leyes, o la excesiva informalidad en el comportamiento en las calles con insultos a quienes no los aceptan, súmese la explotación laboral por parte de empresarios ecuatorianos abusivos contra estos ciudadanos por la necesidad de dinero. Todo esto sacó a flote lo peor de nuestra parte destruyendo los pocos rasgos de solidaridad que surgieron para tratar el problema.
En lo social el clímax de esta mala relación se exaltó el pasado sábado 19 de enero 2019 con el asesinato de Diana Carolina Rodríguez, y fue allí desde donde salieron a flote las partes impresentables de un Ecuador que no puede ser aceptado ni aceptable. Ver un video donde la policía “permite” el asesinato de una ciudadana en medio de un tumulto impotente; mirar aterrorizados como una mujer venezolana con su pequeño hijo huyen perseguidos por ciudadanos enardecidos que buscan saciar su sed de venganza; más grave aún es el ataque a una casa donde habitaban estos hermanos latinoamericanos destruida e incendiada por ecuatorianos que acabaron con lo poco que tenían volviendo más miserable su situación; el comunicado errático del presidente Moreno Garcés que exaltó la xenofobia de algunas gentes para justificar los ataques a la comunidad venezolana; las explicaciones del vicepresidente Otto Sonnenholzner intentando hacer comprensibles las medidas del presidente Moreno y cambiar la situación legal de acceso venezolano a la nación; las acusaciones de culpa al presidente Maduro de una estrategia perversa de “enviar criminales” en palabras llenas de insultos absurdos en las bocas del secretario de Comunicación, Andrés Michelena o del consejero Santiago Cuesta Caputti, con lo que han expuesto lo peor del Ecuador. Todo esto da a entender el dramático estado de descomposición del tejido social que se vive en una nación que hasta ayer no más era reconocida por su carácter solidario y ciudadanía universal. Si, han mostrado lo impresentable de Ecuador y han deteriorado su imagen al mundo.
Pero, en lo político hay también un cúmulo de errores inaceptables, que demuestran que el gobierno cae en contradicciones severas, de esas que solo denotan una incapacidad evidente. Así, ante la avalancha de venezolanos en el último año, el régimen deja que se manejen cifras de manera antojadiza sin saber el número exacto de emigrantes, porque hablar entre “medio millón a varios millones de ingresados” no es precisamente un grado de eficiencia.
Al pretender obligar a la presentación del pasaporte el gobierno pierde la capacidad legal del control para el delito de la trata de personas que se incrementa con esta presunta legalidad. Imponer la exigencia del pasado judicial en una nación desintitucionalizada que no puede entregar con facilidad tal documento es aumentar el problema, sin aceptar que el certificado lo puede emitir internacionalmente la Interpol que solucionaría en algo este conflicto. Súmenle a que esto es discutido hasta por las propias autoridades ecuatorianas como la Defensora del Pueblo, o el Defensor Público.
El discurso del régimen ecuatoriano ante el problema venezolano demuestra una carencia crítica en su política exterior. La convocatoria de la cancillería en Quito a discutir el tema del éxodo masivo de la nación andina en forma particular y exclusiva, acusando de toda la culpa al presidente Nicolás Maduro, solo evidenció que no se quiere entender que el problema migratorio es mundial. Que en este momento todo el planeta enfrenta graves conflictos por la salida de personas de un continente a otro fruto de la pobreza, la guerra, el hambre y la destrucción de las naciones por un conflicto geopolítico de las grandes potencias. Es un mal nacional el sentirnos aparte del mundo, como si los problemas por los que pasamos solo nos afectan a nosotros y no repercuten afuera, esa es una debilidad que incide y se refleja en nuestra política exterior.
El comportamiento del gobierno ecuatoriano en su relación política con Venezuela sufre cambios de posición que alteran la situación de un momento a otro. Así, han pasado de la posición de respeto a la soberanía de los pueblos, o la petición de soluciones con referéndum, al intercambio de ofensas e insultos mutuos. Sin duda alguna que el presidente Moreno tiene todo el derecho de sentirse ofendido por las ofensas emitidas por el secretario de comunicación venezolano, que motivó la expulsión de la embajadora bolivariana de Quito; sin embargo, el mandatario no quiere admitir que sus funcionarios de gobierno insultan con frecuencia al presidente venezolano, y emiten acusaciones graves en su contra, sin prueba alguna. ¿Midió consecuencias del rompimiento diplomático el presidente Moreno?, porque los derechos de los venezolanos en Ecuador está siendo afectados por este quiebre irresponsable, lo que se expone en atropellos como el del Director de Aviación Civil que negó el pasado viernes 25, el ingreso de tres vuelos enviados por Maduro para el retorno a Caracas de los venezolanos ante la ola de xenofobia extendida en el país. Hasta ahora la cancillería ecuatoriana no puede explicar tal negativa, denotando lo inconexos como incompetentes que se han vuelto los actos del gobierno ecuatoriano.
Se nota además que desde el gobierno de Ecuador hacia Venezuela hay una respuesta que parece ser obligada por las presiones del entorno exterior. El reconocimiento como presidente al senador Juan Guaidó mueve a pensar que Ecuador haya vuelto atrás en su principio democrático de no injerencia en la soberanía de los pueblos, aprobando un acto que tiene visos de legalidad y legitimidad cuestionables. No es prudente que se actúe porque otras naciones lo han hecho en forma deleznable, ya que no se legaliza un gobierno porque lo reconocen otros países.
¿Por qué cambió el presidente Lenin Moreno de posición? Lo digo porque -reconociendo los graves problemas de intolerancia política, corrupción, violencia y polarización- que afectan a Venezuela, el régimen ecuatoriano mantuvo hasta hace unos días la posición de respeto que siempre fue fortalecida por la ONU, y que creo yo personalmente es la más apropiada, de llamar al dialogo y solución desde los propios venezolanos, sin injerencia, sin interferencia. El haberse sumado a un grupo de 12 países que reconocieron a Guaidó, mientras 144 del mundo reconocen a Maduro debe poner a pensar a Ecuador que no actuó en forma valedera al tomar partido por uno, mientras el mundo clama por la no intervención y menos la invasión militar extranjera. Eso es lo impresentable, el habernos ubicado en un solo lado de la polarización.
Al final, permitámonos ser autocríticos. Tras lo ocurrido ahora hay un sentimiento extendido de vergüenza social por lo que hicieron algunos ecuatorianos, incluido nuestro gobierno. Me pregunto yo si ¿Ecuador es xenófobo?; ¿es racista?; ¿es injerencista?; y la respuesta es NO. No lo somos, pero hemos dejado que algunos se tomen el nombre para hacerlo, ahora con la figura impresentable no sabemos cómo borrar lo pasado sin allegarnos a mejor futuro. Tiempo para reflexionar y actuar. (FHA)
Reproducción autorizada en forma exclusiva para LAPALABRABIERTA por Francisco Herrera Aruaz, su autor.
Dr. Francisco Herrera Araúz es Director General de Ecuadorinmediato.co
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Fuente fotos ElNorte/ ALBA25/Archivo Ecuadorinmediato /Twiiter)