“La única política que permite la familia Restrepo es la justicia”, ha dicho en alguna oportunidad Pedro Restrepo. Y esa justicia tarda y no llega, mientras no reciban sepultura los restos de sus hijos Carlos Santiago y Pedro Andrés, de 15 y 17 años, asesinados en enero de 1988 por la Policía en el régimen de Febres Cordero. Este 8 de enero se cumplen 31 años del crimen de los hermanos Restrepo, y si bien las autoridades ecuatorianas se vieron obligadas a reconocer el “crimen de Estado”, aun la justicia no impera porque nunca se ha sabido donde fueron a dar los restos de los dos niños. “El objetivo final de nuestra lucha -a dicho Restrepo padre- es encontrar los restos de nuestros niños y develar la verdad total, porque aún hay muchas preguntas”.
Siempre reclamaremos justicia con la familia Restrepo, mientras no aparezcan las evidencias fehacientes de un crimen cometido y ocultado desde el Estado, y mientras Santiago y Andrés no reciban sepultura. La historia de los hermanos Restrepo localiza a la laguna de Yambo como el sitio donde en algún momento fueron arrojados los cadáveres de Santiago y Andrés: “No es una versión, -ha señalado Pedro Restrepo- es un testimonio comprobado por la familia, por la Comisión Internacional, por un juicio en la Corte Suprema de Justicia y sirvió como aval en el reconocimiento del crimen por parte de Estado ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Que no se haya encontrado los cuerpos en el segundo rastreo no quiere decir que nunca estuvieron ahí. Hubo un primer rastreo en el cual pusimos objeciones porque no fue profesional y por más de ocho días no se permitió entrar a nadie al sitio”.
Sin perdón ni olvido
“Sin perdón ni olvido”, se leía en los carteles de las manifestaciones que desde hace 31 años la familia Restrepo Arismendi enseñaba cada miércoles frente a la Casa de Gobierno en Quito. Una lucha contra la impunidad, arengada por ese incansable luchador por los derechos humanos, Pedro Restrepo, para hacer prevalecer la justicia frente al crimen de sus hijos. El perdón sin olvido pudo ser, acaso, una tentativa fugaz en el alma atribulada de María Fernanda, la niña que a temprana edad presenció como la garra inexorable de la muerte absurda le arrancaba a sus hermanos amados. Contra un olvido sin perdón, Luz Elena, madre de los niños mártires, luchó hasta inmolar su vida en un accidente de tránsito acaecido en julio de 1994, precisamente cuando realizaba una campaña por una respuesta que le permitiera encontrar con vida, o sin ella, a sus hijos.
Pedro Restrepo ha enfatizado en más de una oportunidad: “No podemos distraer la atención de un hecho contundente, los niños fueron secuestrados, torturados, asesinados y desaparecidos por la Policía y más de un policía está involucrado y aún sin castigo”.
Han transcurrido tres décadas de la “indolencia estatal, de ocho gobiernos cómplices de una policía otrora intocable”, y el país todavía no conoce con certeza el paradero de los cuerpos de Carlos Santiago y Pedro Andrés, detenidos el 8 de enero de 1988 por agentes de la Policía Nacional y encerrados en una celda de la que desaparecieron durante el régimen del febrescorderismo. El ex mandatario Rafael Correa ha recordado en esta ocasión que, «para la prensa corrupta, León Febres Cordero, es humanista y los represores somos nosotros», al hablar del gobierno del exmandatario socialcristiano. Esta afirmación hace sentido cuando el socialcristianismo autor, cómplice y encubridor del crimen de los hermanos Restrepo, pretende retornar al poder aupado desde el propio poder central.
Toda reminiscencia sobre el crimen de los hermanos Restrepo pasa, imperativamente, por exigir justicia plena. Y esa justicia incluye la conciencia de que Ecuador no debe seguir siendo territorio de crímenes sin castigo, producto de la amnesia o de la impunidad con la que se pretende voltear la página para siempre de este episodio vergonzante de la historia ecuatoriana.