Por Hernán Reyes Aguinaga
“No existe ninguna otra capacidad humana tan vulnerable [como el pensamiento] y de hecho es mucho más fácil actuar que pensar bajo un régimen tiránico” (H Arendt)
Pensar sobre el mundo que nos rodea es imprescindible en la hora actual. Y pensar es pensar críticamente, o no es pensar. Solo la perspectiva crítica nos permite aproximarnos a la realidad a partir del examen profundo de las cosas que pasan, del análisis de sus relaciones y de la ponderación para argumentar y hacer proposiciones explicativas. Sin crítica no hay, tampoco, posibilidad de salir del “presente congelado” en el que parecemos a veces tener la impresión de estar viviendo.
En esa dirección, a partir de esta entrega, se intentará quincenalmente abrir un espacio de crítica político-cultural. Demasiado ocupados en el día a día – ya sea desde el aislamiento o el silencio de la inmersión en el quehacer cotidiano, o envueltos en la retahíla de fragmentos noticiosos que nos llegan- se corre el riesgo de que la capacidad de pensar se debilite tanto que hasta pueda terminar abandonándonos por completo. Y si eso sucede, como lo pretendemos explicar líneas más adelante, el peligro supremo es la pérdida de nuestro mundo, o lo que es lo mismo, la deshumanización de la vida y su sentido.
Pero ejercitar la crítica tiene sus costos. Por ejemplo, hay la idea de que si criticar significa las más de las veces ir contra-corriente, el “criticón” es un reaccionario o un saboteador del “progreso”. En los regímenes más fascistas, toda crítica es censurada y eliminada. Para quienes tenemos serias sospechas sobre la naturaleza democrática de nuestra “democracia” liberal y light, el riesgo de que nos acuse de “radicales” o “extremistas” o bien de “utopistas” o “romanticones” no debe impedirnos cumplir con este verdadero deber cívico, tanto más valioso cuanto mayor es la ceguera general ante los peligros que nos acechan
¿Es válido aún criticar a la radio y a la televisión?
Sí, porque “ningún medio es sólo un medio” y porque producen un acreciente “ausencia de mundo”, en sentido político y cultural. Aunque muchos digan que la televisión y la radio ya son cosas del pasado en la sociedad digital, el impacto que éstas parecen seguir teniendo en nuestras vidas es mayúsculo, más aún si reparamos, más allá aún de la creencia que se tiene de que son “medios de información”, por el peso social que tienen. La mayoría de quienes conducen vehículos escuchan la radio mientras conducen sus vehículos o prenden, como autómatas, el aparato televisivo apenas llegan a casa; las organizaciones políticas siguen eligiendo como candidatos a las “figuras del espectáculo”: a quienes animan programas o hacen presentación de noticias, a deportistas, a cómicos o a cantantes; sigue habiendo un sinnúmero de gente cautivada por las telenovelas o las series de moda, o que sea fanático de los programas deportivos o de los reality shows. Primera conclusión: la radio y la televisión siguen vigentes y mantienen su actualidad.
Hacia 1956, es decir en la época del auge de la radio y en los albores de la aparición de la televisión en el mundo, un filósofo alemán de raíces judías y de nombre Günther Stern, publica una obra a la que llamó “La obsolescencia del hombre. El alma en la era de la segunda revolución industrial”. La firmó como Günther Anders, nombre por el que posteriormente será reconocido como uno más de la llamada Escuela de la Teoría Crítica, junto con otros científicos sociales como Adorno, Marcuse y Horkheimer, ente otros. En esa obra, Anders hace una devastadora crítica de la técnica, plenamente aplicable a las tecnologías actuales, a partir de su propia experiencia vital: peleó en la sangrienta I Guerra Mundial, vivió en carne propia el ascenso del fascismo en Alemania y observó horrorizado los fatales estragos del lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki en 1945.
Si la bomba atómica fue un “medio” usado para ganar una guerra, un “medio” sería, en sentido técnico algo que sirve para conseguir un fin. Sin embargo, la naturaleza de cualquier “medio técnico” en la era postindustrial alcanza tal nivel de desarrollo desde mediados del siglo XX que la distinción entre “medios” y “fines” carece ya de todo sentido, “cuando la invención específica de la que se trata (sea ésta, p.ej., la tv, la radio o la red electrónica mundial) nos transforma o nos marca a tal grado que ya supera cualquier fin último que yo me represente, o que pudiera siquiera representarme con él”(Brenno Onetto, Flusser Studies 13).
En segundo lugar, las invenciones técnicas actuales “nos marcan” antes siquiera de pensar en el uso que vamos a hacer de ellas. La técnica /tecnología nos obliga a usarla o consumirla porque como dice Anders, “lo que nos forma o deforma, no son solamente los objetos retransmitidos por el medio” (o sea los contenidos), sino los medios mismos, por su estructura y su función” previamente determinadas, y la incidencia de éstas en “el estilo de nuestras actividades y de nuestra vida (…)transforman(do) radicalmente la vida humana en la época de la segunda revolución industrial (…)porque la técnica funciona como macro-aparato: el aparato-sistema que hace a nuestro mundo (Anders 2011: 108). En otras palabras, sin técnica nuestra vidas se vacían, y por ello estamos obligados a usar estos aparatos, que hacen las veces de “mercancías obligatorias” en la cultura contemporánea. Por tanto, han anulado la libertad de elección.
Tercero, los aparatos técnicos, y entre ellos la radio y la televisión, han producido un fenómeno históricamente inédito: “vivimos en un mundo para el cual ya no cuenta la experiencia de éste sino sólo el “fantasma” del mundo y el “consumo de fantasmas” (Anders 2011: 19). Es decir, en un mundo sometido al poder del Mercado, de la Técnica y del Espectáculo, “la experiencia individual procedente del mundo histórico inmediatamente anterior ha sido sustituida, en esta época, por el flujo incesante de información e imágenes surgidas de los aparatos técnicos, que han disuelto el mundo individualmente en la vivencia, la orientación y la información, es decir, (…) los objetos aparecen en los medios masivos disminuidos, empequeñecidos, ocultos” (Brenno Onetto, Flusser Studies 13).
Adicionalmente, al estar inserto en esta condición de (im)posibilidad, hoy en día el ser humano se ha sumido en el silencio del “analfabetismo post-literario”, pues –como indica Brenno Onetto, crea y modela su mundo solamente desde los mensajes, la publicidad y la información, “y en ese dejarnos sin habla, sin opinión propia, se pierde la autonomía moderna, la mayoría de edad que propugnaba Kant, sustituida por el mundo de los aparatos que nos convierte otra vez en seres sin expresión, dependientes y subordinados: sumisos frente al mundo del radio y el televisor”. De esta manera, el “diluvio de las imágenes” que se nos muestra incansablemente de forma diaria, “embota” y anestesia nuestros ojos, convirtiéndonos en voyeristas, es un mundo de aparatos que en definitiva infantilizan o engañan nuestra subjetividad con trozos parciales de mundo y sin contexto alguno”. Así, ¿podemos, con todos estos cuestionamientos, seguir sometiéndonos tan ingenuamente a los dictámenes y los fragmentos e imágenes fantasmales que nos ofrecen los medios masivos?
En la próxima entrega continuaremos con este filón de reflexión crítica. Hasta tanto, bienvenidas las críticas a estas palabras.
Hernán Reyes A., sociólogo, académico en Universidad Andina Simón Bolívar. Experto en análisis político y mediático.