La situación de Venezuela tiene claves que explican por un lado, la real coyuntura política que vive el país llanero; y por otro, la percepción interesada que se tiene de dicho proceso.
La primera clave que hay que tomar en consideracion es que los ataques al gobierno y al pueblo venezolanos provienen de los mismos sectores que se oponen a todo tipo de progresismo político y social, que viven atados al pasado de privilegios, intervencionismo y sumisión a los designios del imperio norteamericano en la región. Son las mismas fuerzas politicas reaccionarias que derrocaron a Salvador Allende en Chile, que encarcelaron a Lula en Brasil, sectores manejados por elementos de la alta burguesía financiera, estrechamente vinculados al capital extranjero y en particular a los aparatos de poder de los EEUU de Norteamérica.
Son sectores politicos que propician la restauración conservadora en la región y el retorno de los privilegios politicos y sociales y los negocios económicos que perdieron durante la vigencia de los gobiernos progresistas que gobernaron Ecuador, Argentina y Brasil en la última década. Son los que desde siempre han combatido a la Revolución Cubana. Son quienes se oponen a todo cambio político y social que amenace poner en riesgo su dominación histórica. Cuentan además con el concurso de los grandes medios de comunicación que controlan, prensa, radio, televisión y confían que, como siempre, los institutos armados estarán de su lado.
La segunda clave del caso venezonalo, es que existe una suerte de contubernio internacional contra ese país, expresado en el cartel de Lima que reune a representantes de gobiernos alineados con las estrategias norteamericanas intervencionistas para la región. La pregunta pertienente: ¿de dónde sacan que tengan potestad jurídica para reconocer o no reconocer a un mandatario extranjero y además, exigir que el gobierno se le entregue a otro organismo? Los países del grupo de Lima compiten para lograr la anhelada presea otorgada por la Casa Blanca. Un supuesto que une a estos obsecuentes, es que cuanto más servil sea un gobierno ante Washington tanto mayor será la recompensa (económica, financiera, diplomática, etcétera) que recibirá a cambio.
Los propagandistas del grupo de Lima desconocen la conclusión de James Carter que afirmó: “de las 92 elecciones que hemos monitoreado, yo diría que el proceso electoral en Venezuela es el mejor del mundo”, superior, por supuesto, al de EEUU. Quienes argumentan falta de representatividad del nuevo gobierno venezolano por la abstención registrada del 54%, olvidan la abstención del 53.4% que hubo en Chile meses antes y que consagró la re-elección de Sebastián Piñera y que no generó inquietud alguna ni en la Casa Blanca ni entre sus sumisos lacayos.
Una tercera clave. Solo basta ver quiénes participan del cartel de Lima: el corrupto e inepto gobierno argentino de Mauricio Macri, cuyo incumplimiento de todas y cada una de sus promesas de campaña ya figura en los libros de ciencia política como uno de los fraudes post-electorales más escandalosos de la historia. O el presidente Juan O. Hernández, de Honduras, surgido de un comicio tan corrupto y viciado que fue objetado por la mismísima OEA y que el Departamento de Estado demoró casi un mes en reconocer. Iván Duque, peón de brega de Álvaro Uribe, “asesino serial de líderes políticos y sociales en Colombia, lúgubre coleccionista de fosas comunes y siniestro creador de los “falsos positivos” que exterminaron a miles de jóvenes campesinos inocentes en todo el país para demostrar la supuesta eficacia de su criminal política de “seguridad democrática.”
Cuarta clave. El discurso esgrimido por el cartel de Lima, supone la promoción camuflada de una guerra en Venezuela, favorece al bloqueo económico para desestabilizar al gobierno venezolano. Se trata de un sinsentido político, de una estratagema golpista de guerra que como todo contexto de preguerra intenta asesinar la verdad de los hechos para justificar el uso de las armas.
Se trata de arrazar a un país cuyo gobierno con sus errores y bajo toda clase de arteros ataques, desde dentro y fuera del país, acabó con el analfabestismo y entregó a su pueblo más de dos millones y medio de viviendas y se emancipó de los gobiernos corruptos venezolanos anteriores al proceso rervolucionario.
Quinta clave. El contubernio de origen exterior tiene expresión al interior de Venezuela con una oposición que es coherente con el desconocimiento y negación de la institucionalidad venezolana y las reglas del juego democrático. Así han actuado desde 2013. Al anunciar el autonombramiento de Juan Guaidó como gestor de “un futuro gobierno de trasición”, la oposición utiliza un recurso de desestabilización y promoción del caos institucional que evoca las arremetidas golpistas de 2014 y 2017. Estos sectores, que representan un nivel irrelevante en la política local, responden a designios externos. Se trata de intereses foráneos que influyen y colocan a Venezuela hoy como centro del interés mundial. Venezuela es piedra angular de una disputa por recursos y es en sí misma pivote de una influencia subregional que en los últimos 20 años ha contravenido el poder de Washington, en lo que creen es su “patio trasero”.
Sexta clave. El discurso de las fuerzas desestabilizadoras externas del régimen de Maduro es claramente intervencionista, coquetea con la ruptura de la paz y promueve la guerra en Venezuela con liderazgo bélico de los EE.UU y acolite del militarismo de Brasil. El belicismo campea por doquier. Estos sectores belicistas creen que un bloqueo recrudecido doblegará la voluntad política del gobierno y del pueblo venezolano. La mayoría de los habitantes de Venezuela, sea del lado que sean, quiere vivir en paz. Y la paz no es una dádiva, se gana. El pueblo venezolano tiene el deber de no permitir que se la arrebaten.